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La devastación
Perdí tres nietecitas, dos hijas, dos yernos y mi casa; fue horroroso

Sobrevivientes dan testimonios sobre el alud en La Pintada

Corresponsal
Periódico La Jornada
Viernes 20 de septiembre de 2013, p. 3

Acapulco, Gro., 19 de septiembre.

Durante tres días no había dejado de llover, cuando el lunes pasado –como a las tres de la tarde– escucharon el cerro tronar. Antes se oyó un zumbido que se extinguió para dar paso al sonido de borbotones que producían los árboles, las casas y los coches arrastrados. Para nosotros era el día del juicio final, expresa Eufrosina Rosas Nazario, de 90 años, quien sobrevivió al alud de lodo que cayó encima a los habitantes de La Pintada.

Es una de las poco más de 300 personas rescatadas vía aérea de esa comunidad devastada del municipio de Atoyac de Álvarez. Está recostada en una colchoneta, en el salón Teotihuacán del Centro Internacional Acapulco. Su voz es apenas un hilo. Con extraña sobriedad habla de su profundo dolor, del incierto futuro para quienes, como ella, perdieron hijos, nietos, yernos, casa...

Busca las palabras: fue muy duró lo que pasó, muy triste, muy horroroso. Joven, está muy trabajoso esto... Perdí mis tres nietecitas, mi casa, dos de mis yernos, dos de mis hijas.

Junto a ella, en otra colchoneta, dos de sus nietas, no mayores de 11 años, y dos de sus hijas, la escuchan en silencio. Contienen las lágrimas.

Todo fue en cuestión de instantes. Se oyó como un zumbido, de un momento a otro el cerro sacó mucha agua y lodo, todos en el pueblo empezaron a gritar. Cuando pensábamos que había pasado, como a las cuatro horas, volvió a pasar lo mismo, recordó Lorena Urioso Cerón, de 47 años, quien afirma que el primer deslave fue como a las 3 de la tarde del lunes 16.

Tras el segundo estruendo el pánico se apoderó de todos. Corrieron para alejarse lo más posible del pueblo, y se aglutinaron a las afueras de La Pintada. Se oyó como que tronó, fue un susto muy fuerte, pues el cerro de La Pintada no era muy grande, cuando pasó se veía como que salía humo entre la lluvia. Fue algo muy rápido, parecía que escupía mucha agua y tierra y se cubrió todo el pueblo, los coches, las casas, narra Urioso.

Ese río de lodo sepultó a su hijo y su nuera, quienes se encontraban en el lugar para hacer un estudio sobre la siembra del maíz. Su hijo, de 23 años, se acaba de graduar de ingeniero.

Apenas puede hablar. La angustia la ahoga. ¿Cómo le vamos a decir a los papás de mi nuera? Ellos son de Iguala, no tenemos forma de comunicarnos.

En el centro internacional –en tiempos normales sede del Tianguis Turístico de Acapulco– se agolpan las historias, todas rematadas con una fatalidad. Un hijo, un esposo, un ser querido arrastrado entre el lodo.