Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 8 de septiembre de 2013 Num: 966

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Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El llamado
Arturo Echavarría

El mejor verso de
San Juan de la Cruz

Luce López-Baralt

El huracán mítico
de Palés Matos

Mercedes López-Baralt

Devórame otra vez
Juan Otero Garabís

Querida abuela
Hjalmar Flax

En una calle del
Viejo San Juan

José Luis Vega

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Columnas:
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Juan Domingo Argüelles

La poesía en Rulfo y García Márquez

Hay poetas y hay lectores de poesía. Hay buenos y malos poetas, y buenos y malos lectores de poesía. Algunos, los menos (tanto poetas como lectores) son excelentes, y un puñadito son excepcionales. En sus Ensayos, Montaigne (lector excepcional) escribió: “Se puede hacer el tonto en todo lo demás, pero no en poesía.” ¡Cuánta razón le asiste!

Como Montaigne, hay otros grandes escritores que nunca escribieron poesía, pero que fueron o son lectores exigentísimos de ella. En parte, es por ello que nunca se atrevieron a publicar poesía. Probablemente la escribieron o intentaron escribirla, y con inteligencia y sensatez se dieron cuenta de que no tenían nada que hacer en este género y se dedicaron al ensayo, la novela, el cuento, la crónica, la dramaturgia y toda aquella escritura extraordinaria que no es poesía.

Extraordinarios escritores que nunca publicaron verso ni prosa poética como tal, revelan en sus páginas de narrativa, ensayo y teatro su conocimiento y su pasión por la poesía. Sin proponerse ostentarlo, se muestran poéticos en sus páginas. En nuestro idioma, Juan Rulfo es uno de ellos; García Márquez es otro.

Las obras de Rulfo y García Márquez están cruzadas todas ellas de lenguaje poético (es decir, de concentración verbal), aunque no sean precisamente poesía. El conocimiento poético de Rulfo y García Márquez se debe a que fueron excelentes, excepcionales, lectores de poesía. Y es indiscutible que un narrador o un ensayista que ama y conoce la poesía es mejor escritor que uno que ni siquiera la frecuenta.

Juan Rulfo no sólo era gran lector de prosa narrativa y de ensayo, sino también y especialmente de buena poesía. Su novela Pedro Páramo y sus cuentos (El Llano en llamas) están marcados por su conocimiento poético, por su dominio lírico y concentrado de la belleza lingüística. No sólo esto. Tradujo las Elegías de Duino, de Rilke. Para cualquier lector atento es imposible no advertir el ritmo poético de la prosa rulfiana desde el arranque mismo de Pedro Páramo. Si pusiéramos en versos regulares las dos primeras frases del inicio de esta gran novela, así las leeríamos:

Vine a Comala
porque me dijeron
que acá vivía mi padre,
un tal Pedro Páramo.
Mi madre me lo dijo.

La fórmula secreta, película de Rubén Gámez, obtiene mucha de su intensidad del lirismo rulfiano. Por ejemplo: “Cola de relámpago,/ remolino de muertos.” ¿Y no acaso José Emilio Pacheco escribió un poema (“¿Qué tierra es ésta?”), como un homenaje a Juan Rulfo, utilizando textualmente sus palabras? El Rulfo conocedor de la poesía se nos aparece poeta sin duda en la forma en que lo presenta José Emilio Pacheco, con versos inolvidables: “Digan si hay aire y nubes./ Si hay esperanza./ Si contra nuestras penas/ hay esperanza.”

El gran modelo de García Márquez es justamente Juan Rulfo, y en especial Pedro Páramo. García Márquez es también un gran lector de poesía, y su prosa narrativa es la de alguien que, indudablemente, ama la poesía. Él mismo refiere que en el Liceo Nacional de Zipaquirá, donde estudió el bachillerato, no sólo leyó, sino que recitó a todos los poetas clásicos españoles. Se los sabía de memoria. “La poesía es alquimia pura”, afirma. Y por ello no asombra que el arranque magistral de Cien años de soledad sea un arrebato poético, que puesto en versos leeríamos así:

Muchos años después,
frente al pelotón de fusilamiento,
el coronel Aureliano Buendía
había de recordar
aquella tarde remota
en que su padre lo llevó
a conocer el hielo.

Fue también Montaigne quien escribió:  “En su nivel más bajo, puede juzgarse la poesía a partir de los preceptos y la habilidad. Pero la buena, la suprema, la divina, está por encima de las reglas y la razón. Quien contemple su belleza con mirada firme y serena no la ve, como no se ve el resplandor de un rayo. No intenta seducir nuestro juicio; lo rapta y destroza. Desde mi primera infancia, la poesía ha actuado así, traspasándome y transportándome.”

García Márquez diría:  “Una de las virtudes del escritor es la posibilidad de ver más allá de la realidad inmediata. No otra cosa es la poesía.”