Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 28 de julio de 2013 Num: 960

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Svevo, el interiorista
Ricardo Guzmán Wolffer

La escritura migrante
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Yuri Herrera

La magia de Michel Laclos
Vilma Fuentes

El león de Calanda
Leandro Arellano

Buñuel en su liturgia:
El último guión

Esther Andradi

Buñuel y el surrealismo
de la realidad

Xabier F. Coronado

Buñuel, Cortázar y la venganza de Galdós
Ricardo Bada

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Columnas:
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Enrique López Aguilar
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Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
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Cinexcusas
Luis Tovar


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La notable secuencia de La última cena en Viridiana.  Foto: Janus Films
Buñuel
y el surrealismo de la realidad

Xabier F. Coronado

Uno no puede hablar de cine sin hablar de literatura, de teatro, de pintura y de música...
Muchas artes se convierten en una sola

Akira Kurosawa

Se puede decir que el cine y Luis Buñuel (1900-1983) nacen con el siglo y que sus vidas transcurren paralelas. Buñuel es un realizador imprescindible que a través de sus películas nos permite observar la historia de la cinematografía. Su obra se desarrolla desde el cine mudo hasta la época en que nuevas técnicas audiovisuales se habían incorporado a los rodajes. El mundo de sus películas es una realidad abierta a lo imposible, llena de referencias sociales y culturales del tiempo que le tocó vivir.

Luis Buñuel procedía de una familia burguesa con raíces en el medio rural; fue el primogénito celebrado y consentido; recibió una educación católica tradicional que él desafiaba mostrando un carácter transgresor y contradictorio. Todos estos factores determinantes se reflejaron en su obra. Al final de su vida, escribió un libro de memorias, Mi último suspiro, lleno de detalles profesionales y anécdotas de todo tipo.


Luis Buñuel dirige a Edith Scob durante la filmación de La via láctea

Hay otros dos libros imprescindibles para conocer su obra: Conversaciones con Buñuel, de Max Aub, y Luis Buñuel: prohibido asomarse al interior, de José de la Colina y P. Turrent; ambos tienen como hilo conductor conversaciones con el director aragonés. Además, existe una interesante y amplia bibliografía sobre Buñuel donde podemos encontrar: Biografía crítica, de José F. Aranda; El ojo de Buñuel, de Fernando Cesarman, y varios libros de un especialista en su obra, Agustín Sánchez Vidal.

La obra cinematográfica de Buñuel, un total de treinta y dos películas, se inicia con un enfoque surrealista muy personal. El perro andaluz (1929) y La edad de oro (1930) son los primeros elementos de un cosmos inquietante y confuso que se cierra medio siglo después con El fantasma de la libertad (1974) y Ese oscuro objeto del deseo (1977). Una obra esférica donde destacan piezas maestras como Los olvidados o Viridiana. Un periplo circular que nos lleva al punto de partida porque las formas se reencuentran y las intenciones se mantienen hasta el final: “El pensamiento que me sigue guiando hoy, a los setenta y cinco años, es el mismo que me guió a los veintisiete años. Es una idea de Engels. El artista describe las relaciones sociales auténticas con el objeto de destruir las ideas convencionales de esas relaciones, poner en crisis el optimismo del mundo burgués y obligar al público a dudar de la perennidad del orden establecido.”

La vida de Buñuel fue un viaje por etapas sin destino, se adaptó a las circunstancias cuando la situación lo requería y remó a contracorriente cuando supo con certeza que tenía que llegar a una playa determinada. Buñuel fue un ensoñador en bares solitarios; entre tragos elaborados y obsesiones recurrentes buscaba imágenes cargadas de símbolos para romper la realidad aceptada.

Su obra, compleja y plural, transpira erotismo contenido, exhibicionismo distante y sexualidad oculta o frustrada. Explorador de los laberintos de las relaciones humanas, Buñuel afirmaba que sus películas “hablan de la búsqueda de la verdad, que es preciso huir en cuanto cree uno haberla encontrado, del implacable ritual social. Hablan de la búsqueda indispensable, de la moral personal, del misterio que es necesario respetar”.

