Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 18 de agosto de 2013 Num: 963

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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Los premios
José María Espinasa

Murmullos de Julio Estrada: simbiosis
de música e imágenes

Jaimeduardo García entrevista
con Aurélie Semichon

El Apocalipsis
según Del Paso

Élmer Mendoza

Religión, intolerancia
y barbarie

Fernando del Paso

La verdad y sus delirios
Hugo Gutiérrez Vega

La ventana
Dimitris Papaditsas

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El sistema-mundo de la antropología

Mariana Domínguez Batis


Antropología y estudios culturales.
Disputas y confluencias desde la periferia,

Eduardo Restrepo,
Siglo XXI Editores,
Argentina, 2012.

Dejar de lado la idea de la antropología eurocentrista, que en sus inicios se concentraba en el estudio de “los mundos exóticos”, para enfocarse en una visión de la antropología y los estudios culturales formulada “desde” y “por” América Latina, es el postulado central del científico social colombiano Eduardo Restrepo, quien busca reivindicar la investigación antropológica formulada en los países latinoamericanos –a la que califica como “comprometida”, “solidaria” y “crítica”– y despojarla del adjetivo de “pariente pobre” de lo que se considera “La Antropología” con mayúsculas.

Para ello, el experto se vale de la teoría del “sistema-mundo” de Immanuel Wallerstein y de una serie de teóricos de la geopolítica del conocimiento, con el fin de desnudar las relaciones de poder que existen en la producción de la investigación antropológica. Además de ello, a lo largo del volumen, formula una contundente crítica de los mecanismos que relegan los estudios de los teóricos de la periferia (llámense los de América Latina, África o Asia, por poner tres ejemplos), en relación con los del centro (donde surgieron la disciplina y sus paradigmas: Inglaterra, Francia y Estados Unidos).

Antropología y estudios culturales. Disputas y confluencias desde la periferia puede ser leído como un manifiesto, muy bien sustentado teóricamente, que defiende el quehacer antropológico de América Latina; mismo que resulta de sumo interés, ya que está escrito desde “la perspectiva de un antropólogo colombiano que ha realizado sus estudios de postgrado en Estados Unidos”, como él mismo se define.

El volumen es fruto de las conversaciones de los últimos diez años entre Restrepo y sus colegas. En él, el también profesor de la Universidad Javeriana de Bogotá, atenta contra la idea de una “antropología auténtica”, y argumenta la existencia de una pluralidad de antropologías híbridas o derivadas. Defiende la existencia de estudios antropológicos que son distintos a lo que establecen los manuales de los padres fundadores de la disciplina. Se enorgullece de la característica “militante” de la antropología latinoamericana, utilizada, la mayor parte de las veces, como un instrumento político de transformación social y no sólo como el estudio que busca un “conocimiento ostentoso” del saber por el saber, como lo denomina, o de manera más grácil: “conocimiento florero”.

¿Dónde?, ¿con quién? y ¿cómo se forman las nuevas generaciones de antropólogos en América Latina?, son cuestiones que plantea el autor para desmenuzar y explicar las relaciones de poder existentes en la práctica antropológica. Un investigador mexicano, por decir algo, es más tomado en cuenta si hizo un postgrado en Inglaterra o en Estados Unidos, que si únicamente estudió en una universidad nacional; si publica en una revista indexada internacional, que en una gaceta universitaria local; si escribe en inglés, que si lo hace en español, etcétera. Todo lo cual conforma un sistema que incluye a unos y excluye a otros, y es férreamente puesto en tela de juicio por el colombiano.

Otra cuestión vital que aborda Restrepo son los estudios culturales, tan de moda desde hace algunos años y muchas veces identificados con los teóricos latinoamericanos. ¿Son una moda pasajera, un engaño teóricolight y postmoderno, como los consideran sus críticos; ¿o acaso una panacea?, como los han calificado sus apologistas. El autor los dimensiona y delimita a partir de su práctica y herramientas, de lo que son y lo que no son, y los dota de las características de interdisciplinariedad y vocación política, principalmente.

En un contexto globalizado como el actual, la antropología y los estudios culturales deben dejar de lado las caricaturizaciones mutuas y servirse una de los otros para lograr un conocimiento más completo y complejo de la sociedad, en opinión del teórico colombiano. Del mismo modo, los investigadores del centro y de la periferia están llamados a superar la densa red de relaciones de poder y flujos de influencia que existen en la antropología, con el fin de “no sólo interpretar al mundo, sino también intervenir en él”, en el más puro sentido marxista de la expresión.


Cine mexicano en iconos

Isaac Wolfson


Cine mexicano. Época de oro,
S/A,
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla,
México, 2013.

José María Sánchez García, pionero del periodismo cinematográfico en nuestro país y realizador de los primeros intentos por historiar el cine mexicano, logró reunir una enorme colección de aproximadamente 140 mil fotografías tanto de cine nacional como extranjero, del período que va de fines de los años '20 a fines de los '50 del siglo pasado.

