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Nosotros ya no somos los mismos

Visitantes que en otros tiempos causaron incredulidad y sorpresa

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Hace 25 años Cuauhtémoc Cárdenas andaba haciendo méritos para convertirse en secretario de Estudios de la Cuenca del Río BalsasFoto José Carlo González
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parecieron de pronto. Su intempestiva presencia provocó sorpresa e incredulidad. Y también, por supuesto, desató toda clase de rumores e informaciones desorbitadas, contradictorias. ¿Cuántos son, a qué vienen, quién los trajo, quién los envió? Se iniciaron y multiplicaron versiones: No son de a de veras, es un truco publicitario de la Lotería Nacional, como los espiritones o los yajalones (espléndidas e ingeniosas campañas de aquellos tiempos). Son muchos grupos: los vieron en Chapultepec, en Palacio Nacional, en la Villa, en la torre Latino. Sin celulares estábamos muertos. Siempre llegábamos tarde donde, horas atrás, decían que los habían visto. Por fin un cuate, agitadísimo, llegó corriendo a Donceles 24, allí arriba del Teatro Fábregas, donde era nuestra guarida. Los vi, alcanzó a decir, son como 20 y están en avenida Juárez (futura avenida Fox) y San Juan de Letrán. Sorteando autos, camiones, trolebuses (especie de transportación extinguida) llegamos a las puertas del cine Variedades (también extinguido), frente al Hemiciclo a Juárez (próximo Hemiciclo a Fox). Allí había una multitud que logramos penetrar a base de empujones y codazos, en ese entonces doctoralmente priístas y hoy totalmente pluripartidistas. En el centro estaban ellos y, que yo recuerde, dos o tres ellas. La comunicación verbal era mínima, nada ordenada ni coherente. Eran exclamaciones, interjecciones (o sea, según Bühler: signos lingüísticos pregramaticales que funcionan como una oración completa), risas, muchas risas y, por supuesto, contacto corporal, es decir, toqueteos, palmoteos, caricias, sobadas, abrazos. La gente, de toda, los rodeaba, los apretujaba, les gritaba vivas. Algunos peseteros tomaban fotos, pero de las que serían entregadas muchos días después. Los jóvenes les pedían palabras, firmas en sus carpetas escolares, sin entender que algunos no sabían leer ni escribir. Su atuendo era llamativísimo: uniforme verde olivo, botas nuevecitas que seguramente destrozaban unos pies no acostumbrados a estar calzados, algunos con boinas y otros con cachuchas que ni les ajustaban siquiera. Gran parte de ellos peludos y barbados, pero los había tan jóvenes (uno, dos, tres años mayores que nosotros) que, seguramente contra su voluntad, tendrían que seguir lampiños mucho tiempo. No eran hoscos, pero estaban engentados. Se dejaban querer, pero no encontraban la forma de corresponder a la admiración y el afecto desbordado que provocaban. Los acompañamos hasta el cruce con Reforma donde campeaba El Caballito, antes de que le diera por visitar museos y presidir ferias del libro.

No recuerdo que la prensa haya sido pródiga en su información sobre esta visita. Pienso que los acridios, que inundaban los grandes diarios de la época han de haber descargado su furia (a tantos dimes, décima parte de un dólar, la línea ágata) en sus ignominiosas columnas: los Alardo Prats, los Ernesto Julio Teissier, los Denegri, los Kawage Ramia y, por supuesto, los Baroni, y otros muchos, verdaderos autores –con sus escritos– de la consigna que permanentemente retumbaba en las calles de la capital: ¡Prensa vendida!