Literatura y cine

Yo puedo tener alguna importancia como cineasta,
pero hubiera dado todo gustoso a cambio de poder ser escritor

Luis Buñuel

Luis Buñuel comienza a expresarse como autor a través de la literatura. Conoció a tres generaciones de escritores pero sus referencias cercanas fueron sus amigos Lorca y Pedro Garfias. Siempre inconforme, inquieto y transgresor, rechazó los modelos acreditados y se fascinó con los despropósitos de un escritor provocativo y peculiar: Ramón Gómez de la Serna. Esta influencia, constatable tanto en su corta producción literaria como en su manera de hacer cine, es señalada por Max Aub: “Las películas de Buñuel son a menudo encadenados de greguerías al estilo de don Ramón.” De hecho, existió un proyecto bastante avanzado de realizar una película basada en relatos de Gómez de la Serna que no se llegó a concretar. Buñuel también tuvo una relación larga y estrecha con Moreno Villa.

La obra literaria de Buñuel, recopilada en su totalidad por Sánchez Vidal (Obra literaria; Heraldo de Aragón), tiene desde su origen tintes surrealistas. Años después, opinaba que el surrealismo había sido un modo de manifestarse que se dio simultáneamente en diversos lugares: “El surrealismo fue, ante todo, una especie de llamada que oyeron aquí y allí ciertas personas que utilizaban ya una forma de expresión instintiva e irracional, incluso antes de conocerse unos a otros. Las poesías que yo había publicado en España antes de oír hablar de surrealismo dan testimonio de esta llamada que nos dirigía a todos hacia París.”


Silvia Pinal y Fernando Rey en una escena de Viridiana

Sus primeros textos se publicaron en revistas de vanguardia (Ultra, Horizonte, Hélix, etcétera), cuando Buñuel estaba en la Residencia de Estudiantes. Después escribió una obra de teatro surrealista, pionera en la literatura española, Hamlet (1927); y reunió en un libro inédito (Polismos) un conjunto de prosa y poemas que aparecieron por separado en revistas literarias. También publicó, entre 1927 y 1929, interesantes artículos sobre cine en Cahiers d’Arts y La Gaceta Literaria; y escribió numerosos guiones cinematográficos. Posteriormente, se publicó en México “El cine instrumento de poesía”, una conferencia donde Buñuel afirmaba: “El cine es un arma maravillosa y peligrosa si la maneja un espíritu libre. Es el mejor instrumento para expresar el mundo de los sueños, de las emociones, del instinto.” (Universidad de México, 1958).

La raíz literaria de Buñuel –que se nutre de los autores clásicos, de la novela picaresca, de Galdós, del Marqués de Sade y los escritores rusos y franceses– está presente en sus películas. Por otra parte, su filmografía está llena de adaptaciones literarias. En sus inicios participó, como ayudante de Jean Epstein, en el rodaje de La caída de la casa Usher (1928), basada en el relato de Poe. En su época de productor cinematográfico en Madrid, una obra de Arniches dio lugar a Don Quintín el amargao (1935) que en México se rehízo como La hija del engaño (1951).

En su etapa mexicana se sucedieron las adaptaciones: El gran calavera (1949), a partir de una obra teatral de Adolfo Torrado; Una mujer sin amor (1951), basada en Pierre et Jean, relato de Maupassant; Robinson Crusoe (1952), de Daniel Defoe, primera película filmada en América en Eastmancolor; Abismos de pasión (1954), interesante adaptación de Cumbres borrascosas, de Emily Brontë rodada en la sierra de Guerrero; la versión de la novela de Usigli Ensayo de un crimen (1955); El río y la muerte (1955), basada en una novela de Raúl Álvarez Acosta, y Nazarín (1959), de su admirado Galdós.

También algunas de sus películas francesas son adaptaciones literarias, es el caso de Así es la aurora (1956), rodada en Córcega a partir de un relato del escritor Emmanuel Roblès, amigo de Max Aub; Los ambiciosos (1959), partiendo de una novela de Henry Castillou; Diario de una camarera (1964), basada en el libro de Octave Mirbeau; y Belle de jour (1967) surge de una historia de Joseph Kessel que a Buñuel le parecía una “novela melodramática, pero bien construida”.

La adaptación de Tristana (1970) es bastante fiel al original porque, igual que en Nazarín, el personaje principal mantiene el modelo de la novela de Galdós aunque, como señala el propio Buñuel, “introduje considerables cambios en la estructura y el clima de la obra, que situé también, como había hecho con el Diario de una camarera, en una época que yo había conocido, en la que se manifiesta ya una clara agitación social”.

