Opinión
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Ingrid y Manuel en la cadena de incongruencias
N

o habría de tardar mucho en relucir el brillo del cobre en la parte presente del devenir de los desastres mexicanos. Ciclones tropicales como Ingrid y Manuel empiezan a ser declarados como los culpables de las desgracias que, de nuevo, vuelve a sufrir el pueblo mexicano. Ahora por actuar, en cómplice conjunción, como fenómeno extraordinario que sucede rara vez, etcétera. Lo que no es nuevo, desde luego, es esta práctica de buscar diluir las responsabilidades en los fenómenos de la naturaleza. Vamos a poner algunos puntos sobre la íes.

Los daños y la perturbación social ocasionada por Ingrid y Manuel, cada uno por su lado (porque no podemos culpar a Ingrid de lo que pasó en Acapulco, ¿o sí?), fueron por la gran cantidad de precipitación que se infiltra en la tierra, pero también fluye por la superficie, cargando las corrientes de agua e inundando cuando rebasa los límites regulares de contención. Los deslaves se ocasionan por los antecedentes de precipitaciones que se acumulan en las capas de tierra de las montañas; un exceso de agua puede desarrollar el deslave y sepultará lo que cubra, sean casas o carreteras. Deslaves e inundaciones son perfectamente pronosticables considerando, entre otras, las dos variables que decimos. Se sabe (o debería) cuáles son los puntos donde pueden ocurrir esos fenómenos, eso en el detalle, pero, también en lo general, se sabe qué necesidades generan las condiciones de emergencia (refugios, alimentación, etcétera). No hay pretextos para justificar las consecuencias desastrosas actuales, que son evidencia de que no hubo esas previsiones.

Entrando a cierto detalle de las circunstancias actuales, vemos dos tipos de problemas concretos: uno, los mecanismos de alertamiento funcionaron mal, no avisaron eficientemente a la población y no se ha entendido (¿Chuayffet recordará los 420 avisos del huracán Paulina en 1997?) que no se trata sólo de pasar boletines o tuits, la función de alertar a la población debe indicarles muy concretamente la magnitud del peligro del que se advierte. ¿Qué le dice a la gente común que caerán 50 o 500 milímetros de precipitación, por ejemplo? Por otro lado, los preparativos para emergencia que tienen que ver con albergues, su abastecimiento, ¿dónde están o donde estuvieron? Y qué decir de los arreglos para rehabilitar las infraestructuras dañadas, cuando a más de 72 horas del impacto ciclónico siguen muchos lugares incomunicados.

El conocimiento de lo que puede suceder, incluso con un fenómeno tan ultra extraordinario como tres o cuatro sistemas de ciclones tropicales actuando simultáneamente sobre el territorio nacional, es perfectamente asequible. Hay suficiente conocimiento científico-técnico para ello. Por eso es que debieran tenerse previsiones para atender las eventuales emergencias. Ingrid y Manuel, cada quien por su lado, nos mostraron que ni los gobiernos locales, ni los estatales y mucho menos el federal, han trabajado para prevenir desastres. Estamos como antes de la ocurrencia de los sismos de 1985, que conmemoramos este jueves. El dinero que se ha canalizado a la prevención de desastres, se ha ido a rehabilitar infraestructura destruida, al pago de seguros para las grandes empresas aseguradoras trasnacionales, y de los funcionarios que han hecho ver que algo hacen. ¿Eso es todo?

* Doctor en geografía, experto en desastres. Ciesas