Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 11 de agosto de 2013 Num: 962

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

De sueños, puertas
y bolas de cristal

Adriana Cortés Koloffon entrevista
con Cristina Fernández Cubas

Jaime Gil de Biedma: homosexualidad,
disidencia y poesía

Gerardo Bustamante Bermúdez

Manuel González
Serrano: misterio,
carnalidad y espíritu

Ingrid Suckaer

Un sueño de Strindberg
Estela Ruiz Milán

Un Ibsen desconocido
Víctor Grovas Hajj

Casandra, de Christa
Wolf, 30 años después

Esther Andradi

El río sin orillas: la fundación imaginaria
Cuauhtémoc Arista

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Un sueño de Strindberg

Estela Ruiz Milán

“Anoche tuve un sueño muy extraño.” Con estas palabras refiere la mayoría de la gente su experiencia onírica, incluso personas que saben que un sueño puede ser interpretado. Sólo se expresan con claridad algunos que sugieren la satisfacción de un deseo, como suelen serlo algunos sueños infantiles.

Como señaló Freud en su obra La interpretación de los sueños, publicada en 1900, los sueños son “la vía regia al inconsciente”. Casi todos los sueños son extraños porque no obedecen a una lógica del pensamiento en estado de vigilia, sino que se manifiestan por mecanismos propios del inconsciente: fragmentación, desplazamiento, condensación, simbolización, a los cuales intenta darles una cierta coherencia la elaboración secundaria a manera de sintaxis que lo explicaría como un proceso con su propia y peculiar lógica: un proceso paralógico.

Como preámbulo a su obra Un sueño, terminada en 1901, Strindberg refirió: “Todo puede suceder, todo es posible y probable. No existen el tiempo ni el espacio […] Los personajes se dividen, se desdoblan, se multiplican, se evaporan, se condensan, se dispersan, se reúnen. Pero una conciencia los gobierna a todos, la de la persona que sueña.”

Curiosamente estas palabras de Strindberg son las que lee una actriz al final de Fanny y Alexander, la película con la que Ingmar Bergman se despedía de la pantalla grande en 1982. Bergman citó a Strindberg en otras de sus obras, como en Escenas de un matrimonio, y se inspiró en la ya mencionada Un sueño para escenas de Fresas silvestres. Y siempre sintió admiración y reconocimiento por la influencia que recibió del escritor.


August Strindberg, autorretrato, 1886

Después de haber pasado Strindberg por estados psicopatológicos de los que narra sus alucinaciones y delirios, como dejó constancia en su obra Infierno y en Manifiesto de un loco, las ideas de persecución y daño y la celotipia provocaron en él una desconfianza característica de la paranoia que, sin lugar a dudas, padeció.

A pesar de ello, su genio y su necesidad creativa buscaron entonces expresarse en obras de contenido visionario que preludian el surrealismo y el teatro del absurdo veinticinco y cincuenta años antes de que se consideraran como escuelas teatrales de la primera mitad del siglo XX.

Es posible que esta corriente visionaria estuviera influida por las ideas de otro visionario: Emanuel Swedenborg, teólogo sueco del siglo xviii a quien Strindberg (en algunos períodos) siguió con devoción.

Swedenborg, quien había sido un notable científico y matemático, repentinamente tuvo una “iluminación” por la cual abandonó las ciencias y se entregó al pensamiento religioso. Swedenborg describe imágenes pues le da mucha importancia al contenido visual de sus postulados. Así, se refiere a “un castillo” semejante al “castillo que crece” (como Strindberg pretendía titular su obra Un sueño), castillo que al final se derrumba (en Un sueño se incendia) para dar lugar a una renovación, posiblemente relacionada con la Nueva Jerusalén, una visión religiosa o imagen sugerente que podría corresponder a una fantasía o quizá a una alucinación de Swedenborg y también de Strindberg.

Strindberg pasó por épocas de intensa religiosidad alternadas con períodos de rechazo, blasfemia y ateísmo. Como en otras manifestaciones de su vida, iba de un extremo al otro. Su iniciación en la religión la tuvo desde niño a través de su madre, que era pietista. El pietismo es una rama del protestantismo luterano que se ocupa primordialmente de promover la piedad, la compasión hacia los demás. Las ideas de Swedenborg seguían también esa pauta: la caridad y la compasión como la expresión cabal de hacer el bien.


Con sus hijos Jarin, Greta y Hans en 1886
Foto: August Strindberg

Strindberg fue una persona que, por su cuadro paranoide, se cuidaba de los demás, de quienes desconfiaba, y no se preocupaba más que de sí mismo con un egoísmo total. A pesar de ello, fue aclamado en su tiempo y hasta nuestros días por el genio con el que infundió vida a sus personajes, por la trama y estructura de sus obras, por el preciso y nítido lenguaje con el que exploró los estilos dramáticos más diversos, partiendo del realismo y el naturalismo, el expresionismo, el surrealismo y el absurdo. Su capacidad para innovar el teatro fue donde su genio se pudo explayar mejor, ya que había incursionado con reconocida maestría en la novela, la poesía, la pintura, la fotografía, las ciencias naturales, biología y química y, por último, en la alquimia, pero fue en el teatro donde sus obras se convirtieron en el oro que aún hoy disfrutamos.

Es significativo que Strindberg recurriera al tema de Un sueño cuando se introduce en el terreno de lo visionario y lo inconsciente –el campo natural para el sueño y la locura.

