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Las musas de Rachmaninof, Chopin y Liszt, en tanga
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Periódico La Jornada
Sábado 27 de julio de 2013, p. a16

Michel Camilo al piano: sus manos son como dos colibríes que retozan en el aire y amartillan los marfiles del teclado.

El primer track de su nuevo disco, What’s up (discos Okeh), es un boogie que alborota las colmenas.

En tres décadas de una carrera volcánica, Camilo vuelve al formato de piano solo, solito y su alma, luego del disco de hace ocho años, titulado precisamente Solo, de la marca Telarc. El título, What’s up, nos recuerda de manera irremediable el dicho del dichoso Bugs Bunny: what’s up, doc? O lo que es lo mismo: ¿qué hay de nuevo, viejo?

Lo nuevo es que este disco pone a girar el planeta con más garbo y alegría que ayer, pero menos que mañana.

Lo viejo es lo nuevo: es decir: Camilo refrenda su valía como un jazzista original que deja años luz atrás el ya viejo concepto de jazz latino para abrir los márgenes de la música del mundo en un perol donde hierve lo mejor de la cultura afrocaribeña con la gran tradición pianística centroeuropea.

A sus 59 años, este tecladista dominicano entrega alma, vida y corazón en 11 tracks impecables donde campean siete composiciones suyas y cuatro clásicos de lujo marginal, donde destaca una versión alucinante del clásico de Paul Desmond: Take Five, donde las manos de Camilo no padecen sino gozan de una dulce esquizofrenia cabal porque lo que hace la mano izquierda no tuviera que ver con lo que hace la derecha y el resultado es una serie poliédrica de cantos, contracantos, puntos contrapuntos en una polirritmia enfebrecida.

Michel Camilo al piano asemeja un personaje de la novela Concierto barroco, de Alejo Carpentier: un Franz Liszt del Caribe, un virtuoso de los salones dieciochescos pero en pleno trópico. Sabrosura rítmica, candencias sensualísimas en síncopa, acentos chopinianos en la molienda del café, atmósferas románticas en el sudor de los plantíos de platanares; una pianola sembrada a mitad de los manglares; una música a caballo entre la playa y el oleaje; una percusiva incisión de teclas elevadas por las olas del Caribe: Franz Liszt, sí, pero con son montuno.

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Los efluvios a lo Rachmaninof también, pero con la cadencia de un bolero, la caricia de una rumba, el candor de un chachachá. Remolinos, vientos alisios y arrugados, aire caliente puesto en la caja del piano para hornear bizcochos y tomarlos con café cargado. Se cimbra la caja acústica bajo los pies del músico y hace al escucha balancearse suavemente en su asiento, entrecerrar los ojos en las cadencias danzoneras, asentir con la cabeza todo el tiempo y repetidamente pues la marcación del ritmo nos tiene hipnotizados.

Michel Camilo al piano pone a Franz Liszt, Frederic Chopin y Serguei Rachmaninof a tomar el sol en una playa del Caribe, con sus musas en tanga.

El track noveno, Chan Chan, hace de la composición de Compay Segundo una delicia renovada y de alto cerro vamos para Marcané, llegamos a Mayarí, y el cariño que te tengo no te lo puedo negar, se me sale la babita, yo no lo puedo evitar...

Michel Camilo al piano solo, solito y su alma, congrega ángeles morenos a la caja de resonancia de su Steinway & Sons, mulatas aladas accionan los pedales, hadas topless se posan en las teclas negras, también llamadas bemoles y entonces los chupamirtos aparecen en sobrevuelo de zumbido y anhelo, de suspiro y sudor, con harto jícamo y tumbao.

Michel Camilo al piano. Sortilegio.

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