Opinión
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Pasan los días…
Y

pasan las semanas, y no pocos meses y nada sabemos aún de la reforma educativa en concreto. Rafael Aréstegui Ruiz recuerda ( El Financiero, 25/7/13) el momento en que Gilberto Guevara Niebla escribió y coordinó el libro La catástrofe del silencio (FCE, 1992). Los autores, escribe, se preguntaban entonces qué sucedió con el carácter virtuoso que en los años cuarenta imprimió a la política educativa Jaime Torres Bodet.

En ese diagnóstico llevado a cabo hace más de 20 años ya se señalaba como uno de los retos más importantes de la educación, que el Estado debería recuperar su poder en materia de la rectoría educativa, acotando el desmesurado poder que ya para entonces tenía el sindicato.

El libro señalaba, nos recuerda Aréstegui, que las desigualdades se acentuarían debido a las graves desigualdades de los contextos educativos; analizaba el desafío de la calidad [que] reclamaba revisar la formación y actualización de la formación de los docentes, [los] mecanismos de promoción, así como evaluar al conjunto del sistema educativo, revisando todos los factores que incidían en el rendimiento escolar; enfrentar el reto del financiamiento y encarar, asimismo, el desafío de la productividad, el empleo y la revolución científico-tecnológica, que ya desde entonces era evidente la disparidad y desventaja con respecto a los requerimientos del país.

Frente al texto, publicado durante el periodo de gobierno de Carlos Salinas, Aréstegui se pregunta: “¿Por qué se guardó silencio entonces? Ante la exigencia de esos cambios no se actuó, pero no fue por descuido u olvido. Deliberadamente se apostó por mantener el control sindical y en consecuencia se propició la catástrofe al punto que hoy se inicia la recuperación del papel rector del Estado en materia educativa, pero no se ven –ni por asomo– cómo se abordarán el resto de los retos del sistema educativo, actuando con base en proyectos aislados y ocurrencias”.

En efecto, el ímpetu mostrado por el Ejecutivo actual en un primer momento, parece acallarse, detenerse, oscurecerse, tender a otra catástrofe del silencio. El 16 de abril pasado, escribí en este espacio: Nunca no es un absoluto. Pero sí refiere a plazos indefinidamente prolongados. México vive horas de una oportunidad decisiva para su futuro, que coexiste con una mezcla de crispación social y voluntades y opiniones que tiran en todas direcciones sin orden ni concierto en el tema educativo. Si bien este maremágnum no llevará la sangre al río, puede, sí, desembocar en la estación histórica en que ha permanecido: nunca se iniciará la reforma educativa.

El 23 de abril escribí un segundo artículo con el mismo título Ahora o nunca, comentado la vulnerabilidad de la que está rodeada la educación (como tantas otras actividades), por la aplicación política de la ley. Apenas el pasado 16 de julio, en este espacio escribí: La crispación de los profesores y sus acompañantes debido a algo inexistente llamado reforma educativa continúa creciendo. Si el pragmatismo político conduce la agitación magisterial a congelar la reforma constitucional y a dejar sin funciones al INEE, se habrá dado un tajo de muerte, para muchas décadas, no sólo a la educación sino al futuro del país mismo, de la peor de las maneras: sacrificando a generaciones y generaciones de niños y jóvenes mexicanos.

Leo el artículo de Carlos Ornelas ( Excélsior, 24/7/13) El arquetipo de Atenco: “El éxito de los atenquistas se debió a su cerrazón, a no aceptar ningún arreglo que no fuera el que demandaban…, no ofrecer batallas y recular frente a los machetes selló la derrota del gobierno del presidente Vicente Fox. Las negociaciones de la Segob con la CNTE y de otras ramas del gobierno con el SNTE rememoran aquellos detalles. Se dirá que en los tiempos de Fox no había oficio político, lo que hoy sobra; tal vez, pero lleno de cautela y timidez. Ya hasta se terminaron las declaraciones de que no habrá marcha atrás. Vamos, hasta se retrocedió en las sanciones que se impusieron a los maestros de Guerrero que pararon clases, tomaron la autopista y destruyeron oficinas de los partidos y del gobierno”. Así de preocupantes, en efecto, están las cosas por hoy, respecto a lo que sigue siendo una incógnita: la reforma educativa.

Es claro que se trata de dos problemas del todo distintos, pero la analogía vale en un punto central: la perseverancia obcecada de la postura conservadora a raja tabla –por decir lo menos– de quienes están en contra de las reformas a los artículos tercero y 73 de la Constitución que establecen reglas elementales de la carrera académica de un profesor, aunque eso no sea una reforma educativa.

Podemos suponer que el gobierno y los partidos están en un brete respecto al orden de su agenda política: es claro que el gobierno abrió simultáneamente tres frentes de batalla que ahora no halla cómo enfrentar…, simultánea o sucesivamente: la reforma energética –que probablemente se topará con la mayoría de la sociedad–, la reforma educativa –que enfrenta al poder conservador fáctico del SNTE y la CNTE–, y la reforma fiscal que enfrentaría al poder fáctico del gran capital, si fuera una reforma en alguna medida progresiva; o a los sectores medios y de bajos ingresos, si la reforma es regresiva. Un intríngulis de mil circunvoluciones.