Opinión
Ver día anteriorJueves 12 de septiembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La reacción
L

as fuerzas vivas –viejo seudónimo en triste desuso– reaccionaron como siempre lo han hecho: como si el mundo les perteneciera por derecho natural. Para ellos, la reforma hacendaria dejó de serlo desde el momento que se desechó el aumento del IVA en alimentos y medicinas, como deseaban los consejeros áulicos del poder empresarial. De pronto, la larga luna de miel que ha llevado a la sacralización del modelo, tanto con los gobiernos del PRI como del PAN, se puso en entredicho, y no porque la propuesta por sí misma cambie el curso de la economía sino porque introduce temas satanizados, como el seguro contra el desempleo, la pensión universal o porque plantea desaparecer algunos de los regímenes especiales, como el de la consolidación fiscal.

La reacción fue instantánea: un coro de voces saltó a denunciar el atraco a las clases medias cobijado en la premisa falda de que ésta constituye el segmento de la población más numeroso al estar integrada por 70 millones de personas (CEESP), cifra similar a otras nacidas a partir de artilugios conceptuales o estadísticos para crear una ilusoria imagen de progreso y modernidad. Aferrándose a temas como el impuesto a las colegiaturas particulares (que no sobrevivirá al primer trámite legislativo), voceros de cámaras y camarillas, publicistas prepotentes o lastimeros en sus quejas, saltaron por todos los medios para crispar los ánimos del respetable ciudadano elegido para ser la infantería de los grandes poderes fácticos que nunca se mueven por mera generosidad. El dogmatismo tampoco admite de principio la elevación del déficit, ese sí tema tabú del pensamiento dominante. Ciegos y sordos, los círculos empresariales se dejan llevar por la estrecha visión de verse como los únicos sujetos dignos de ser tomados en cuenta, como si su gestión no fuera parte del problema más que de la solución, pues ni reconocen la gravedad de la situación económica del país ni atienden a la caldera de la calle que sigue aumentando la presión. Y ahora se extrañan de que el Estado quiera recuperar la presencia en el jardín encantado de la modernización capitalista.

El PAN, cliente del pacto, se divide entre sus jefes formales y aquellos que invocan la gestión de Felipe Calderón como ejemplo a seguir. (como si aun no entendieran por qué perdieron la Presidencia). Inquietud hay también en las bancadas priístas, tan sensibles a las inquietudes patronales, a los arreglos pragmáticos (que son fuente de corrupción), pero concientes de que la retórica no decide el curso de las aguas, aunque un sector de la izquierda más triunfalista así lo crea y la otra denoste los avances, así éstos sean frágiles puntos de partida. La idea de que el impuesto es, por definición, un robo es incompatible con la perspectiva progresista que no niega, todo lo contrario, la necesidad de actuar aquí y ahora contra la corrupción y el despilfarro administrativo de los ingresos públicos.

La decisión de no proponer el IVA en alimentos y medicinas no es, insisto, concesión graciosa para mantener los equilibrios pactistas sino, más bien, la aplicación del principio de realidad cuando la economía decrece, la pobreza aumenta y el desamparo se extiende dentro y fuera de los circuitos. Pero la promoción de un verdadero régimen fiscal progresista presupone ir más allá de la coyuntura. Vale la pena preguntarse si toda esta catarata de reformas está respaldada o no por una visión de conjunto, capaz de generar acuerdos sobre el puerto de arribo y no sólo en el diagnóstico de algunos males, para no generar nuevos parches inmovilizadores. Es difícil saber cómo se interconectarán unas reformas con otras para dar resultados en un mundo interdependiente, sin perder la conducción nacional.

El gobierno habla de un cambio estructural, pero el discurso no describe cómo será el nuevo Estado ni reconoce las fuerzas que lo sostendrán. Sin duda, la iniciativa debe ser analizada a fondo por los legisladores y la sociedad, tratando de contextualizar el alcance de algunos temas, al margen de las visiones ideologizantes a las que resulta tan proclive éste gobierno de resultados. No es una discusión sobre los ritmos del gradualismo reformista sino de ver si detrás del voluntarismo presidencial, más allá de los usos tácticos de corto plazo, se prefigura un proyecto reformador y no sólo un rosario de concesiones para compensar el efecto de la reforma energética, una vez que la situación fiscal de Pemex quede definida. O como dice Alejandro Nadal, estamos ante un caso de gatopardismo fiscal que ayudará a endulzar el trago amargo de la entrega del sector energético a las empresas trasnacionales.

P.S. La figura de Allende se agiganta con los años, mientras algunos piden perdón desde la izquierda, como si la carga criminal, la responsabilidad entre los asesinos y sus víctimas pudiera repartirse. El homenaje a Allende no sería tal sin hacer lo propio con la Unidad Popular que abrió un camino con audacia, valentía y emoción. Quisieron ganar el futuro sin salir de la democracia y deslumbraron al mundo. Cometieron errores, por supuesto, pero nadie olvida la traición de los militares tripulados por los Estados Unidos de América. Aprendamos de esas lecciones.