Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 28 de julio de 2013 Num: 960

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Svevo, el interiorista
Ricardo Guzmán Wolffer

La escritura migrante
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Yuri Herrera

La magia de Michel Laclos
Vilma Fuentes

El león de Calanda
Leandro Arellano

Buñuel en su liturgia:
El último guión

Esther Andradi

Buñuel y el surrealismo
de la realidad

Xabier F. Coronado

Buñuel, Cortázar y la venganza de Galdós
Ricardo Bada

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Orlando Ortiz

Algunos ¿consejos?

Después de aproximadamente cuarenta años de deambular por talleres de creación literaria a lo largo y ancho de la República, encuentro que una constante en la mayoría de ellos ha sido el reclamo de los talleristas por “consejos” para escribir. Reconozco haber pecado de parco, pues casi siempre mi respuesta ha sido:  “escriban”.

Si estoy en uno de mis días de parlanchín –por cierto ba stante pocos en el año–, añado: “a nadar se aprende nadando, lanzándose al agua, no leyendo diez o veinte libros sobre la técnica y los estilos de natación. Pueden leerlos, pero no impedirá que al lanzarse al agua se vayan al fondo o queden paralizados y sin saber qué hacer”.  Eso lo agrego porque abundan los volúmenes titulados Cómo escribir una novela, o Cómo escribir cuentos, o poesía… y pueden ser interesantes, no para aprender, sino para entretenerse cuando uno ya es escritor.

En algunos casos, que dependen de la sinceridad que detecte en las inquietudes literarias de los talleristas, los remito a Juan de Mairena, de Antonio Machado, volumen que no contiene consejos para los jóvenes que aspiran a escribir, sino pasajes que llevan a la reflexión sobre lo literario y la escritura –entre otras cosas, de las cuales no se libran lo filosófico ni lo político. Si mal no recuerdo, en las primeras páginas, si no es que en la primera, se encuentra una escena en la que Mairena invita a pasar al pizarrón a uno de sus alumnos y le dice que escriba (cito de memoria) “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”, en seguida lo exhorta a que ponga tal expresión en lenguaje poético. El joven, después de pensarlo por un rato, escribe:  “Lo que pasa en la calle”, y Mairena observa:  “No está mal.”

¿Cuál es el chiste de este cuadro, en apariencia tan simple? Mostrar que literatura no son palabras bonitas, engolamiento de la expresión ni sintaxis retorcidas; tampoco abuso en las metáforas y demás figuras de dicción y pensamiento (ahora llamadas metábolas y qué sé yo cuántas bolas más), o exceso de imágenes y cripticidad del texto. (“La obra es más literaria si no se entiende”, parecen pensar algunos jóvenes. Y conste que no estoy en contra de los textos crípticos, sino de los ininteligibles, porque no se tiene nada que decir y quiere aparentarse que se está diciendo mucho, o algo interesante.)

La otra cara de la moneda es cuando detecto que el grupo o la mayoría de ellos se preocupa demasiado por “escribir correctamente”, al grado de que si alguno de sus personajes se detiene en un estanquillo para tomarse una Coca Cola, considera un atentado a las buenas costumbres (y reglas) del idioma mencionar la marca y escribe “tomó un refresco de cola”. Mas, como decía mi padre: "ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre". Por otra parte, yo acostumbraba decir a mis alumnos –de la época en que Ana Clavel estaba en el grupo–: suéltense el pelo, no se repriman en cuestiones lexicales o temáticas, todo se vale, a condición de que se haga bien.

Lo anterior se debe a que en ocasiones al escritor no le basta con escribir “poéticamente” –en la acepción de Mairena–, necesita encontrar algo más, pues (valga el absurdo) lo que enuncia el enunciado no basta para lo que él pretende suscitar en el lector. El escritor, a veces, quiere y tiene algo que decir, pero no basta con decirlo, hay que conseguir la manera de que ese algo se quede en el receptor, y eso únicamente puede ser la forma de decirlo; misma que tal vez pierda “poeticidad” pero alcance mayor eficacia prosaica.

Así las cosas, aparece de nuevo la relatividad, la imposibilidad de verdades absolutas y por lo tanto de dar algún consejo. Es absurdo dar consejos. (Eso también es algo que se presenta en los talleres, el tallerista que por haber asistido a otro taller dice a su compañero:  “yo te aconsejo...”) Si acaso, se puede alertar a los aprendices de escritor, darles algunas recomendaciones que estarán siempre relacionadas con el momento, el tema o sus posibilidades, pero no más.

Si mal no recuerdo, el mismo Juan de Mairena decía a sus alumnos algo así como (de nuevo cito de memoria): “Yo no vengo a enseñarles nada, nada aprenderán de mí, sólo vengo a sacarlos de la inercia en la que viven, a inquietarlos, a sembrar la duda en ustedes, a preocuparlos, a hacerlos pensar.” De ahí que, a fuer de ser sincero, regreso a lo que aseveraba al principio de esta columna, convencido de que estoy en lo cierto: cuando algún alumno me pide consejos para ser escritor, sólo puedo decirle, honestamente: escribe.