Opinión
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17 Tour de Cine Francés (1)
C

ándido o el optimismo. Si tomamos la selección de la presente edición del Tour de Cine como una suerte de barómetro de las temáticas y tendencias, obsesiones y estados de ánimo del cine francés actual, todo parece indicar que la patria de Voltaire sería hoy el mejor de todos los mundos posibles. Si además comparamos esta selección francesa con el tipo de películas que en fecha reciente propuso la Semana de Cine Alemán en la Cineteca Nacional, el contraste anímico entre las dos cinematografías no podría ser más pronunciado.

Lo que domina en el cine francés en el Tour de este año es el gusto por la evasión y la comedia, de preferencia la más ligera e inofensiva, la de entretenimiento más seguro, la más optimista. Para el caso, habría que citar de nuevo al indispensable Voltaire, quien definía al optimismo como la obsesión de creer que todo está bien cuando todo va mal. Con todo, es posible celebrar en los sabores de la comedia francesa actual un desenfado y en ocasiones una sutileza que la comedia comercial estadunidense parece perder de modo acelerado. Un tono ligero con un toque de ironía le sentará siempre mejor a la comedia que una ramplonería ávida de recompensas inmediatas en taquilla.

La comedia retro. La realizadora Noémi Lvovski sale bien librada, por ejemplo, en su arriesgada incursión en la comedia fantástica al proponer una suerte de remake de Peggy Sue, su pasado la espera (Francis Coppola, 1986), y mostrarse a sí misma en Camille Regresa (Camille redouble), como una mujer en una bien avanzada cuarta década de edad, que una noche de año nuevo se desmaya al filo de las 12 para despertarse como la adolescente que fue en los años 80, pero con el mismo físico de mujer madura. La trama de equívocos burlescos y reacomodos sentimentales propiciados por el viaje a través del tiempo es en todo momento previsible. La chispa en la actuación de Lvovski y su mirada irónica a las obsesiones y candores culturales de la juventud francesa de aquella época son, sin embargo, aciertos cargados de malicia.

En un tono menor, la comedia Mi historia entre tus dedos (Populaire), de Régis Roinsard, es una recreación festiva de los años 50 en Francia, con créditos en la pantalla que desfilan en el mismo estilo que en el cine hollywoodense de entonces, y con una trama sentimental (diligente secretaria enamorada de un patrón esquivo) en deuda directa con la mejor comedia romántica estadunidense. Los asedios y reticencias de la seducción amorosa, un hilarante concurso de mecanógrafas veloces, las vestimentas y canciones y el encendido cromatismo de una vida en tecnicolor, todo forma parte de un entretenimiento eficaz, rebosante de malvavisco y melcocha, entre Amélie Poulain y American graffiti, con la presencia magnética de Deborah François y la excesiva gesticulación de un Romain Duris tan incómodo en el amor como en el registro cómico.

La comedia gastronómica. De nuevo en el pasado, un tanto más reciente, Los sabores del palacio (Les saveurs du palais), de Christian Vincent, es una evocación muy dispareja de los recuerdos de Danièle Delpeuch, la cocinera personal del presidente François Mitterrand, quien habría impuesto la cocina más tradicional, los sabores del terruño francés, en el palacio del Eliseo, con la anuencia de un mandatario nostálgico, desatando con ello la ira y las envidias de los chefs creadores de una gastronomía más rebuscada. El problema principal del director, también guionista, son las pesadas digresiones del relato que alterna épocas y geografías distintas, y evita llevar a buen puerto una trama que requería mayor sazón y en definitiva una suculencia más concentrada. Catherine Frot, en el papel estelar, tiene un desempeño notable, pero caso lamentable en estos menesteres, se trata de una pieza muy apetitosa perdida en un caldo un tanto desabrido.

La comedia generacional. La idea es en principio atractiva. Cuando en El lobo seductor (Le grand méchant loup), de Nicolas Charlet y Bruno Lavaine, la madre de tres hermanos cuadragenarios, sufre un infarto que pone en peligro su vida, los protagonistas masculinos se ven súbitamente confrontados a una severa crisis existencial. Por un lado, el choque de la plenitud viril y la vulnerabilidad afectiva en la edad madura; por el otro, la manera insidiosa en que la enfermedad y el fantasma de la muerte cubren de incertidumbre el equilibrio conyugal y los placeres mundanos. Todo esto narrado en un tono paródico que mezcla la parábola moral y el cuento de hadas. Un reparto estupendo, dominado por el comediante belga Benoît Poelvoorde, saca un poco a flote esta comedia del descalabro de la masculinidad satisfecha, que por momentos remite a la exitosa farsa de Los infieles (Emanuelle Bercot, Jean Dujardin, et al).

En la próxima entrega, se hablará del resto del Tour (drama y recreación histórica), y de su plato fuerte y más recomendable, En la casa (Dans la maison), de François Ozon.

Twitter: @CarlosBonfil1