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La falsa batalla de Puebla
C

alma dejá vú, que eres y no. Es 2013, no 1997. Lo que acontece en el ejido (antes colonia) Puebla, en los confines de Chenalhó, en Chiapas, que se ha querido presentar torcidamente como conflicto religioso de algún tipo, es en realidad la manifestación explosiva de un resentimiento larvado en las familias de los paramilitares al que de pronto atiza un rumor contagioso y mal intencionado: ¡Nos envenenaron el agua!. ¿Quién? Los católicos, las Abejas, los liberación. ¿Sobre quiénes se va la turba inicial?: las bases de apoyo zapatistas. Agarran a tres, los amarran, torturan y entregan a la policía. Hace pocas semanas. Ahora un centenar de indígenas, la mayoría mujeres y niños que ni siquiera son zapatistas, recorren las estaciones dolorosas de un nada metafórico éxodo, ante la impávida y declarativa mirada del gobierno estatal que hace como que el conflicto se dirime en una mesa de diálogo donde las partes se reconcilien y tantán.

Estamos en la estela de la masacre de Acteal. No venimos acá porque queremos, es que nos persiguen. Nos quieren matar, están organizados para eso, y el gobierno no hace nada, dice este sábado, al borde del llanto, pero valiente, Rosa Sánchez Arias, madre de familia que no habla español y viene huyendo. Nosotros no envenenamos el agua. Yo declaro ante ustedes que no hemos hecho nada, sostiene en una exigua conferencia de prensa antes de dejar la escuela Nueva Primavera en San Cristóbal de las Casas, donde pernoctaron y se bañaron los desplazados, para salir hacia la escuela parroquial de Yabteclum (el pueblo viejo de Chenalhó), a la que llegan esa noche con la intención de trasladarse a Acteal el lunes. Un lugar, y otro, y otro, Rosa resume y lamenta. La noche del 22 lo decidieron, y de madrugada salieron furtivamente las familias perseguidas. Bajaron a los ranchitos de Tenejapa, se enlodaron, dispersaron, enfermaron y sufrieron antes de ser localizadas por las brigadas civiles que las buscaban.

El mismo 20 de agosto que un centenar de jóvenes y niños con permiso de hacer bullying impidieron acercarse a los primeros desplazados de Puebla, en la propia comunidad muchos más hicieron acopio de piedras y rodearon a los católicos que esperaban a los retornados. Tiraron la comida que preparamos, robaron las ollas y lo quemaron todo. Agarraron una niña y ya iban a golpearla. Dijeron cosas muy feas mientras echaban todo a perder. Quemaron la casa, agrega Rosa. Decenas de personas, encerradas y sitiadas en una cabaña, sentíamos el humo y el calor del incendio. Los niños estaban aterrorizados, los de afuera se reían de que lloraran.

Juan, otro desplazado: “Algunos pastores (evangélicos) están con los grupos agresivos. Han corrido la palabra de que cuando regresemos van a acabarnos. Si dicen tener la palabra de Dios por qué hacen esto y nos quieren obligar a perdonarlos nada más. No quieren justicia. Hablan de ‘reconciliación’, y con ellos el gobierno. Olvidan que tienen responsabilidades”. Ellos torturaron, quemaron, ultrajaron al párroco, amenazan de muerte. Y el gobierno hace que sólo falta nuestra respuesta a sus propuestas para el retorno, sin ver que están de su lado los delincuentes y nos están esperando.

Desde Puebla y los Chorros se organizó la partida paramilitar que asoló Chenalhó en 1997 y llegó a su clímax en el campamento de desplazados en Acteal aquel 22 de diciembre. Los polvos de la liberación reciente de los paramilitares procesados (no los de Puebla por cierto, pues ninguno pisó la cárcel, excepto el entonces alcalde Jacinto Arias Cruz) han vuelto a revolver aquellos lodos. Con un candor que no se veía desde el gobierno de Julio César Ruiz Ferro previo a la masacre, el de Manuel Velasco Coello espera que los católicos acepten un acuerdo que no garantiza justicia ni protección, y ya se comprobó que la policía no puede o está con los otros.

El asunto del rumor es clave. Según cuenta un vecino de Yaxjemel, no lejos de Puebla, semanas atrás “el grupo agresor de Agustín Cruz no tenía respaldo suficiente en su cruzada contra los ‘católicos’ (aunque unos no lo fueran), hasta lo del envenenamiento del agua”. No importó que el delegado regional de Salud, el poeta Ulises Córdova, negara la existencia de algún caso de intoxicación por agua en toda la zona, en el mero lugar la especie sí prendió y funciona. Da motivos para una venganza. Como las Torres Gemelas.

Mas no deja uno de sorprenderse. Con dignidad sobrecogedora y pulcritud, los desplazados arriban de noche al refugio de Yabteclum entre copal y murmullos como de Rulfo. Los lugareños que los acogen escuchan su testimonio. Oleadas de plegarias en arrullo tzotzil. Luego les ofrecen frijoles, de un comal inmenso lleno de manos de mujer salen tortillas sin fin, y los niños que hace dos noches lloraban con terror ahora ríen y comen y corretean. Mañana seguirá su peregrinar. Las pesadillas de la mala justicia engendran monstruos.