jornada


letraese

Número 205
Jueves 1 de Agosto
de 2013



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín Hurtado

La gallina prieta

Para curarme unos incordios tercos y dolorosos acepto visitar a la Silvana, la curandera más famosa de la Pancho Villa. Acompaño a la Selma. Donde la ciencia y la medicina fracasan, la Silvana triunfa con sus ingenios terapéuticos: realiza limpias, lee el Tarot, quita el maldeojo y manchas renuentes de prendas exquisitas. Dicen que es experta en expulsar demonios, regresar amantes fugitivos, escrutar la piedralumbre, levantar vejigas caidas, elaborar infames amuletos con dientes de cadáveres, enderezar cuchos y jorobados, reparar corazones afligidos, desterrar malos vecinos, serenar bebés entripados y realizar amarres de brujería negra para desatarlos con magia blanca. Recupera abuelos extraviados, desfoga la paridera de las hembras horras y hasta predice el premio mayor de la Lotería Nacional.
Por supuesto que una saurina tan eficaz cobra muy bien por sus oficios. ¡Ay de aquel que pretenda engatusarla, seguro vivirá sólo para lamentar su osadía! “Ai lo que sea su voluntad”, responde con falsa humildad cuando concluye su ardua labor y un ciego que está a mi lado recupera la visión. “Cuidado con lo que le pidas, jota, con ella seguro se te concede, creo que sus honorarios rondan, por lo bajo, un poquito más de lo que vale tu alma”, me dice la Selma devotísima y burlona. Según sea el sapo…
Yo no creo nada en estas artes, vengo por curiosidad y hasta con miedo, no vaya a ser que la vidente descubra mi escepticismo y yo salga aún más aporreado. La casucha de la curandera se levanta en medio del terregal, con maderos podridos y láminas de reciclaje. Para la Selma aquel piojero es un magnífico sanatorio, digno de gente de alcurnia, donde –afirma llena de orgullo– vienen carros último modelo con damas encopetadas en pos de un remedio para sus dolencias.
La Selma no quiere saber nada de la medicina moderna. Su fe en las ciencias ocultas es vigorosa, como la voz de la Silvana. La curandera le grita desde el traspatio, donde vibra al sol una tanda de ropa blanca, rodeada de su corte de milagros: “Ahí vienes otra vez, maricona, si vieras el horror del  malpuesto que traes encima; del flaco sidoso que me traes mejor ni digo nada, nomás ya no tiene remedio; ya te tengo lista dendenantes una gallina prieta que vas a enterrar viva junto con los calzones de tu pelado”. Todo lo recita sin escuchar siquiera el motivo de nuestra visita. De ese nivel es el alarde de su poderío. Pero lo admirable de aquel encuentro entre Selma y Silvana es lo que viene enseguida. El intercambio noticioso entre ambas se desgrana cantadito. Al dicho de la una la otra lo contrapuntea con una copla rimada tomada del repertorio gay. El espectáculo del par de locas me levanta el ánimo, de tanto reír la hinchazón que me atosigaba se desvanece en el acto.
El toma y daca en romance pulidito dura hasta que las dos amigas se dan un abrazo y se mientan la madre. Luego se despiden entre arrumacos y finos perreos. La Silvana sale a despedirnos en bata y patas de gallo. En medio de la calle, asediada por una nube de viejas desdentadas y perros quijarudos, me espeta: “y tú, triste pasita, cuando deveras tengas fe ven solito y yo sí te saco el bicho”. Quizás sólo me lo dice para divertirse. Yo qué sé.


S U B I R