Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 18 de agosto de 2013 Num: 963

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Los premios
José María Espinasa

Murmullos de Julio Estrada: simbiosis
de música e imágenes

Jaimeduardo García entrevista
con Aurélie Semichon

El Apocalipsis
según Del Paso

Élmer Mendoza

Religión, intolerancia
y barbarie

Fernando del Paso

La verdad y sus delirios
Hugo Gutiérrez Vega

La ventana
Dimitris Papaditsas

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Jorge Moch
[email protected]
Twitter: @JorgeMoch

Series televisivas mexicanas:
el síndrome de ya merito

La televisión mexicana, con sus vicios de corrección gazmoña, servilismo politiquero y autocensura eterna, parece incapaz de contar historias que empujen al público hacia la orilla del asiento. Acostumbrada a producir facilona mierda y empedernida admiradora del propio ombligo, ha sido históricamente superada y empequeñecida por infinidad de producciones televisivas en el mundo. Las series policíacas son quizá el género que refleja de manera contundente cómo las televisoras mexicanas minusvaloraron su propia capacidad creativa a pesar de ser poseedoras de auténtico emporios en términos de infraestructura. Uno de los principales síntomas de la hipócrita mojigatería característica de, por ejemplo Televisa y TV Azteca, es el cartabón al lenguaje que hablamos los mexicanos, tan distinto a esa mamarrachada que usan y parece sacada de Hace falta un muchacho, aquel decimonónico manual para paletos sumisos perpetrado por el ultraconservador catalán Arturo Cuyás.

México ha tenido, pues, sus series policíacas. Si hoy son más bien malas, antes fueron pésimas y aún vergonzosas muestras de cómo la televisión se convierte en vulgar propaganda, allí la farsa ridícula de El equipo, elefante blanco producido, claro, por Televisa y en la que ilícitamente se dispuso de los recursos de la Secretaría de Seguridad Pública a modo de utilería, incluyendo policías federales en activo, porque todo el chanchullo no era más que una connivencia más entre la empresa y la corte de los milagros del tartufo Calderón por intermediación de su entonces secretario de Seguridad, Genaro García Luna, el que a pesar de tantos manejos turbios y probadas pifias policiales sigue libre como… como Raúl Salinas o Caro Quintero…

Argos es una casa productora que ha intentado varias veces, rompiendo de hecho los moldes ridículos impuestos por la tradición ñoña de Televisa en el manejo, por ejemplo, de la violencia gráfica, los efectos especiales o sobre todo el lenguaje, sacar al aire producciones más atrevidas.

Pero los intentos no terminan de convencer. Si bien sus telenovelas, como la famosa Nada personal, lograron remover aguas plácidamente conformistas, otras producciones que apostaban a revolucionar el género, como Infames, que estuvo al aire en Cadena Tres (lo que ya de suyo agostó significativamente su capacidad de llegar a un público amplio) terminaron cediendo en su apuesta al rancio costumbrismo: demasiada guapura y sexo pudorosamente implícito pero jamás explícito, y sobre todo el reciclar a un actor –que para más inri no es mexicano, sino puertorriqueño– que estaba “quemado” precisamente por haber sido el protagonista caricaturesco de aquella ridiculez que demeritó horriblemente el cómic ochentero de Daniel Muñoz, El Pantera, Luis Roberto Guzmán, quien quizá como modelo de pasarela queda bien, pero resulta inverosímil como palaciego burócrata de la Secretaría de Hacienda, que suele estar poblada por chaparros tripudos que a veces usan bigote y fuman. La misma Argos hizo en coproducción con hbo la muy promocionada Capadocia, que casi logró su objetivo, pero una vez más, a mi juicio, sucumbió a la tentación de las bellas víctimas y los villanos sobreactuados.

De hbo también corre la primera temporada (por estos días llegará a su último capítulo) de Sr. Ávila, que empezó muy bien y donde Tony Dalton logra rescatar en momentos la tensión narrativa que supone la vida de un asesino profesional, pero el resto del elenco adolece de lo mismo de siempre: actuaciones poco creíbles o esa inexplicable dilección por lo caricato.

No es que en el extranjero no se haga porquería –abundan ejemplos, quizá hoy el más evidente la estadunidense La bella y la bestia, ya sea la que protagonizó Linda Hamilton para cbs en 1987 o la que corre actualmente en Universal Channel chorreando la pésima actuación de la canadiense Kirstin Kreuk–, pero lo cierto es que de otros países nos llegan las pocas series policíacas (o negras) que valen la pena: también estadunidenses son la insuperable The Wire, Los Soprano, Oz (inspiración de Capadocia) o las más comerciales pero igualmente buenas Law & Order svu o Elementary. Allí también la argentina Epitafios, o de Francia Engranajes; de Inglaterra Luther o esa joya de la crudeza y los nebulosos límites de la locura que es Wallander, con un Kenneth Branagh sencillamente estupendo. Pero es que hablar de porquería televisiva después de ver Sabadazo, Ventaneando o cualquier noticiero de Televisa y TV Azteca es caer en inútiles, sobradas redundancias…