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Alfredo López Austin cerró el emotivo homenaje de la UNAM, INAH y Cemca en su honor

En un país que languidece, las instituciones formadoras son más necesarias que nunca

Evocó su llegada a la máxima casa de estudios: La universidad pública absorbía nuestro destino para hacernos parte de sus propios fines

Una cálida ovación de pie y un Goya lo arroparon

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Este afecto me coloca en una posición muy difícil, pues las palabras de agradecimiento son pobres para responder a todos, expresó López Austin al auditorioFoto Carlos Cisneros
 
Periódico La Jornada
Viernes 6 de septiembre de 2013, p. 4

En México la desigualdad y la injusticia se han profundizado; es un país que languidece desangrado por empresas voraces, por sus gobernantes y por el crimen organizado, afirmó el historiador y antropólogo Alfredo López Austin en el cierre del coloquio-homenaje que le organizaron la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (Cemca).

Ante un público que abarrotó el teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario, el académico explicó que, a diferencia de sus años de estudiante, hoy en la nación parece haberse perdido toda esperanza, sin embargo, podemos estar esperanzados: nuestras grandes instituciones formadoras son más necesarias que nunca. La lucha debe intensificarse. Si los pasos de viejo aún sirven, hay que seguir en el camino. Sigamos caminando.

Una fiesta de la amistad

El investigador clausuró ayer el encuentro, una fiesta de la amistad, cuya segunda jornada se realizó en la máxima casa de estudios, mi casa durante la mayor parte de mi vida, dijo el homenajeado.

López Austin señaló que este afecto me coloca en una posición muy difícil, pues las palabras de agradecimiento son pobres para responder a todos. A quienes han participado en estas jornadas memorables, llenas de felicidad, sólo puedo darles a cambio mi agradecimiento. Los momentos que hemos compartido quedarán plasmados en mi mente por todo el tiempo en que puedan retornar los recuerdos.

Reiteró que hay que seguir en el camino, hasta que los pasos sean sensatamente productivos, y rememoró su vida universitaria, cuando, junto con su esposa Martha Luján, decidió “iniciar la aventura, dejar nuestra tierra y probar suerte en la capital. Ya éramos suficientemente adultos, con un hijo nacido y con otro dentro del equipaje.

“Dejábamos por la aventura, amigos, familia, relativa prosperidad y algo de obra realizada. La Universidad nos recibió con toda clase de facilidades y oportunidades. Nos ofreció los mejores maestros: Miguel León-Portilla, Angel María Garibay y el muy entrañable Carlos Martínez Marín.

Miles de alumnos ávidos de saber. La Universidad todo lo cumplió con creces, década tras década hasta el presente. De todos, maestros, compañeros, alumnos, aprendí y sigo aprendiendo. Aprendí lo que tanto he ansiado aprender.

El autor de Los mitos del tlacuache: caminos de la mitología mesoamericana (1990) recalcó que esos inicios se dieron en tiempos de relativa bonanza, de brazos abiertos. Era otra Universidad. No batallábamos tanto como tienen que batallar ahora los jóvenes muy meritorios para poder alcanzar una plaza.

No obstante, puntualizó, su vida de universitario no fue un tazón de miel. Fue una mezcla no homogeneizada de vinagre almibarado, ese que nos permite distinguir a veces lo dulce, otras lo amargo y apreciar el sabor de cada cosa. O sea, la universidad ha sido como la vida.

Su ingreso a la academia, detalló, no fue un mero cambio de actividades. Hasta entonces yo había sido un profesionista seguro de mi mismo a quien no le había ido mal, ahora se me revelaba poco a poco otra naturaleza, mi naturaleza: el sentido de mi presencia en el mundo.

La academia era una labor colectiva, “hasta alcanzar a integrarnos conscientemente en una universidad que existía gracias al esfuerzo, a las necesidades y los anhelos de millones de mexicanos, y que existe para estos mismos seres que le dan vida y razón de existencia. La universidad pública absorbía nuestro destino para hacernos parte de sus propios fines. Aprendíamos a ver que cada individuo es un nodo en el que se entrecruzan los hilos de una red casi infinita.

Eran tiempos de un México difícil, cargado de seculares desigualdades, pero con esperanzas. Cargado de injusticias, pero con esperanzas. Cargado de problemas, pero con esperanzas. Un México que reclamaba una lucha constante por el logro de las más justas relaciones sociales y había la esperanza de su transformación, concluyó.

Una inmensa y cálida ovación arropó a un conmovido López Austin al término de su intervención. Varios minutos de aplausos, con un público de pie que al final le obsequió un Goya, para acompañar la convicción que minutos antes compartió con el público el maestro: sigamos caminando.

En una sesión previa, participaron en el coloquio Elizabeth H. Boone, Guilhem Olivier y Xavier Noguez, quienes elogiaron la genialidad de la imaginación del historiador, el colega, el amigo, el mentor.