Tras la muerte de Sánchez García en 1959, Paco Ignacio Taibo I adquirió una buena parte de dicha colección y, luego de incrementarla con material fotográfico de los años '60 y un poco de los '70, la vendió a la Universidad Autónoma de Puebla, donde permaneció muchos años empaquetada y casi olvidada.

Afortunadamente, en 2011 este tesoro iconográfico fue trasladado al Archivo Histórico Universitario, recinto idóneo para su preservación y resguardo, donde las fotografías están siendo identificadas, clasificadas y digitalizadas.

Del 29 de agosto al 7 de diciembre de 2012 se montó en el Archivo Histórico de la buap una primera exposición fotográfica denominada Cine mexicano. Época de oro, con cincuenta y nueve imágenes correspondientes a algunos de los mejores y/o más importantes filmes mexicanos de las décadas de los '30, '40 y '50, además de fotos de seis conspicuos cineastas nacionales de esa época: Fernando de Fuentes, Emilio Fernández, Alejandro Galindo, Juan Bustillo Oro, Ismael Rodríguez y Julio Bracho.

Este material fotográfico, junto con los pequeños textos alusivos a las imágenes, ha quedado plasmado en un libro de reciente aparición, cuyo título es el mismo de la exposición, que fue coeditado por el Archivo y la Dirección de Fomento Editorial de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

Además de la identificación de los actores y la película, cada fotografía va acompañada de un pequeño texto alusivo al filme. Por ejemplo, el de Ensayo de un crimen (1955) indica: “Como un divertimento calificó Luis Buñuel su filme Ensayo de un crimen, última película de Miroslava, quien falleció pocos días después de que concluyó la filmación. Buñuel y Eduardo Ugarte adaptaron la novela homónima de Rodolfo Usigli, quien, por cierto, protestó por el sentido que se le dio a su obra en la película."

El fotógrafo Agustín Jiménez ganó un Ariel por esta cinta, cuyo final, donde Ernesto Alonso se aleja hacia la felicidad del brazo de Miroslava, es, en opinión del maestro José de la Colina, "uno de los más espléndidos de la historia del cine".


Abrazar un libro

Joaquín Guillén Márquez


El abrazo de Cthulhu,
David Miklos,
Textofilia,
México, 2013.

Los lectores de David Miklos (San Antonio, 1970) sabrán que El abrazo de Cthulhu es un libro que lleva varios años de preparación. Ya en La vida triestina se asomaba lo que sería esta colección de textos que toma la palabra “novela” por su significado original: lo novedoso e inclasificable.

Robert Marthe apunta que una de las genialidades del género novela es que hace lo que quiere con la literatura. Su única “prohibición” estaría en su naturaleza prosaica, pero ni siquiera es así, ya que la narrativa puede incluir poesía o sólo ser poética, los límites los pone la calidad del autor. El nuevo libro de Miklos abraza estas ideas de la novela: si no incluye poesía en El abrazo de Cthulhu es porque sus dotes de camaleónico narrador podrían verse afectadas.

Esta conjunción de textos incluye una narrativa elaborada y extensa, pero es también ensayo e investigación literaria, autobiografía y diario. Por lo mismo es difícil atrapar una trama. Conviene recordar una de las anécdotas autobiográficas que dan paso a las distintas historias del libro: de niño, el narrador, como Miklos, leyó los Relatos de los mitos de Cthulhu y entendió “la esencia del miedo”. Nuestro protagonista (o al menos uno de ellos) dormía abrazado a los volúmenes viejos que empezaron a gestar una inquietud creadora que se desenvuelve a lo largo del libro.

El abrazo de Cthulhu está compuesto por fragmentos, distintas perspectivas y formas de aprehender lo incomprensible de la memoria. Miklos no es un novato en las focalizaciones, ya en su novela anterior, Brama (Tusquets, 2012) hacía buen uso de esa técnica para contar la historia de una casa y de las personas que la habitan. En El abrazo de Cthulhu hay historias que brincan tiempos y espacios, por momentos encontramos inicios de ensayo con notas al pie que se revelan como relatos.

Es en estos aspectos donde Miklos encuentra su mejor yo. Aprecio su soltura narrativa y su capacidad para modular sus diferentes voces, aspectos que por más que ya haya trabajado llegan a un fin distinto que apenas es una muestra de lo que un futuro libro de Miklos podría ser. Y es que El abrazo de Cthulhu puede no ser el mejor libro del escritor, ni una joya entre su creciente bibliografía, pero sí es un detalle importante, una prueba de que Miklos no es uno de los escritores de su generación (lo que sea que eso signifique) más relevantes sin pruebas. El abrazo de Cthulhu me emociona más de lo que me gusta, y no es porque sea un trabajo menor: no lo es. Al contrario, este es el libro más ambicioso de Miklos, el más atrevido, el que apuesta por atraer lectores lovecraftianos. Mientras que el mejor logrado de sus libros es Brama, El abrazo de Cthulhu es, sí, un libro que el lector agradece. Dentro de los apuntes autobiográficos (ficticios o no), el lector también se descubrirá a sí mismo abrazando su infancia y sus temores.


