Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 21 de julio de 2013 Num: 959

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Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Vicente Leñero en
sus ochenta años

José María Espinasa

María del Mar y el Movimiento Agorista
Evangelina Villarreal

Luis Javier Garrido: universitario ante todo

Roger von Gunten,
color y naturaleza

Allá y aquí
Bernard Pozier

La lectura como traducción
José Aníbal Campos entrevista
con Carmen Boullosa

Provincia griega d.c.
Panos Thasitis

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Columnas:
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María del Mar y
el Movimiento Agorista

Evangelina Villarreal


Grabado de Leopoldo Méndez para el libro La corola invertida de María del Mar

A finales de la década de los años veinte del siglo pasado, surgió en Ciudad de México la que se ha considerado la tercera vanguardia literaria, detrás del modernismo y el estridentismo. Un grupo de jóvenes intelectuales y artistas, alentados por los movimientos de intensa lucha social que prevalecían en el mundo, se reunió para formar un “grupo de acción dirigido a las masas” al que llamaron Agorismo.

Los propios agoristas lo definieron como “Arte en movimiento, Velocidad creadora, Socialización del arte”. Para Carlos Monsiváis, el agorismo “es un movimiento más radicalizado y mucho menos valioso estéticamente que el estridentismo, que se explican mejor si se toma en cuenta que emergen en el principio de la institucionalidad revolucionaria”.

Entre los agoristas figuraron José María Benítez, Gilberto Bosques, Lil-Nahí, Solón de Mel, Josué Mirlo, Rafael López, Gustavo Ortiz Hernán, Raúl Ortiz Ávila, Héctor Pérez Martínez, Alfonso Fabila Montes de Oca, Álvaro García, Martín Paz, Emilio Uribe Romo, Alfredo Álvarez García, Manuel Gallardo, Pablo C. Moreno, Alfredo Ortiz Vidales, Rafael Ramos Pedrueza, Rafael Lozano, Jesús S. Soto, Rómulo Velasco Ceballos, Luis Octavio Madero, Miguel Martínez Rendón y María del Mar.

Sorprende comprobar cómo la obra de la única mujer que formó parte activa de esta corriente literaria ha quedado en el olvido. María del Mar, seudónimo de Ángela Laura Moll Madariaga, nació en 1897 en Ciudad de México. Fue la segunda hija del matrimonio conformado por el comerciante español Juan Moll Ybargüen y la señora Laura Madariaga Leonel de Cervantes, originaria de la Villa de Guadalupe Hidalgo. Asistió al Colegio de San Ignacio de Loyola, las Vizcaínas, y posteriormente estudió con las monjas teresianas en el Colegio de Mixcoac. En 1912 escribió su primer poema titulado “Ven” e ingresó al Conservatorio Nacional de Música. Presentó recitales de piano en el Museo Nacional y participó en los programas de conciertos que ofrecía la Universidad Popular en el Anfiteatro Simón Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria.

Utilizando el seudónimo María del Mar, Aztlán Editores le publicó en 1925 su primer libro: El alma desnuda, en el que Rafael López incluyó un poema y llevó como portada un grabado en punta seca de Ernesto García Cabral. De esta obra, el poema “Diáfana y Dócil…” dice:

Vengo diáfana y dócil de las
llanuras infinitas donde la luna
cristalizó mi sombra.
Me pesan los ojos por tanta claridad
que he recogido para ti.
Cuando nos cerque el silencio, seré
tierna y ardiente.
Me beberás como agua pura o me
guiarás por las veredas del deseo.
De las llanuras infinitas donde la
luna cristalizó mi sombra, vengo
dócil y diáfana para ti.

Ese mismo año viajó a Rusia para perfeccionar su carrera de piano en el Conservatorio de Moscú, gracias a una beca obtenida a través del Instituto de Amistad e Intercambio Cultural México-urss creado por Alfonso Fabila, Alfonso Reyes y Ermilo Abreu Gómez. En 1929, el movimiento agorista organizó en la Carpa Amaro, instalada en el lado norte de la Alameda Central, una exposición de poemas en tamaño cartel con ilustraciones de artistas como Francisco Díaz de León, Jorge González Camarena y Leopoldo Méndez. María del Mar participó con los poemas “Forjadores”, “Noche” y “Acción”.

En enero de 1930 apareció la “Declaración de Principios” del grupo agorista y ese mismo año María del Mar publicó la novela La corola invertida, con cinco grabados de Leopoldo Méndez y una fotografía realizada por el tapatío Librado García, Smarth; en esa obra, María del Mar deja ver su preocupación por la situación de pobreza y marginación del pueblo mexicano.

A partir de entonces continuó publicando principalmente poesía erótica: Luna en zozobra (1934), En ti, sólo distante (1937, Editorial Fábula, fundada por Miguel n. Lira), Cántico del amor que perdura y Tres cartas a Hans Castorp (1939), estas dos últimas, con grabados y viñetas de Francisco Díaz de León; Sombra de flor en el agua (1943), con grabados de Carlos Alvarado Lang, Luz en la muerte (1945), Canto panorámico de la Revolución (1952), Perfiles de gloria y Horizonte de sueños (1957); Vida de mi muerte (1960), sonetos con prólogo de Elías Nandino y dibujos de Elvira Gascón; Fiel trayectoria, selección poética y Atmósfera sellada (1961).

Su última obra fue Tu rostro derramado, publicada en 1974 por la editorial Montaner i Simón de Barcelona. De ella es el siguiente poema:

Virtud solar

Voy y vengo incansable
de norte a sur y de poniente a oriente,
por las laderas fértiles
que hacen dulce mi estío,
con la virtud solar de tu recuerdo,
tan vibrante y desnudo, que casi
es de nuevo presente.
Es como una fragante inmensidad
incitativamente delicada,
que desdoblo y desdoblo hasta cubrirme
con su lenguaje arcaico;
es la gota silvestre para beberse apenas
en las flores del júbilo;
la orilla cincelada
de un extraño universo,
que por ser tantas veces repasada,
va perdiendo el abril de sus contornos
y parece que nunca hubiera sido.

Pero es arena y lágrima,
y rescate a la oruga de mi pena,
y un alígero encanto en el candor del día,
y prosapia purísima en cunas de lealtad,
y un genuino rubor en la piel de mi estío,
y una brisa perpetua
en las vidrieras de mi alma,
que hoy se libró de su vestido de hojas
para llorarte a pausas
en la ventisca de lo irremediable.

El proseguir sin ti, es el comienzo
de mi vida en los lagos de mi muerte.
Las pasiones del aire desentumen
el espanto indecible que brota de mis ojos,
y en esta mi sin par desesperanza
alcanzo la gradual sabiduría,
de que sólo fue albura el tiempo de tenerte.

Clausuro mi ventana al faro de la noche
y al despiadado amanecer.
Ondas atormentadas,
vuelcan sus dimensiones
en la sinuosidad de mi silencio,
y del pretil de tu insondable ausencia,
trasmigran infantiles estrellas enlazadas
remontando el delirio de tu vuelo.