El guión de otras películas se basa en ideas sugeridas por lecturas que interesan a Buñuel; así ocurre con Simón del desierto (1965), su última película mexicana, que tiene su origen en un libro que Lorca le había recomendado leer en la Residencia, La leyenda áurea –una versión del padre Festugiéres del original latino escrito en el siglo XIII por Jacobo de la Voragine–, que narra la vida de Simeón el Estilita. Asimismo, La vía láctea (1969) se fragua a partir de la lectura de una obra de Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles; sobre este filme, Buñuel comentó que “todo lo que se ve y se oye en la película descansa sobre documentos auténticos. Comenzamos con un largo trabajo de investigación presidido por el Diccionario de las herejías, del abate Pluquet”.

En su última película, Ese oscuro objeto del deseo (1977), se realiza el proyecto de adaptar la novela La mujer y el pelele, de Pierre Louÿs. Aunque bastante fiel al libro, Buñuel cambia el sentido del relato original y utiliza dos actrices (Ángela Molina y Carole Bouquet) para hacer el mismo personaje. La escena final, donde una mujer zurce con esmero un encaje ensangrentado, es su última toma como director de cine y en ella evoca la imagen de La encajera, de Vermeer que aparecía en Un perro andaluz. De esta forma retrospectiva, Buñuel cierra el círculo de su obra y deja una rúbrica magistral como colofón a su carrera cinematográfica. Al comentar esa escena, el propio autor reconoce que “me conmueve sin que pueda decir por qué, pues permanece para siempre misteriosa…”

El surrealismo de la realidad

Lo más admirable de lo fantástico es que lo fantástico no existe, todo es real
André Bretón

Luis Buñuel se proyecta a sí mismo en unas memorias que aportan muchos datos sobre su quehacer profesional sin apenas referirse a su vida privada. Habla de sí mismo, de su infancia y juventud, de sus amigos, de su obra, gustos y manías. La vida familiar de Buñuel fue reflejada por su esposa, Jeanne Rucar, en el libro Memorias de una mujer sin piano que nos da la visión de quien convivió con él más de cincuenta años.

El autor que crea imágenes audaces hasta la provocación, frente al hombre de familia austero, celoso y conservador. Buñuel mantenía el equilibrio entre pulsiones encontradas: hacia afuera, sus obras más personales intentaban quebrantar la educación recibida que, en privado, tal vez dominaba su manera de ser.

Buñuel es un ateo confeso, un anarquista que afirma: “conservo buen recuerdo de los jesuitas y del servicio militar. Allí vi y aprendí cosas que no pueden aprenderse en otro sitio”. Al conversar con sus amigos era consciente de sus contradicciones y reflexionaba sobre ellas: “soy revolucionario, pero la revolución me espanta. Soy anarquista, pero estoy totalmente en contra de los anarquistas. […] Sin embargo, cuando cierro los ojos, yo soy nihilista. De verdad. Un nihilista total, sin reservas de ninguna clase. Pero cuando los abro, me doy cuenta de la imposibilidad [...] Sí. Y soy sadista, pero un ser completamente normal.” (Max Aub, 1985). Buñuel mantuvo la contradicción hasta el final al declarar: “Soy actualmente escéptico, digamos que un escéptico bien intencionado. Quiero decir que conservo mi simpatía hacia aquellos que creen en lograr una sociedad mejor, y si puedo, ayudaré a que así sea.” (José de la Colina y P. Turrent, 1986)

La explicación definitiva está en estas palabras que nos deja en sus memorias: “He pasado toda mi vida bastante cómodamente entre múltiples contradicciones, sin intentar reducirlas. Forman parte de mí mismo, de mi ambigüedad natural y adquirida.”

En la obra de Buñuel se constata la contradictoria realidad del artista. Por un lado aceptar que no puede cambiar el mundo pero, a la vez, tener que cumplir la misión que tiene encomendada: mantener vivo un margen de disidencia continuo, un inconformismo necesario como razón de ser. Sus películas son piezas de un rompecabezas que al juntarse alcanzan la magia de la unidad. El resultado es una imagen insólita, un mapa detallado de la vida, donde sueño y realidad se funden, donde libertad y frustración van de la mano con los fantasmas que pueblan la cotidianidad de nuestra existencia.

En definitiva, Buñuel nos muestra el surrealismo de la realidad, donde se cumplen los sueños más inútiles y se perpetúan las contradicciones más absolutas. El conjunto de su obra pone en evidencia la tiranía de un mundo desatinado que no nos permite ser en libertad.