Esa noche se llevó a cabo un mitin en el Nuevo Teatro Ideal, ubicado en la calle de Serapio Rendón. Memorias quinceañeras de la época, como la doctora Lourdes Patiño, hoy directora general de Gazol que, vale la pena aclarar, no es una de las privilegiadas empresas petroleras españolas heredadas de Mouriño sino, nada más ni nada menos que de su marido, me dicen que fue en el cine Ópera, al ladito. Éste se localizaba en San Cosme, que era el centro mundial de la fritanga. El colesterol se elevaba aceleradamente cada cinco minutos, nada más permanecer dentro de ese perímetro, aunque nada se consumiera. La ventaja: el colesterol aún no existía. Decir que en el teatro no cabía ni un alma es una absurda expresión: las almas, ni siquiera las de importantes personajes públicos hacen bulto. El truco de con permisito, con permisito, el embajador es el siguiente orador o, la compañera está por dar a luz, ábranos cancha, fueron inútiles para lograr separar a la apretujada multitud. Tuvimos que recurrir a expresiones mayores: ¡Sólo a ti, por calefacto, se te ocurre levantarte de la cama en plena viruela para venir a este mitin. O, ¡Aguántate! en el hoyo de los músicos hay un baño, no vayas a mojar a la gente. Moisés se vio lento separando las aguas del mar Rojo, para que pasaran las huestes de Polanco, en comparación a la prontitud con la que los asistentes, delante de nosotros echaran abajo la primera propiedad de la materia, la impenetrabilidad: cada cuerpo ocupa un mismo lugar en el espacio. Su lugar no puede ser ocupado al mismo tiempo por otro cuerpo: pues al conjuro de nuestros comentarios, quienes nos antecedían se fundían unos en otros, y así nosotros logramos avanzar hasta llegar al proscenio. En el foro, igualmente amontonada, estaba toda la nomenklatura de la izquierda nacional. Piénsese que estamos hablando de hace 11 lustros, o séase que en ese año de gracia, todo el mundo estaba vivo. Todos en esa noche se sentían vip, y ufanos presumían lo que cada uno, o sus organizaciones, habían contribuido al triunfo que esa noche se festinaba. No me afano en nombres por el temor al error de siempre: anotar a los que no, e ignorar a los que sí. Puedo, sin embargo, asegurar que no estaba Lev Davidovich Bronstein, y también atreverme a afirmar que sí su digna representación: Sánchez Delint, Vidal Solís y los hermanos Galván. Presentes varios de los fundadores del, sin dudas, heroico PC, los que los expulsaron y luego los que expulsaron a estos. Era como una familia gringa que se detesta, pero se reúne para partir el pavo y celebrar el thanksgiving day. La reunión tenía un carácter tan ecuménico que allí, entusiasmados, estaban los jóvenes priístas de avanzada, Tulio Hernández, Salazar Toledano, Miguel Osorio Marbán, seguramente cubiertos por el ala protectora del progresismo institucional: Javier Rojo Gómez, Rodolfo González Guevara, Natalio Vázquez Pallares, Rafael Galván. Dos ausencias notables: Cuauhtémoc Cárdenas, quien a los 25 años andaba haciendo méritos para convertirse en secretario de Estudios de la Cuenca del Río Balsas (lo fue de 1960 a 64), y Andrés Manuel López Obrador, quien a los seis llegaba a la escuela primaria Marcos E. Becerra a solicitar su ingreso al primer grado, mientras enarbolaba una pancarta en la que rechazaba la prueba Enlaze. (Así, con Z, ¿no aclaré que apenas iba a entrar?). Estaba por cometer imperdonable omisión: no mencionar a la primera camada de republicanitos nacidos en México y educados en el Madrid, el Luis Vives y el Fray Bartolomé. (Estoy seguro que si al púber Fito Sánchez Rebollar le piden la cartilla para entrar se queda afuera, no conoce a las Fabregat y su historia habría sido menos afortunada. De verdad que esos soldaditos cambiaron muchas historias en estas tierras). No recuerdo quiénes fueron los decidores de los rollos pronunciados esa memorable noche, pero sus dichos son totalmente previsibles: “¡Saludamos el triunfo de…! ¡Se inicia el amanecer en nuestro continente…! ¡Martí ha regresado…! ¡Entusiasma ver una juventud con estrellas rojas en los ojos y señalando el porvenir con la mano izquierda!” (¡Entras cañón!). De los discursos de los visitantes, la reseña es imposible: ellos hablan otro idioma: las palabras de dos sílabas las hacen monosílabas, y están definitivamente negados para las esdrújulas: “¡Camradas!: ostraeos lo saluds de nustr puebl q’ sa’bien que in layud mexikn la Revulión hubiea sduo impsible”. Pienso: de qué magistral manera hubiera escrito estos renglones el inolvidable Ricardo Garibay. También: ¿Y si subtitularan sus discursos y sus estupendas (casi todas) películas?

Mi crónica de la visita de esos extraños personajes no termina, menos aun los efectos que desencadenó durante años en nuestro país. Me reservo un parrafito de orden personal para recordar a personas que vi por primera vez en mi vida y sigo viendo todavía, aun a las ya finadas, como la inolvidable Luisa Gómez Pombo quien, admiradora frenética de Pablo Neruda, le expropió un renglón y nominó esta columneta.

Apenas los papeleritos recogían su bonche de periódicos la madrugada del pasado lunes, cuando ya tenía yo una carta de don Ardelio Vargas Fosado, Comisionado del INM. En fondo, forma y formato, por supuesto que supera la prueba arriba mencionada. El lunes próximo les compartiré lo esencial de su contenido, pero como egresado de colegio particular que, aunque lo duden soy, agradezco desde ahora la atingencia y urbanidad que esa comunicación representa.

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