Habiendo pasado por la quiebra psicótica con sus alucinaciones y delirios, y habiendo permanecido en un estado que sentía similar al onírico, es sorprendente que se haya sobrepuesto y eligiera (con atinado juicio a pesar de su locura) una situación menos comprometedora con la realidad externa, asumiendo la condición de sueño o fantasía en un genial y hábil interjuego con la realidad, con lo cual demostraba las partes más sanas y conservadas de su personalidad. Si el inconsciente de Strindberg se regía por su condición psicótica, nada mejor que describir un sueño que es material puramente inconsciente, amparado por la conservada capacidad racional del pensamiento que permitía manejar su locura y hacer de ella una obra de arte. Esto habla de una parte sana de su psiquismo, fuerte, productiva y en contacto con su potencial creativo.

Strindberg se siente un tanto viejo a los cincuenta y un años de edad. Sabiendo que la vejez es preámbulo de la muerte, desea reivindicarse con la divinidad. En Un sueño él es el soñante fragmentado en el poeta, el oficial –encarcelado y luego liberado–, el esposo, el padre. Pero también se identifica con los personajes femeninos: la madre que está próxima a morir; la portera que teje la urdimbre de un chal cuyo peso es metáfora de los padecimientos humanos; y también la hija del dios Indra, que baja a la tierra para atestiguar el sufrimiento de los hombres que son por ello merecedores de compasión.

Tal parecería que Strindberg se conduele de sus congéneres, pero no es así: todos los personajes que sufren lo representan a él. Strindberg se sintió siempre víctima de las injusticias y su reacción ante ellas era una agresión que justificaba, lo cual lo llevó en su vida de relaciones a ser abandonado por sus esposas, sus hijos, sus amigos. Sólo los admiradores y seguidores de su obra toleraban su egoísmo, su desconfianza, su misoginia.


La actriz Harriet Bosse tercera y última esposa de Strindberg

A propósito de esta misoginia, y tomando en cuenta que la hija de Indra y otras mujeres también lo representen, es preciso anotar que la hija de Indra actúa como mediadora entre el dios y la humanidad; como testigo que da fe de las penas por las que los hombres son merecedores de compasión y de piedad; como Cristo, encarnado en mujer.

Resulta sugerente pensar que su repudio a la mujer proviene probablemente de una envidia de la maternidad; por la certeza que la mujer tiene de su legitimidad como madre, ya que en esa época no se había descubierto el adn y la paternidad era incierta, como vemos en la obra El padre. Strindberg refería que el nacimiento y la crianza de los hijos le causaban la máxima alegría.

Podemos añadir a esto la acusación a su primera esposa, Siri von Essen (y que se dio en repetidas ocasiones y obras) respecto al lesbianismo del que Strindberg la acusaba, tema que sirvió para La noche de las tríbadas, de Per Olov Enquist, el principal dramaturgo sueco actual, y que fue puesta en México en los años setenta maravillosamente actuada por Claudio Obregón en el papel de Strindberg.

Podemos deducir de estas acusaciones una proyección (hacia afuera) de las inquietudes de Strindberg por sus propias tendencias homosexuales latentes y tal vez reprimidas en su mundo inconsciente, ya que en la segunda mitad del siglo xix la homosexualidad era censurada por la sociedad burguesa y la hipocresía específica de esa época. Las tres esposas de Strindberg fueron, en cierta medida, alter ego del autor: actrices que actuaban lo que él no pudo ser como actor.

Strindberg fue un hombre de rostro particularmente bello (según los cánones de la época), con facciones delicadas como las de las muñecas que representaban las caras bonitas de las niñas. Desgraciadamente, a fines del siglo XIX y principios del xx hubo una fuerte represión que prohibía la manifestación de sentimientos, deseos o conducta homosexual como delito penado por la ley (y posteriormente, durante casi todo el siglo XX la ciencia médica lo consideró como enfermedad psiquiátrica). No era difícil entonces que un esmerado aliño y finura en las maneras del comportamiento encubriera en ocasiones inclinaciones que la sociedad decimonónica había reprobado.

Esta ha sido una especulación respecto a Strindberg en busca de una posible explicación de su misoginia, la cual fue reconocida en el orbe literario de entonces.

Gran parte de la obra de Strindberg es autobiográfica o en alguna medida referida a él mismo. A propósito de Un sueño dijo: “Mi más querido drama, mi más grande y doloroso hijo”, ya que se trata de su intimidad más inconsciente, del sueño que ha soñado o que desea soñar para obtener la gracia de la divinidad y que cese la angustia por la culpa que no reconoce conscientemente como propia, sino que la deposita en los otros. Si al morir lo recibiera la divinidad, descansaría en paz, liberado de sus fantasmas perseguidores, en una nueva vida, como corresponde a la visión de Swedenborg.

Strindberg es el autor de Un sueño y también es el soñante. Todo lo que se trate en su sueño tendrá que ver con él. Los personajes serán partes representativas del que sueña: de sí mismo o de las personas que le son significativas.

Todos los personajes de Un sueño coinciden en que el ser humano merece compasión y piedad, lo cual concuerda con el pietismo y la teología de Swedenborg que Strindberg cree seguir devotamente en esa época sin darse cuenta que el ser humano por el que existe el lamento y también la esperanza es él mismo y no los demás. Pretende identificarse con la virtud y el bien que predicaba Swedenborg, convencido de que es él el único que sufre injustamente; de que él es la víctima de sus perseguidores y merece que el mundo se transforme, que surja la Nueva Jerusalén y mitigue la angustia que siempre le atormentó.