Opinión
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Porque así son las cosas del mar
V

erónica Musalem es una dramaturga talentosa que cuenta con algunos textos importantes –como Nueva York versus El Zapotito o Adela y Juana– y que gusta de experimentar con tiempos y espacios. Este último recurso se encuentra en su más reciente obra, Porque así son las cosas del mar, que no es de las más afortunadas al tratar de dar una visión contemporánea al mito de la ninfa Eurídice que llega al inframundo al ser mordida por una serpiente y de su enamorado Orfeo, el semidios de la música y la poesía que obtiene, gracias a su música, el permiso de buscarla en el Hades y la pierde por una imprudencia. Nada de esto es advertible en la obra ni en el montaje, excepto quizás por una referencia al largo tiempo que la protagonista Paulina ha esperado al músico Pedro y por el nombre de la tabernucha del rencuentro, El Hades. Pienso que se debe analizar el texto de Musalem y su escenificación respectiva olvidando un poco la mitología, como hacen gran parte del público y no pocos colegas y reporteros.

El Hades es una taberna costera a punto de ser derribada y en ella habita una prostituta, Paulina, que se niega a ser desalojada y que espera con alegría a que lleguen los marineros para que el lugar cobre nueva vida. En una graciosa escena, la mujer habla, más que rezar, platica, con las imágenes de la Virgen de Guadalupe y la Virgen de Juquila, que saca de su bolsa, como si ambas se disputaran su atención y ella les comunica su cariño y respeto a ambas. Es un momento de lo mejor de la autora, tan reconocida por incorporar las costumbres mexicanas en su dramaturgia. Cuando llega Pedro, el músico que ha rotado por los más insólitos lugares, empieza el estira y afloja de la seducción, a la que el músico es renuente, en una parte de texto y montaje muy reiterativos, a pesar del ambiente onírico, no realista, de la obra.

Los tiempos empiezan a morderse la cola. En acción retrospectiva se observa la boda y la huida del hombre, que ahora, en el nuevo encuentro, apenas se atreve a verla a la cara, hasta que sucumbe a su añeja pasión. En un muy forzado final, ella ya salió al mar y regresa con el cabello mojado, lo que supone su liberación, y él va acumulando las banderolas de las vírgenes y objetos marinos que sube a cubierta. La dramaturga deja su obra abierta, sin que sepamos si ambos van a quedar juntos o se separarán de nuevo, lo que es un elemento que muestra la malicia dramatúrgica de Verónica Musalem, que ha subtitulado a su texto como Sobre el amor y sus naufragios.

Teatro de los Efímeros es la productora de esta escenificación dirigida por Silvia Ortega Vettoretti, quien trata de acentuar lo onírico de la obra con un montaje que admite muy bien los cambios temporales y espaciales del original. En una escenografía del también iluminador Jorge Kuri Neumann, consistente en una tabla formada por duelas que terminan de manera irregular, con dos sillas por todo mobiliario, se da la acción escénica. Para la escena de la boda baja del telar un entramado de luces que dan un aspecto festivo, a pesar de que el novio –a diferencia de la novia que viste traje y velo de novia, aunque también está descalza– no tiene calzado ni camisa, aunque sí un sombrero de copa, según el vestuario diseñado por Mario Marín; la ropa anterior a las nupcias de ambos personajes muestran desgarraduras, como las medias y la chalina de Paulina o rastros de polvo como el traje de Pedro, lo que añade tiempo al tiempo. En esta escena clave se observa cómo Pedro, tras bailar algo con Paulina, se desliza detrás del escenario y se pierde, suponemos que por muchos años. Es esta traición la que encierra a Paulina en el miserable bar en donde transcurre la acción.

Paulina es encarnada con mucho donaire por Irela de Villiers, quien conserva el acento costeño y matiza a su personaje en todas sus características. Marcos García, a quien hace mucho tiempo no veíamos en un escenario, interpreta a Pedro con tránsitos de la sobriedad, casi enojo, a la pasión desatada. La música original de Pablo Mondragón enriquece con sus sones este montaje.