Opinión
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Paseo nuevo
A

l transitar por la avenida Bucareli resulta difícil imaginar que antaño fue una bella calzada sombreada por tupidos fresnos, que se llamó Paseo Nuevo.

La mandó construir el virrey Antonio María de Bucareli, por lo que el pueblo la bautizó como Paseo de Bucareli. Fue inaugurada en 1778 y se volvió un sitio de encuentro de la sociedad capitalina.

Tenía tres hermosas fuentes, de las cuales sólo sobrevivió la que ahora adorna la recién renovada Plaza de Loreto, atribuida por algunos a Manuel Tolsá y por otros a Lorenzo de la Hidalga.

Muchos cronistas dejaron testimonio del célebre paseo, entre otros, la afamada marquesa Calderón de la Barca, quien escribió: Ayer, por ser día de fiesta, el Paseo estaba lleno de carruajes y, en consecuencia, mucho más brillante y divertido que nunca. Este Paseo es el Prado mexicano o el Hyde-Park... El Paseo llamado de Bucareli, que toma su nombre de un virrey, es una larga y ancha avenida orlada con los árboles que él mismo plantó, y en donde se halla una fuente grande de piedra, cuyas centelleantes aguas se asemejan frescas y deliciosas, y que remata una dorada estatua de la Victoria. Aquí, cada tarde, pero de preferencia los domingos y días de fiesta, éstos últimos no tienen fin, se pueden ver dos largas filas de carruajes llenos de señoras, multitud de caballeros montando a caballo entre el espacio que dejan los coches, soldados, de trecho en trecho, que cuidan el orden y una muchedumbre de gente del pueblo y de léperos, mezclados con algunos caballeros que se pasean a pie... Este Paseo goza de una hermosa vista de las montañas...

A la vera de la avenida se levantaron hermosas construcciones, la mayoría ya desaparecidas. Entre las pocas sobrevivientes está el Palacio de Cobian, que mandó construir en 1903 el algodonero Feliciano Cobian, al arquitecto Emilio Dondé; actualmente es la sede de la Secretaría de Gobernación.

En 1912, Ernesto Pugibet, dueño de la cigarrera El Buen Tono, le encargó al ingeniero Miguel Ángel de Quevedo que construyera un conjunto de privadas para que vivieran sus trabajadores. De ladrillo rojizo, las callecitas de las encantadoras privadas conservan los nombres de las distintas marcas de cigarrillos que fabricaba: Ideal, Gardenia y Mascota.

En 1921 se edificaron las oficinas del periódico El Universal y dos años más tarde el arquitecto italiano Silvio Contri, diseñó el edificio del diario Excélsior. Él fue el autor del imponente Palacio de Comunicaciones, hoy sede del Museo Nacional de Arte.

Tres años más tarde se inauguró el primoroso Edificio Vizcaya, en un estilo afrancesado. Había sido diseñado para albergar a diplomáticos extranjeros y funcionarios porfiristas, pero su conclusión se detuvo varios años por la Revolución mexicana.

En 1923 el torero Rodolfo Gaona adquirió un amplio predio en la glorieta que alberga el Reloj Chino, obsequio de ese país a Mexico, con motivo del Centenario de la Independencia. Ahí mandó construir un extravagante edificio en estilo neocolonial, con tezontle y azulejo.

En este sitio tiene su sede desde hace más de medio siglo el Castillo de la Magia, una alucinante tienda de magias y bromas. La atiende su dueño, el mago Chams, lúcido y simpático, a sus 85 años todavía asombra con sus trucos. Fue maestro de David Copperfield, quien aún lo visita cada vez que viene a México y con el que aparece en una fotografía de gran tamaño. De Estados Unidos y Latinoamérica vienen magos profesionales a comprar las magias que elaboran artesanalmente. Es también el paraiso de los payasos.

Con el buen sabor que nos dejó el mago Chams, caminamos un par de cuadras a la calle de Lucerna 12, a saborear comida yucateca. Aquí se encuentra el Círculo del Sureste, que ya cumplió 66 años de antigüedad. De inicio una cerveza Montejo para botanear con unos papadzules. Inevitables la sopa de lima y los tacos de cochinta pibil. Si es de buen diente agréguele un relleno negro o un frijol con puerco. De postre el pan de elote con rompope.