Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 28 de julio de 2013 Num: 960

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Svevo, el interiorista
Ricardo Guzmán Wolffer

La escritura migrante
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Yuri Herrera

La magia de Michel Laclos
Vilma Fuentes

El león de Calanda
Leandro Arellano

Buñuel en su liturgia:
El último guión

Esther Andradi

Buñuel y el surrealismo
de la realidad

Xabier F. Coronado

Buñuel, Cortázar y la venganza de Galdós
Ricardo Bada

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


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Alonso Arreola
@LabAlonso

Rodríguez

Luego de una semana de conciertos y desvelos, las lluvias pasan factura y penetran la piel. Garganta y huesos discuten por ver quién logra sus mejores daños en el cuerpo. Estamos tirados, apenas moviendo el dedo que neciamente busca algo en la televisión. Minutos que parecen horas y nada. De pronto, un gran escenario y, al centro y al frente de él, un hombre que nos parece conocido. Tiene el pelo largo y lacio, claramente pintado, pues sus arrugas acusan una edad superior a la que esconde esa lejanía frente a quienes lo aclaman. Lleva sombrero y gafas oscuras. Toda su ropa es negra. No parece importarle que sus rasgueos en la guitarra se salgan de tiempo. Incluso rompe la estructura de la canción. Es evidente. Alarga el coro, se detiene y avanza de nuevo obligando a sus músicos a perseguir ese instinto en el que sospechamos falta de práctica. Lo reconocemos entonces. La curiosidad nos embarga. ¡Así queríamos verlo!

Intentamos incorporarnos, como si ese movimiento ayudara a entender mejor lo que observamos; como si erguirnos le recordara al cuerpo que somos hombres, seres pensantes que pueden resolver problemas de cierta especie, más allá de simplemente dejarnos llevar. Renunciamos. Nos dejamos llevar. Se puede con la música de este hombre, con las letras de este hombre, con el canto de este hombre al que ciertamente llegamos tarde, tardísimo, en dos sentidos. Primero porque los dos discos que hace sonar por el mundo fueron grabados hace cuarenta años; segundo porque el revuelo que causó su “descubrimiento” hipnotizó al mundo hace varios meses, cuando nos resistimos a abordarlo en estas páginas, esperando a ver qué ocurría con su carrera.

No se desespere la lectora, el lector, ya decimos su nombre: Rodríguez. Así nomás. Y el festival en el que está tocando en la televisión es Glastonbury 2013, el mayor de Inglaterra. Se trata del protagonista del multipremiado documental Searching for Sugar Man, centro mismo de una historia surrealista con final feliz. Intentaremos resumirla en un párrafo. Confíe quien nos lee en ciertas frases aunque parezcan exageraciones o juicios reduccionistas. Va.

Vida de Sixto Díaz Rodríguez: con ascendencia mexicana aunque nacido en Detroit, un estudiante convertido en albañil decide que puede hacer canciones para interpretarlas con voz y guitarra, a finales de los sesenta. Por azares del destino, un par de productores lo escuchan en un bar y deciden grabarlo. Nada pasa con su álbum debut. Un segundo productor hace nuevos intentos y lo produce en Inglaterra. Nada pasa con su segundo álbum. Todos renuncian y él regresa a su difícil vida, mientras lucha por guiar a sus hijas en un camino cercano a las artes, en medio de la pobreza. Durante el apartheid más furibundo, algún visitante lleva a Sudáfrica un casete con las canciones de Rodríguez, dedicadas sobre todo a la decadencia urbana. Algunos amigos comienzan a copiar la cinta y la obra empieza a volverse conocida, fundamental para el movimiento libertario. Al paso de los años, distintos sellos discográficos distribuyen las obras de este paisano en ese territorio, y se va haciendo más famoso que los Beatles o los Rolling Stones (literal). Claro, él nunca se entera ni los responsables de su catálogo en América (Motown Records) se lo avisan. Él sigue cargando tabiques, envejeciendo paupérrimamente.

Al sur del continente negro (en su parte más blanca), se dice por décadas que Rodríguez murió suicidándose en un escenario. La leyenda crece hasta que, de maneras laberínticas, un individuo decide averiguar la verdad y lo descubre con vida, en su natal Detroit, para luego lograr que vaya a África a finales de los noventa y conocer así el verdadero impacto de su música en aquellas tierras, para comenzar una nueva vida dando conciertos masivos, lo que finalmente queda registrado en el mentado documental que nos ocupa y que ganara el Oscar en 2012. Una pieza que no se debe perder quien llega a estas líneas, no sólo por lo curioso de la historia sino por el valor de sus composiciones. Realmente son magníficas y sus arreglos notables, pese a sus ligas con la psicodelia. Influenciado por Dylan, Hendrix, Cohen y la invasión británica, la dulce voz de Rodríguez flota entre cuerdas, alientos, teclados y muy distintos timbres añadidos con cariño, llegando a una sofisticación de altos vuelos.

Así las cosas, no podíamos dejar pasar una semana más sin recomendar canciones como “Sugar Man”, “Only Good for Conversation”, “Inner City Blues” y “Like Janis”, todas del disco Cold Facts; o como “A Most Disgusting Song” y “Cause” del álbum Coming From Reality. Si nos tardamos en hacerlo fue porque necesitábamos que llegara el día, el momento de ver a Rodríguez, de sentir a Rodríguez fuera de un documental, existiendo musicalmente por sí mismo. Y hoy sucedió. Buen domingo.