Opinión
Ver día anteriorViernes 16 de agosto de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
El nuevo Papa y sus establos de Augías
P

rimero una aclaración: nadie y nada (hasta ahora) va a convencer a este articulista de que Jorge Mario Bergoglio, un pastor conservador, con el pasado a contracorriente de los procesos emancipadores en la Iglesia y con el presente a espaldas de la ola progresista en el continente, hará algo revolucionario.

De todos modos: ¿no es hablar de la necesidad de revolucionar más bien un indicio de la gravedad de problemas de la Iglesia (y no tanto del progresismo del nuevo Papa) o un espejismo de los círculos progresistas, también externos a la Iglesia, un deseo que ésta cambie finalmente (y no tanto un reflejo de su propia dinámica)?

Mientras tanto, el viaje a Brasil hizo creer a algunos optimistas que Francisco podría ser el nuevo Moisés de la Iglesia, que la llevará a una tierra prometida; otros, antes escépticos, se persuadieron de que sí hará mucha diferencia.

Al final, ¿no fueron Juan XXIII –el gran reformador–, o Samuel Ruiz –el obispo de los pobres–, unos duros conservadores antes de que fueran convertidos por las par­ticulares dinámicas sociales y eclesiásticas?

Sí. Pero después de la purga woj­tyliana-ratzingeriana los círculos progresistas son ya una clara minoría (seguramente en el Vaticano), sin influencia real sobre el Papa. La lucha no es entre progresistas y conservadores, sino entre conservadores y ultraconservadores

Francisco podrá ordenar un poco la Iglesia y devolverle legitimidad, sustituyendo la locura del ultraconservadurismo por su conservadurismo razonable y popular, pero no hará ninguna revolución.

Más que Moisés, es como Hércules, condenado a limpiar al Vaticano y sus diferentes establos nacionales. El hecho de que la curia romana se inquiete o de que en algunos países se escuche el descontento significa que ya viene la escoba.

Un buen ejemplo es la Iglesia polaca, dominada por los sectores ultrarreaccionarios, a quienes Francisco ya hizo parar los pelos.

Algunas voces de observadores críticos: El nuevo Papa es el problema más grande de la Iglesia polaca (¡sic!), Si los obispos polacos pudieran, lo revocarían (¡sic!), Huele a cisma (¡sic!), Francisco avergüenza y ridiculiza a la Iglesia polaca (¡sic!), o Sus palabras suenan como revolución (¡sic!).

Otra vez lo de la revolución es sólo cuestión de perspectiva, pero veamos.

Francisco dice: ¡Hagan lío!, y quiere que la Iglesia salga a la calle.

La Iglesia polaca contesta silenciando a los curas que hacen lío (como Adam Boniecki, ex jefe del semanario Tygodnik Powszechny, uno de los pocos representantes de la Iglesia abierta) y atrincherándose en sus palacios.

Si tiene razón el sociólogo Luis Antonio Gomes de Souza, que Francisco no es revolucionario sino más bien un concesionario, que propicia un clima para discutir los temas a los que la Iglesia tenía miedo, en Polonia en vez de diálogo triunfan los prejuicios, el hermetismo y el divisionismo (destaca el círculo de Radio Maryja y su director, Tadeusz Rydzyk).

Dominan el clima preconciliar y el elitismo del clero ensimismado y alienado, que en vez de abrirse al mundo se siente su víctima, incluso –¡el verdadero teatro del absurdo!– perseguido como judíos durante la guerra (¡supersic!).

Francisco dice: Quiero una Iglesia pobre y para los pobres; los obispos han de ser hombres que amen la pobreza, o duele ver a una monja o un cura con el último modelo de coche.

La Iglesia polaca –por conducto del metropolitano de Varsovia, arzobispo Kazimierz Nycz– contesta: ¿Significa esto que el Papa sacará a los ricos de la Iglesia o se deshará de todas las obras del arte del Vaticano? (¡sic!).

Los obispos polacos –príncipes y barones, cada uno con su Mercedes– piensan que un pastor pobre es un pobre pastor: abrazar la pobreza es condenarse a pauperismo ( dziadostwo) y ellos tienen su dignidad.

Francisco dice: Un cristiano no puede ser antisemita.

La Iglesia polaca, que ignora de facto las líneas del Concilio Vaticano II y la posición del mismo Juan Pablo II hacia los hermanos mayores, nutriéndose de los peores estereotipos antisemitas, contesta forzando a jubilarse a un cura, Wojciech Lemanski, vocero del dialogo polaco-judío, desde hace años incómodo y objeto de burlas. ¿La razón? Revelación del contenido de una plática con su obispo, Henryk Hoser, que investigaba la verdadera razón de su compromiso: ¿Es usted circuncidado, pertenece usted a aquella nación? (¡sic!).

Francisco dice: ¿Quién soy yo para juzgar a los gays?.

La Iglesia polaca, para la que los gays son peores que los comunistas (¡sic!), contesta –aunque el Papa no alteraba la doctrina diferenciando sólo los lobbys y las personas– que todo fue una manipulación y homopropaganda (¡sic!).

Francisco dice: hay que endurecer las penas por pederastia y reforma el Código Penal vaticano.

La Iglesia polaca pretende que no hay ningún problema y sigue protegiendo a los suyos: como si nada, a la conferencia del Episcopado sobre pederastia invita (ya hace tiempo) al arzobispo Juliusz Paetz, culpable de abusar sexualmente de los clérigos (mayores de edad, pero no deja de ser ofensivo); y a un cura acusado de abusar de 14 niños en República Dominicana, y requerido por la justicia, le brinda toda la protección en Polonia.

Todas estas negaciones y/o intentos de reinterpretar las palabras de Francisco demuestran que la Iglesia polaca sabe mejor qué es el catolicismo y que puede prescindir del Papa (siempre y cuando éste no sea polaco).

Ya hace más de 80 años, mucho antes de Wojtyla, Tadeusz Boy-Zelenski, un gran escritor y un agudo crítico de la Iglesia, apuntaba que el catolicismo polaco es literalmente más católico que el Papa.

Al concluir la visita en Brasil, Francisco anunció que la próxima Jornada de la Juventud (2016) tendrá lugar en Cracovia.

¿Cambiará hasta entonces la Iglesia polaca bajo la escoba del nuevo Papa, o cambiará él, bajo el peso de los sectores ultraconservadores y retrógrados del que el establo polaco es el principal recinto?

*Periodista polaco