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La exposición en el recinto de Reforma comprende piezas realizadas entre 1922 y 1937

Construyendo Tamayo acerca a una etapa poco observada del pintor

Para su relectura, las 66 obras del oaxaqueño conversan con las de 20 artistas coetáneos, como Siqueiros, Álvarez Bravo, Best Maugard, Izquierdo y José Clemente Orozco, entre otros

Foto
Nueva York desde la terraza, 1937, óleo sobre tela. Colección FEMSAFoto cortesía del museo
 
Periódico La Jornada
Lunes 2 de septiembre de 2013, p. 8

Una mirada más cercana, más detallada, a un periodo que no se había visto con esta atención y por separado, es el planteamiento de Construyendo Tamayo, 1922-1937, exposición de un centenar de obras, entre óleos, dibujos, obra gráfica, acuarelas y libros, montada en el Museo Arte Contemporáneo Rufino Tamayo, en el contexto del 114 aniversario luctuoso del artista oaxaqueño, cumplido el 26 de agosto.

Con esta muestra, el recinto se une al festejo de los 60 años del Departamento de Arte de la Universidad Iberoamericana (Uia), ya que fue curada por uno de sus profesores, Karen Cordero, para quien el presente esfuerzo nos permite ver la obra posterior de Tamayo desde otra perspectiva.

Para ayudar en esa relectura, las 66 obras de Tamayo (1899-1991) exhibidas, conversan con las de 20 artistas coetáneos, como David Alfaro Siqueiros, Manuel Álvarez Bravo, Adolfo Best Maugard, María Izquierdo, José Clemente Orozco, Abraham Ángel, Agustín Lazo y Antonio Ruiz El Corcito.

Tamayo, entonces, se construye a lo largo de cinco secciones. La primera de ellas, Cimientos: el Método Best Maugard, establece la relación del artista con esta forma de enseñar el dibujo, impartida en las escuelas públicas del Distrito Federal y el área conurbada en la década de 1920, basada en motivos retomados del arte popular, que inspiran un acercamiento estético a la abstracción de la forma y el color, elemento que va a ser importante para el trabajo de Tamayo posteriormente, expresó Cordero.

En Trazando el terreno: las Escuelas de Pintura al Aire Libre y sus consecuencias, se habla de nuevo de la interlocución del trabajo de Tamayo con otra iniciativa relevante en la educación artística de los años 20 y 30, aunque propiamente nunca fue maestro ni integrante de ellas, apuntó la curadora. En esta sección se contraponen, por ejemplo, el óleo Indianilla, pintado en 1925 por el oaxaqueño, y La subestación, cuadro con el mismo tema, pero ejecutado por Fermín Revueltas en 1921.

Construyendo Tamayo contiene obras muy conocidas y otras que no se han visto prácticamente desde las primeras ocasiones en las que se expusieron. Como ejemplo están Zepelin (1929), poco conocida antes de esta exposición, y Naturaleza muerta con cabeza (1932), ambos óleos incluidos en el núcleo Entornos cambiantes: objetos, imágenes y artefactos.

Nuevo clasicismo

Otro componente que contribuyó a la obra de Tamayo del periodo en cuestión fue el nuevo clasicismo que cultivaron Pablo Picasso, Fernand Léger y Giorgio de Chirico, desarrollado entre 1910 y 1930 en Europa. Cordero acotó que Tamayo explora una estética corpórea que, como en el caso de otros artistas de época, como Manuel Rodríguez Lozano, se basa en buena parte en la pesadez de la figura en la escultura prehispánica, para crear una especie de paradigma estético particular del cuerpo mexicano.

La sección Renovando cánones corpóreos: primitivizando el nuevo clasicismo, también incluye una pequeña ala dedicada al dibujo. En el último apartado, Resignificando la representación: alegoría e ironía, la curadora interpretó al óleo Movimiento fabril (1935), como una especie de crítica velada o quizá no tan velada, al muralismo.

Tamayo, sin embargo, nunca muestra interés sólo en la temática: “Siempre está interesado en qué pinta y cómo lo pinta. A lo largo de este periodo hay cada vez una mayor sofisticación; sobre todo lo vemos en las obras de los objetos y las que tienen que ver con la alegoría y la política, en que hay una construcción deliberada de paradojas, una repetición de ciertas figuras que para Tamayo evocan temáticas.

Hay una construcción de una ficción, podríamos decir, propia dentro de las obras que tiene que ver con las paradojas entre la tradición y la modernidad, la pintura y la política, y que entran en juego reflexivo. Hay este aspecto plástico y también temático en este periodo, señaló Cordero.

El acto inaugural fue encabezado por María Cristina García Cepeda, titular del Instituto Nacional de Bellas Artes, y Luis Javier Cuesta, director del Departamento de Arte de la Uia.