Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 15 de septiembre de 2013 Num: 967

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Herman Koch:
dosificar el conflicto

Jorge Gudiño

Federico Álvarez:
Una vida. Infancia
y juventud

Adolfo Castañón

A la sombra de
la hechicera

Juan Manuel Roca

Tres poetas

Belisario Domínguez:
política con dignidad

Bernardo Bátiz V.

Una topada de
huapango arribeño

Guillermo Velázquez, el León de
Xichú y Juan Carreón, el Diablo

Zona muerta
Aris Alexandrou

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Verónica Murguía

Nos pega porque nos quiere

El otro día llegué a una reunión familiar y discutí con un pariente. Fue inevitable: creyó que estábamos del mismo lado en esta vida y con aire cómplice insultó por turno a 1) los maestros, “por haraganes, corruptos y revoltosos”; 2) los policías comunitarios “por violentos, corruptos y revoltosos" y 3) los vecinos que protestaban en Iztapalapa por la falta de agua. Eran, claro, “violentos, corruptos, revoltosos y cochinos”.

Le pregunté si conocía a fondo los problemas de los que hablaba, a saber, la reforma educativa, los comités de autodefensa y el abasto de agua. Me contestó las mismas vaguedades amorfas que repiten a gritos los noticieros radiofónicos y la televisión. Yo no soy especialista en ninguno de estos temas, pero prefiero informarme a refrendar opiniones ajenas. Nos hicimos de palabras.

Mi pariente usó el formato de descalificación que lo mismo se ha aplicado a las mujeres sufragistas de principios del siglo XX, a los hermanos Flores Magón, al movimiento estudiantil del ’68, a los zapatistas de antes y a los de ahora, a los pacifistas y, en general, a quien diga “no”, ahora y siempre, en este país o en la Luna.

Lo que siguió es un poco vago, porque la bilis en grandes cantidades es capaz de disolver la memoria más puntual y la mía no es de ésas. Lo único que recuerdo con precisión es que ni él, y tampoco un primo que se agregó a la conversación aunque nadie lo había incluido, hablaron mal del gobierno. “Las cosas son así. Así es el gobierno. ¿Qué esperabas?” Nomás le faltó decir:  “Nos pega porque nos quiere.”

Yo mencioné –más bien denosté– a Ulises Ruiz e intenté señalar su responsabilidad en el conflicto magisterial. Y aunque Ruiz se robó millones, y fue corrupto y represor, a mi interlocutor le parecen más dañinos los maestros, porque “han abandonado las aulas”.

Luego recordé, con vario coraje, como decía mi suegro, a Felipe Calderón. Hablamos del problema de la seguridad, del desastre de la guerra contra el narco, la propaganda del gobierno federal, en fin, de los crímenes de la administración pasada, y resultó que Calderón, con todo y los muertos que ha de cargar en la conciencia, les inspira a mis parientes menos tirria que los policías comunitarios.

La discusión se fue apagando sola, porque el diálogo resultó imposible.

Y tuve una epifanía: es más fácil para muchos culpar al de junto, al prójimo que carece de poder, a la víctima, que al causante, sobre todo si éste es poderoso o es el gobierno.

¿Qué representa aquél que es como nosotros? Quizás nuestra vulnerabilidad, la posibilidad de que lo que él padece caiga sobre nuestras cabezas, ya sea el desempleo, la violencia o la represión. No, mejor poner distancia, congraciarnos, al menos internamente, con el “orden”. Con el sistema, pues.

Esto puede parecer trivial, pero sospecho que no lo es: supongo que es parte esencial de nuestra falta de libertad y que contribuye a que todo empeore. No quiero decir con esto que el señor clasemediero que lleva cuatro horas en su coche y siente un coraje horrible contra los maestros tenga la culpa de la situación; digo que si el señor sintiera la misma rabia pero le diera espacio a la intención de conocer los dos lados del asunto, la versión oficial y monolítica tendría una resquebrajadura, una fisura diminuta, aunque, y lo dudo, el señor siguiera dándole la razón al gobierno.

Los gobernantes deben estar sujetos a nuestro juicio. Gobernar –y ese detalle es esencial aunque se olvida siempre– implica una enorme responsabilidad. Cada falta deliberada de un gobernante se traduce en males concretos: pobreza, injusticia, violencia. No es lo mismo que una señora se gaste la quincena en zapatos que no le hacen falta, por más que tenga la despensa vacía y el clóset atestado de tacones, que los cuatrocientos zapatos del esperpéntico Andrés Granier.

Pienso en el gasto obsceno de la mayoría de los servidores públicos y no puedo evitar un ramalazo de cólera, pues al robo hay que sumar la ineptitud, la holgazanería y la mentira. Así, vemos la poca falta que les hace nuestra complicidad, ni siquiera la mental.

A quienes marchan o no están conformes, a los familiares de los muertos, a los quejosos que hay tantos en este país, les debemos, siquiera, el beneficio de la duda. A quienes amenazan al tiempo que ganan fortunas, como la diputada panista Esther Quintana, hay que medirlos con la vara con la que pretenden medir a los demás.