Opinión
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Víctimas de un glorioso estado de emergencia

El Cairo.

L

os cocinaron. Esta fue la primera expresión que me vino a la mente de manera demasiado gráfica cuando vi los restos de nueve de los 34 prisioneros que murieron a manos de la policía egipcia el domingo por la noche en un camino desértico cercano a la prisión de Abu Zaabal. Esos hombres, detenidos en la plaza Ramsés el sábado luego de que la policía cairota y el ejército irrumpieron dentro de la mezquita de Al Fatah; los mismos hombres quienes supuestamente intentaron volcar la camioneta penitenciaria que los llevaba a la cárcel. La policía de seguridad del Estado arrojó una granada de gas lacrimógeno dentro del vehículo y todos murieron.

Luego de haber visto esos horribles cadáveres en la pestilente morgue de El Cairo la tarde de este martes, me doy cuenta de que este lugar se me está volviendo terriblemente familiar. Debo decir que estos pobres hombres, quienes no fueron acusados de ningún crimen, contra quienes no había cargos ni juicios abiertos, fueron víctimas del glorioso estado de emergencia que actualmente bendice a Egipto y murieron de una manera espantosa.

Llega un momento en que la pura descripción no es capaz de equilibrar el horror de los muertos, pero ante el riesgo de que la historia los olvide o los trate con menos compasión de la que merecen debemos, me temo, confrontar la realidad. Los cuerpos estaban espantosamente hinchados y quemados de pies a cabeza. Uno de ellos presentaba una laceración en la garganta, causada probablemente por un cuchillo o una bala. Un colega dio testimonio de otros cinco cuerpos en un estado similar, con orificios de bala en el cuello. Afuera de la funeraria los matones contratados por el Ministerio del Interior egipcio tratan de ahuyentar a los periodistas.

Un hombre de mediana edad, cuyo amigo perdió a su hijo en la agresión policial del miércoles pasado, emergió de entre los vociferantes familiares. Algunos de ellos vomitaban sobre el concreto. El individuo me llevó con un imán sunita, inmaculado, vestido de túnica roja y turbante blanco, quien me guió gentilmente a través de dos portones de hierro hacia la habitación de la muerte. Uno de los trabajadores de la funeraria, Mohamed Doma, miraba los cadáveres con incredulidad. Al igual que el imán, al igual que yo. Después de caminar junto con nueve de estas penosas criaturas de Egipto pude ver aún más cuerpos en otro corredor. Todos ellos, según las fuentes médicas, llegaron de la prisión de Abu Zaabal.

No que hayan llegado a dicho penal, mismo que visité este martes y que está ubicado a 45 kilómetros de El Cairo, junto a un canal del Nilo lleno de grutas y rodeado por viejas fábricas de concreto. La prisión está rodeada de muros altos y sus rejas tienen pilares neofaraónicos.

Según la policía, 34 prisioneros, aunque de acuerdo con otros reportes eran 36, hicieron bambolearse desde adentro la camioneta que los transportaba, que viajaba en convoy con otros vehículos hacia la cárcel. Cuando el conductor de dicha camioneta se vio obligado a detenerse, uno de los prisioneros logró agarrarlo. En un intento exitoso por liberar a su compañero, uno de los uniformados lanzó una granada lacrimógena dentro de la camioneta, atestada de prisioneros. Recuerden que esta es la versión de la policía. Ésta, se cree, ha matado a más de mil de sus compatriotas en días recientes.

Tantas historias de las fuerzas de seguridad, como de la Hermandad Musulmana, han resultado falsas las últimas semanas. Otra versión, publicada por la ahora obediente prensa egipcia, reporta que terroristas detuvieron el convoy y trataron de liberar a los prisioneros, pero dado que éstos murieron quizá no sepamos nunca cómo o por qué fueron asesinados.

Huelga decir que los fallecidos se han convertido en terroristas. De lo contrario, ¿por qué habrían tratado de liberarlos de la cárcel otros terroristas? Hasta que los egipcios hayan absorbido las noticias sobre una igualmente terrible matanza de elementos de las fuerzas de seguridad en el Sinaí, por lo pronto ésta se ha convertido en la masacre de Abu Zaabal, que se recordará junto con las de Rabaa, Nahda, plaza Ramsés y todas las demás que seguramente vendrán.

Después de estas horrendas escenas, el Centro Egipcio para la Investigación Económica y Social hizo una lectura solemne. Según la institución, mil 295 egipcios fueron ultimados entre la mañana del miércoles y el viernes pasados. Mil 63 sólo el miércoles, incluidos 983 civiles y 52 elementos de seguridad, mientras 28 cuerpos fueron encontrados bajo la plataforma de la mezquita de Rabaa. Trece policías y tres civiles fallecieron en un ataque contra la estación policial de Kerdasa, y 24 civiles fueron ejecutados en Alexandría, seis en Sharqeya, seis en Damietta, 13 en Suez, 45 en Fayoum, 21 en Beni Suef y 68 en Minya. Esto es más una tragedia nacional que una tragedia cairota. Pero supongo que esos cadáveres en la morgue representan a todos los caídos.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca