Opinión
Ver día anteriorJueves 25 de julio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Coquus
N

o todos los mexicanos vemos a España como la madre patria, a pesar de que nos heredara un idioma que predomina en la mayor parte de nuestro territorio y de tener y haber tenido amistad con españoles refugiados como la entrañable Josefina Oliva de Coll, la autora de La resistencia indígena ante la conquista editada por Siglo XXI. Vemos, ya con lejanía, al país ibérico como uno en que impera tanta corrupción como en el nuestro, con una monarquía decadente y propicia a todos los escándalos. Por ello metáforas como la freudiana expresada a la prensa por Cecilia Lemus de coger a la madre patria carecen de sentido, aunque revelan las intenciones de la autora y directora de Coquus y la razón de que eligiera un saladero español en su intento de unir la degustación del jamón ibérico con todos los placeres de la carne. Coproducen el grupo de la autora y directora y Alimentos Europeos.

No se mide Cecilia Lemus. Compara su escenificación con el Goya de los sueños de la razón producen monstruos y afirma, en ello tiene razón, de que no es estrictamente teatro en los términos de la academia (una inteligente espectadora la ve como una mezcla de teatro y performance), pero tampoco se puede decir que su propuesta, más propia de los años setenta y ochenta del siglo pasado, incida o vaya a incidir en los textos y montajes de otros autores. También afirma a la prensa: (mi obra) pierde convencionalidad en la medida en que gana el desarrollo de ideas, donde deja entrever intensidad y astucia configuradas de tal modo que permiten saborear cada frase como si paladeáramos el mismísimo jamón ibérico. Los autoelogios están a la orden del día y la creadora del Laboratorio de teatro Piel de salmón no los escatima.

Saborear cada frase, nos dice Lemus. Su escritura es muy presuntuosa, con aspiraciones poéticas, pero con aberrantes metáforas como la de los cuernos de la luna llena, que es redonda y no tiene cuernos como otras fases de nuestro satélite. Quien dice amar el lenguaje español lo menosprecia en esta escenificación tan malograda en que se pretende unir comida y sexo como resultado de una relación amorosa en siete escenas que van de la crianza del cerdo hasta la degustación –que se ofrece al final a los espectadores junto a un poco de vino–, entreveradas con las historias de tres personajes que supuestamente habitan entre las lonchas del jamón: dos hermanos, Coquus el jamonero y Crucio, el militar aman a Hispalis, la esposa de Coquus.

En un espacio diseñado por la propia Lemus, consistente en un piso de mosaicos sobre los que un puerco entero yace pintado, con un sillón y mesita elegantes en la esquina izquierda del espectador y un televisor pequeño al fondo en el que no se llegan a distinguir las imágenes, se suceden las acciones tras de que un hombre con máscara de cerdo, Verrinus incorporado por Fernando Briones, ejecuta un zapateado gracias al apoyo técnico coreográfico de Ruth Chávez López antes de sentarse en el cómodo sillón. Es este mismo Vernus el que colocará dos bolsas de papel, la segunda con hoyos para ojos y boca, sobre la cabeza de Hispalis, encarnada por Xóchitl López que ha aparecido en un inútil desnudo antes de ser vestida con las galas de una manola.

Y que aparecerá después con vestido corto y, alguna vez, con el velo de manola. Coquus, el criador de cerdos incorporado en pleno travestismo por Sharon L’Eglisse y su hermano militar Crucio, interpretado por Nancy Cordero, también en travestismo y también tras un desnudo, completan el elenco en el que se acreditan también Jerónimo Barriga –musicalizador e iluminador junto a la directora– y Alexis Briseño.

La idea de alternar con el público consiste en cambiar las cómodas butacas del teatro por incómodas sillas, a alguna de las del frente llegarán uno u otro actor o actriz por un momento. Y, fuera de cualquier interpretación que se haga de texto y montaje, cabe mencionar lo malos e inexpresivos que son los miembros del elenco, como algún momento de Xóchitl López y las supuestas transfiguraciones de Sharon L’Eglisse en un viejo caricaturizado por muecas y tonos chirriantes de voz, además de que todos gritan en lugar de enunciar y matizar los parlamentos, por lo que toda posible verosimilitud se pierde.