Opinión
Ver día anteriorLunes 9 de septiembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cine estadunidense independiente
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Fotograma de la película Lily, de Matt Creed
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urante la última semana de agosto se llevó a cabo la novena edición del Festival Internacional de Cine de Monterrey, un encuentro que en poco tiempo ha logrado un perfil propio, apostando sin reservas por la promoción de trabajos fílmicos nacionales y extranjeros de muy buen nivel artístico, con pocas oportunidades de llegar a un público amplio en una cartelera comercial abocada a la difusión de productos hollywoodenses. En este contexto, no sorprende la decisión de haber elegido este año a Estados Unidos como país invitado del festival, destacando precisamente trabajos independientes que representan una opción cultural y el contrapeso saludable a la gran hegemonía mercantil.

Entre las cintas seleccionadas, provenientes de los festivales de Tribeca, Berlín y Sundance, destacan dos que actualmente pueden apreciarse en la Cineteca Nacional: Color corriente arriba (Color upstream, 2013), el muy controvertido segundo largometraje de Shane Carruth (Primer, 2004), y Lily (2013), de Matt Creed.

La apuesta de Carruth es desconcertante, formalmente temeraria, y en definitiva muy refrescante. En su conversión a la profesión de cineasta, este antiguo ingeniero y matemático, técnico en simulación de vuelos, mantiene intacta una evidente obsesión por los sonidos ambientales y la recreación de atmósferas malsanas, todo a un paso del cine del canadiense David Cronenberg, pero con una construcción narrativa más compleja que oscila entre la ciencia ficción, el desvarío existencial y el pánico ambientalista. Piénsese en antecedentes como eXistenZ (Cronenberg, 1999), y también en Safe (1995), la claustrofóbica cinta de Todd Haynes sobre el asedio de las alergias y la extrema sensibilidad a las sustancias químicas que padece un ama de casa.

En el caso de Color upstream, al cuerpo de una joven, transformado en laboratorio de experimentos científicos, se le implanta una larva, un gusano parásito en plantas y orquídeas, como un poderoso narcótico que doblega su voluntad y la libra a toda serie de abusos. Esta conciencia extraviada y hasta cierto punto ajeno a la realidad, conecta sus vivencias nuevas, por medio del sonido, con las de otros seres infectados, elegidos al azar, y con cerdos en cuyo torrente sanguíneo se ha trasfundido también la larva del experimento.

En esta comunidad de seres sometidos a una suerte de terror biológico, y extrañamente hermanados con los animales de una granja, subsiste azarosamente la relación amorosa de los dos protagonistas, Kris (Amy Seimetz) y Jeff (el propio Shane Carruth), que pugnan por encontrar la solución del enigma.

El espectador asiste, entre fascinado y confundido, a una profusión de imágenes y sonidos de lirismo exacerbado que con pocos diálogos y explicaciones someras consigue transmitir un clima intenso de paranoia y desasosiego moral. Un perturbador thriller metafísico que alude, con enigmas, cabos sueltos y sugerencias fascinantes, a las ubicuas amenazas de un desequilibrio global ambientalista.

En un terreno más intimista, Lily describe la experiencia de una joven que, al cabo de varias sesiones de quimio y radioterapia para atender un cáncer de seno, descubre, atónita y confundida, que el destino la obliga a replantearse una existencia totalmente nueva a sus casi 30 años.

Un nuevo arranque inesperado para esta joven paciente con energía recobrada, una Lily reloaded que en pocos días se ve obligada a cuestionar la solidez de sus viejos asideros afectivos, la urgencia de definiciones laborales nuevas, y su lugar en una ciudad, Nueva York, antes totalmente ajena, redescubierta hoy con brío y entusiasmo.

Ya no hay aquí la melancolía fatalista de Cleo de 5 a 7, cinta clave de Agnès Varda, de 1962, sobre los momentos previos a un diagnóstico posiblemente sombrío, y sí la insinuación del cataclismo interior al que sobrevive la protagonista al término de un tratamiento en apariencia exitoso, y con secuelas tan azarosas como las de vida misma del más común de los mortales.

Amy Grantham, actriz y coguionista de la cinta, interpreta el papel estelar con tonos dramáticos justos, y a partir de su propia experiencia como sobreviviente del cáncer. Su desencanto progresivo con el mundo afectivo que la rodea –compañero sentimental, amigos del mismo, vecina inoportuna, padre lamentablemente ausente– tiene como contrapeso la solidaridad de una amiga cercana y la vitalidad de una ciudad que, como ella, apaga y recarga sus baterías día a día.

Muy lejos del manual de autoayuda y sus retóricas huecas, la cinta de Matt Creed es una mirada inteligente a la reconquista de un impulso vital en medio de tantas otras conciencias a las que el bienestar material, el conformismo y la buena salud mantienen irremediablemente adormecidas. Una película estimulante y redonda.