Opinión
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Una reforma sin consenso
E

l problema educativo de México ha sido siempre y a lo largo de toda su historia una llaga incurable que ha marcado nuestro destino. Ideas y proyectos fecundos nunca nos han faltado; siempre tuvimos a alguien que hacía hincapié en la imperiosa necesidad de educar al pueblo y sustraerlo de la barbarie en la que se debatía. Ya Valentín Gómez Farías (1781-1858), uno de nuestros más ilustres patricios, planteó la necesidad de que hubiera un ministerio del Estado que se encargara de la educación popular. Él fundó la Dirección General de Instrucción Pública y propuso el sistema lancasteriano para desarrollarla.

Desde entonces, la instrucción del pueblo fue siempre una gran preocupación de mentes ilustradas y siempre tuvimos a quienes plantearon la ingente necesidad de llevar la escuela a todos los hogares mexicanos.

En el siglo XIX la perspectiva educativa del país estuvo enmarcada por la contienda entre los conservadores clericales y los liberales. El papel de la Iglesia se debatió en razón de su función en la educación y salió poco a poco avante la escuela pública y laica hasta que se aceptó y se consolidó, sobre todo, después del triunfo de la Revolución.

En la lucha de ideas en torno a la educación siempre ha sobresalido el rol esencial que el Estado, como representación de la Nación mexicana, debe desempeñar en nuestro proceso educativo. Si hoy tenemos un sistema educativo nacional, por malo y aun pésimo que éste sea, se lo debemos a la acción permanente del Estado en esa tarea. Gran parte del dinero público se gasta en atender el rubro educativo y, de hecho, todos los avances que hemos tenido se han debido a la inversión pública. La escuela privada sólo ha gravitado en torno al sistema educativo nacional. Nunca hemos dependido de ella para llevar la cultura a las masas populares.

Es cierto, desde luego, que todos los defectos y malformaciones, todas las desviaciones y los rezagos en materia educativa se deben a la acción educativa del Estado. En la historia de la educación en México hay momentos gloriosos, a pesar de ello, que siguen siendo potenciales fuentes de inspiración para la necesaria y urgente reforma de nuestro esfuerzo educativo. Las Misiones Culturales de Vasconcelos en los años 20, la masiva irrupción en el campo de los maestros rurales en los años de Cárdenas, los esfuerzos de Jaime Torres Bodet, diplomático y educador insigne, en las campañas alfabetizadoras que impulsó, todo ello ha marcado las etapas esenciales de la historia educativa del pueblo mexicano.

A pesar de esos grandes esfuerzos, hoy está claro que no hemos hecho lo que debíamos hacer o dejamos de hacer algo que nos medio echó a perder la tarea. Todos los estudios sobre la educación en México nos muestran un panorama deprimente que no es posible eludir ni ignorar. En materia educativa, estamos mucho muy atrasados y con numerosas lacras que llevan a pensar que incluso los mismos esfuerzos de reforma no sólo no tienen resultados positivos, sino que agrandan el problema haciéndolo cada vez más insoluble.

Siempre será fácil señalar (y también encontrar) a los culpables de este desastre nacional. De hecho, todos los días se están señalando. No cabe duda, empero de que el principal de todos ha sido el Estado mismo que, a pesar de los ingentes recursos públicos dedicados a la educación, ésta se sigue despeñando y acusando fallas y rezagos que parecen inabarcables e insuperables. Todavía hay quienes se preguntan cómo fue que se dejó crecer en el seno de las instituciones educativas a un sindicato corrupto y mafioso que llegó a dictar línea en la política educativa y que se ha convertido en el mayor problema para cualquier tipo de reforma que se pueda intentar.

El estilo de reforma, por lo demás, es ineficaz por sí mismo. Creer que desde la Secretaría de Educación Pública se puede hacer y rehacer el sistema educativo es el modo autoritario y simplista de resolver los problemas y también de instrumentar todas las reformas. Siempre se piensa que la educación es cuestión de técnicas o de simples políticas desde la cúspide. A veces hasta los ejemplos que se nos ponen resultan inadecuados: Noruega y Finlandia tienen excelentes sistemas educativos, por supuesto, pero allá participa en el esfuerzo toda la sociedad y no sólo los iluminados.

Si algo nos puede enseñar la historia de la educación en México es que los grandes avances que tuvimos (y que, extrañamente, tienden a ser silenciados) fue cuando la educación se puso en centro de la política y se construyó como un acuerdo de todos quienes intervienen en el esfuerzo educativo. El problema de las reformas en toda clase de materias, se ha dicho muchas veces, es un problema político que recibe el nombre de consenso. No son un asunto de tecnócratas o de funcionarios ilustrados. Si se quiere reformar, hay que poner a todos de acuerdo; sólo que, para ello, hay que saber discutir y ponerse de acuerdo con todos.

Eso, tan elemental, lo ignoran nuestros gobernantes ineptos para la política. Aparte de pequeños cenáculos exclusivos y excluyentes donde tal vez se trató la materia, nadie discutió ni se puso de acuerdo sobre el contenido de la reforma educativa. Claro que los maestros rezongaron y se movilizaron porque se les quiso imponer una reforma de la que ellos no supieron nada y siguen realmente sin saber nada. ¿De verdad quieren reformar? Pues háganlo con todos, con toda la sociedad que siempre tendrá mucho que decir sobre sus propios intereses.

Claro que la reforma educativa ya aprobada merece ser discutida y consensuada; pero no a posteriori, cuando todo está consumado. Y si la sociedad se revuelve y protesta por el modo en que se llevó a cabo, nadie debe extrañarse ni lamentarse si así se hicieron las cosas. Hay cientos de miles de maestros domesticados en el SNTE que marchan como ganado al matadero cuando sus líderes se apresuran a dar su visto bueno a las reformas que les están imponiendo. Pero hay muchos más, sobre todo los agrupados en las secciones de la CNTE, que no están dispuestos a aceptar esa imposición. Ellos sólo piden que se les tome en cuenta y que se les consulte sobre el contenido de la reforma. Osorio Chong puede dar por consumada su reforma. En las calles la lucha va a seguir.

Claro que el secretario de Gobernación está pensando en una solución de fuerza. Es la típica postura autoritaria, apoyada en una sociedad que no quiere problemas y que es irresponsable frente a ellos. Por mucho que se les reprima, a los maestros no los van a doblegar, en primer lugar, porque buscaron el diálogo y dieron sus propuestas y, en segundo lugar, porque saben que con los nuevos sistemas de evaluación y promoción ellos van a ser los primeros castigados. La represión nunca será el camino correcto ni debemos seguirla tolerando.

El dialogo será en todo momento la solución y, claro está, construir acuerdos. Si quieren que los maestros vuelvan a sus salones tendrán que dialogar y acordar con ellos. De ninguna manera debemos dar por definitiva una reforma educativa autoritaria y amenazadora.