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La ultramaratonista cruzó la meta con los pies destrozados, tras correr 217 kilómetros

El dolor físico termina, el orgullo es para siempre, afirma Nahila

Fue la quinta mujer en terminar la carrera de Badwater en el desierto de Nevada y la primera mexicana en lograrlo

Hernández combina pasión con riesgos de conquistar territorios hostiles

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Nahila Hernández corrió durante 36 horas ininterrumpidasFoto cortesía Nahila Hernández
 
Periódico La Jornada
Jueves 22 de agosto de 2013, p. a13

Nahila Hernández cruzó la meta con los pies destrozados, a las ocho de la noche y unos minutos. Llegó con las plantas quemadas, con llagas y sin varias uñas después de correr 217 kilómetros en 36 horas ininterrumpidas.

Entre las mujeres, fue la quinta en terminar la carrera de Badwater en el desierto de Nevada –la primera mexicana en conseguirlo– y en la clasificación general quedó ubicada entre los primeros 25 competidores.

Aunque estaba devastada y había conseguido la proeza, en la meta no hubo alborotos ni flashes cegadores ni esos tumultos que convocan otros deportes que rozan el mundo del espectáculo. Esto es distinto, piensa Nahila, porque esto se trata de aventuras.

La competencia que libró no fue por una bolsa millonaria como ocurre en los grandes maratones del mundo –el premio por terminar la carrera es una simbólica hebilla de cinturón–, sino por una búsqueda más profunda que combina pasión con riesgos de conquistar territorios hostiles y un estado de satisfacción parecido al que se alcanza en estados profundos de meditación.

Eso es lo que ella encuentra al someter el cuerpo a sesiones extremas de castigo físico y en las que pone a prueba la estabilidad de la mente. Para ella la aventura es una lucha contra la mediocridad de la vida contemporánea, un recurso para no sentirse muerta en vida.

La hazaña en estos deportes está en otra parte, resume Nahila, con esa mezcla de acentos distintos que se entienden por su biografía: nació en Azerbayán, hija de padres cubanos, naturalizada mexicana, pero con largas temporadas en Chile.

Si dejáramos de ser tan racionales respecto de lo que todo el mundo espera de uno y actuáramos más en función de lo que intuimos, no nos importaría que al llegar a la meta no haya cámaras ni tumultos, señala.

El placer también es otro. Un ultramaratonista convive con el dolor, aprende a vivir con su presencia constante –explica– pero se entrena para no padecerlo.

Es que este deporte es muy cerebral: la mente domina al cuerpo y el cuerpo hace lo que la mente le ordena, dice como si hablara cada tanto con aforismos.

Sólo con esa disciplina mental se puede entender que un cuerpo soporte jornadas extraordinarias de carrera continua, apenas comiendo un amasijo asqueroso rico en proteínas, con la piel desgarrada, y aún así no parar aunque la mente ordene: ¡”Detente!”, como cuenta Hernández que sucede después de ciertas horas de cansancio. Porque aunque la mente domina al cuerpo, también es una tramposa, advierte.

Uno tiene que luchar contra su propio cerebro para que deje de decir eso y ponga el cuerpo a trabajar en función de terminar una carrera, dice para entender lo que ocurre en lo más profundo de la mente de un corredor extremo.

Esa lucha interna es permanente, hay tantas sustancias químicas que produce el cerebro que uno alcanza verdaderos estados alterados, agrega.

Nahila ya no cae en el juego de la mente. Ha entrenado mucho para que el dolor sea una suerte de copiloto, pero que nunca le impide cumplir la meta. El sufrimiento no desaparece, pero aprende a convivir con esa presencia y a no padecerlo.

A veces canto mientras corro, otras lloro y otras más hablo sola. Paso por muchos momentos emocionales distintos, porque cuando el cuerpo se somete a tanto esfuerzo y dolor las emociones se salen de control, comenta sobre ese estado en el que todo llega a los límites.

Esa noche en la que llegó a la meta tras 36 horas de carrera, con los pies muy lastimados, sufrió un golpe de calor. Sintió que estaba a punto de desmayarse y que el cuerpo ya no daba más, pero la ayuda de su equipo le permitió seguir adelante para terminar.

La magia sucede cuando uno se prepara, trata de explicar. Lo hace muy bien cuando resume su último esfuerzo antes de la meta: el dolor tiene fin, el orgullo, en cambio, es para siempre.