Historia incierta y gloriosa

Raúl Olvera Mijares


Tula,
Robert f. Cobean, Elizabeth Jiménez García,
Alba Guadalupe Mastache,
FCE-FHA,
México, 2012.

Existen más preguntas que respuestas en torno a la legendaria ciudad de Tula-Xicocotitlan, ocupada por grupos de invasores probablemente del norte durante la dominación azteca y abandonada ya en época de la conquista. Es posible rastrear cuatro siglos en este asentamiento, uno de los más remotos en Mesoamérica, y más particularmente en el centro de México. Se conoce que hacia el año 1000 de la era cristiana, Tollan, lugar donde abundan los juncos o las cañas, constituía la capital de un Estado, cuyo comercio y poder se extendía hacia el norte (el Bajío y el Occidente) y hacia el sur (llegando hasta Centroamérica). Dos fundaciones diversas, Tula Chico, abandonado probablemente en época de la influencia teotihuacana, quinientos años antes, durante los enfrentamientos entre los seguidores de Topiltzin Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, que se asientan en las crónicas, y Tula Grande, cuyos templos c y b guardan un curioso paralelismo respecto de las pirámides del Sol y la Luna en Teotihuacán, en la orientación oeste y sur. La pirámide c está coronada por los famosos atlantes, esculturas megalíticas de 4.60 m que representan a los guardianes de Tláloc con penacho rígido, lanzadardos y ornatos propios de estos míticos seres.

Enclavada en diversos montículos del Valle del Mezquital, que riegan las aguas de los ríos Tula, Rosas y Salado, Tula Grande se erigió sobre una serie de plataformas elevadas que se emparejaron por la mano del hombre valiéndose de material de relleno como tierra y rocas. Tanto la agricultura de temporal como la de riego, mediante una ingeniosa red de acequias y represas, florecieron en la región, además de los yacimientos de piedra caliza, material indispensable para preparar los valiosos estucados, bases del comercio y el trueque. Una dualidad parece dominar la historia de Tula, la de dos poderes: uno antiguo, el de Teotihuacán, Xochicalco y Cacaxtla, y otro más reciente, el tolteca-chichimeca.

Diversos grupos lingüísticos convivieron en la región, principalmente nahuas y otomíes. La escritura, que parece no ser fonética sino ideográfica, podía leerse en diversas lenguas. Los dioses principales eran Tláloc, Xiuhtecuhtli, Tezcatlipoca, Mixcóatl, Itzpapálotol, Huehuetéotl y Xipe Tótec. Existe una continuidad entre Tula y Tenochtitlan, incluso cierta semejanza con los dos promontorios del Templo Mayor y su orientación, la presencia de un tzompantli o lugar donde se colocaban las calaveras, la práctica de la guerra florida, la figura del Chac Mool, que servía como altar donde se inmolaba a las víctimas. El arqueólogo mexicano Jorge r. Acosta inició la exploración y el estudio del sitio en la década de los '30, a quien seguiría una hueste de investigadores entre nacionales y extranjeros. Queda ciertamente mucho por precisar acerca de esta ciudad, fundadora de una civilización: faltan las fuentes escritas y las excavaciones del aérea completa plantean retos no menores.



El poder, una bestia magnífica. Sobre el poder, la prisión y la vida,
Michel Foucault,
Siglo XXI Editores,
México, 2013.

Quienes desde siempre han abrevado en el poderoso pensamiento de Foucault, pero lo mismo aquellos que apenas se acerquen a la obra del filósofo francés, encontrarán en estos escritos “sólo en apariencia ‘laterales’” un puente muy útil –los primeros– para conectar el corpus ya clásico de libros publicados por Foucault con su praxis, su estar activo en el mundo, mientras los segundos tendrán en estos textos –emanados de las clases y conferencias impartidas por el autor de Historia de la locura, incluso hasta días muy cercanos a su fallecimiento– una vía ideal para acceder a una ulterior profundización. Lo que ambos hallarán es la claridad y la lucidez tajantes para el análisis del conjunto de temas y preocupaciones que ocuparon constantemente la atención y el talento de este pensador siempre vigente: la situación y condición de todo género de seres excluidos, incluyendo a jóvenes, homosexuales, minorías sexuales, inmigrantes y locos.



El crimen de Los Tepames,
Rogelio Guedea,
Random House,
Mondadori,
México, 2013.

Siguiendo la línea de las grandes novelas policíacas, el poeta, narrador y colaborador de estas páginas Rogelio Guedea (Premio Internacional de Literatura Carlos Montemayor 2012, Premio en la Semana Negra de Guijón 2009, Premio Adonáis de Poesía 2008), acompaña al lector a través de las investigaciones de Abel Corona, quien desvela las corruptelas de las autoridades en un pueblo en donde es mejor quedarse callado o huir.