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Por amor, rebeldía, moda o promesa, el gusto de tatuarse

A pesar de ser motivo de exclusión, es práctica común entre jóvenes y adultos

Karen Martínez y Jaqueline L’Hoist: en el DF es la cuarta causa de discriminación

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Un tatuador plasma una figura con henna egipcia, pigmento que se desvanece en al menos dos semanas. La imagen fue tomada en mayo pasado durante la Feria de las Culturas Amigas que se instaló en Paseo de la ReformaFoto Yazmín Ortega Cortés
 
Periódico La Jornada
Viernes 26 de julio de 2013, p. 37

Cuando comienza, son como miles de inyecciones que penetran la piel. Pero el dolor no es tan intenso; incluso por momentos sólo se percibe un leve cosquilleo. Así se siente tatuarse. Al menos así lo sintió Melissa.

Las razones para marcar el cuerpo son muchas: algunos lo hacen por amor, otros por rebeldía, hay quienes siguen una moda o cumplen una promesa, pero en su mayoría quieren expresar algo, decirse algo. Ese es su caso: que cada vez que te mires al espejo te recuerde quién eres, qué haces, por qué estás aquí y nadie, pese a las ganas que tenga de ello, pueda alejarte de tu cometido.

En la actualidad los tatuajes son una práctica muy común entre jóvenes y adultos, a pesar de seguir siendo motivo de exclusión, como lo demuestra el hecho de que, según estadísticas, la apariencia es la cuarta causa de discriminación en el Distrito Federal, señalaron Karen Martínez, especialista en arte corporal e investigadora del tema desde hace más de 10 años, y Jaqueline L’Hoist, presidenta del Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación en el Distrito Federal.

Hoy se tatúan médicos, abogados, diplomáticos y hasta jueces, pero son incapaces de contratar a alguien que porte tatuajes, afirmó Martínez.

En opinión de L’Hoist, la discriminación del arte corporal es motivada, en principio, “porque muchas personas dicen ‘a mí no me gusta, yo no lo entiendo y entonces te rechazo y te excluyo’, pero también se da por un ejercicio de poder, pues hay quien puede llegar a pensar que es mejor persona por no estar tatuado”.

De acuerdo con Josefina de Peña, dermatóloga del hospital Ladislao de la Pascua, de la Secretaría de Salud federal, las personas que más llegan a consulta por un tatuaje buscan removerlo porque no les dan empleo, sobre todo quienes desean entrar a la policía.

Más que tener alguna infección cutánea quieren quitárselo, pues no les dan el trabajo. He visto varios casos de personas que quieren ser policías; piden que se lo quitemos, pues explican que es una condición para entrar a la corporación.

En la página de Internet de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal (SSPDF) uno de los requisitos para ser policía auxiliar es no tener tatuajes. Lo anterior puede consultarse en la página ssp.df.gob.mx

Ser y dejar ser

A Melissa la tatuó El Diablo. Es un tatuador de mediana estatura, viste sólo de negro, su cabello es larguísimo con rastas perfectamente cuidadas, delgado y con manos pequeñas. En el gremio es considerado uno de los mejores, por sus más de 16 años de experiencia.

Su especialidad, dice, son los retratos. Poder plasmar el rostro de alguien y captar cada rasgo, una sonrisa, la mirada. Normalmente se los hago a personas que perdieron a un ser querido, porque esa es su manera de preservarlo, de nunca olvidarlo, cuenta.

El estudio donde trabaja es un pequeño universo que puede transportar a cualquiera a un momento muy íntimo: sólo son el tatuador, tú y el sonido de la máquina a punto de comenzar, enmarcada con música heavy metal.

Ahí todos son y dejan ser, no importa si eres dark, fresa, hippie, punk o nada de lo anterior; la palabra discriminación no existe, es casi impronunciable, explica.

Hay una gran ventana que da a una avenida, pero el ruido de los automóviles y la muchedumbre no alteran el ambiente. La decoración es sutil. Apenas algunos sillones en la recepción y tres sillas en otro salón donde se trabaja entre dibujos a lápiz y tinta, guantes de látex y pigmentos.

Es allí donde otros tatuadores se acercan para ver cómo hace su trabajo El Diablo, quien asegura quedarse con un poco del alma de cada una de las personas que pasaron por sus manos, sin necesidad de que nadie se la haya vendido.