Opinión
Ver día anteriorJueves 26 de septiembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La nieta del dictador
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Una escena de la obra del dramaturgo español David DesolaFoto cortesía del Centro Cultural El Juglar
A

l cumplirse cuarenta años del cruento golpe de estado de Augusto Pinochet contra el presidente Salvador Allende, el grupo teatral Puño de Tierra y el Centro Cultural El Juglar presentaron en breve temporada de cuatro días (y uno más en el Foro Coyoacanense Hugo Argüelles) la versión mexicana de La nieta del dictador del dramaturgo español David Desola. Fue extraña esa temporada, ya que la versión estrenada en el XXXV Festival de Manizales corrió sólo de martes a viernes en un escenario de la Unidad Cultural del Bosque, lo que indica otros compromisos en otros lugares. Ojalá sea así, ya que se conserva la memoria de etapas terribles de la historia sudamericana aunque ya se abren las alamedas y parece ser que el horror no volverá pronto, aunque la impronta del pinochetismo ha marcado el desarrollo neoliberal de muchos de nuestros países, algunos de los cuales empiezan a liberarse de ello.

La nieta del dictador alude a los dictadores de los malos tiempos del mundo, incluso a Francisco Franco, sobre todo en lo que se dice de su mujer que sólo se ocupa de riquezas y joyas, pero la imagen primera es la de Pinochet, aunque la intención del autor sea hablar de el dictador en abstracto. Está esa joven bastante limitada porque de bebé la dejaron caer y se golpeó la cabeza, lo que la hace tonta –y ella lo admite– en su lenta toma de conciencia al hablar con las mujeres, que recuerdan, sin serlo, a las Madres de la Plaza de Mayo, que cercan el cuarto de hospital en donde agoniza el viejo dictador adicto a las novelas del antiguo oeste estadunidense. La joven lee al agonizante una de esas novelas, pero el viejo apesta porque carece ya de control en su sistema digestivo y ella corre a abrir la ventana aunque el clamor de las mujeres víctimas del abuelo hace que las cierre gritándoles comunistas hasta que empiece a intrigarse por la estadía de las mujeres aún bajo la lluvia y decida hablar con ellas.

El abuelo nunca ha atendido los deseos de su nieta, salvo el momento en que mandó casi secuestrar a otros niños para que ella tuviera con quien jugar, y delega todo en el General Cojo, como ella lo llama debido a su impedimento, quien en sus cumpleaños le envía una escueta felicitación y una muñeca, tenga la edad que tenga. En el cumpleaños de él, la nieta que ya ha hablado con las mujeres que cercan al moribundo, y ya muerto el General Cojo tras ser sometido a juicio, le regala una muñeca que desnuda y coloca con las piernas abiertas para imitar a las mujeres violadas por hombres y por perros, como se recuerda de las viejas torturas pinochetistas, antes del tremendo final.

La premura de la temporada hizo que no hubiera programas de mano, solamente una hojita en la que se dan los nombres del director, Fernando Bonilla y de la actriz Valentina Sierra y el actor Valerio Vázquez. Gracias a Internet se pueden lograr otros informes. La escenografía consistente en un cuarto con una cama de hospital y una ventana, se deben al director y a Gabriel Zapata, el escenógrafo que es también iluminador, coautor con Bonilla también en cuanto a escenofonía y audiovisuales, y posiblemente autor del enorme retrato del dictador inspirado en uno muy conocido de Pinochet. Los audiovisuales remiten al asalto del Palacio de la Moneda y a la persecución de los disidentes al golpe.

Fernando Bonilla dirige el casi monólogo de la nieta, muy bien incorporada por Valentina Sierra en su aniñado modo de hablar, con un limpio trazo en que ella se acerca al moribundo, lo rechaza, va a la ventana, la abre, la cierra y marca con sus salidas y entradas la distancia de los días, así como su estupor mezclado con alegría al ser nombrada la dirctora de la fundación del abuelo. El moribundo es un muy bien armado manequí y Valerio Vázquez, en un principio el enfermero con la cara totalmente blanca, se convierte en los personajes de los que se habla, el dictador, el general cojo, una de las mujeres de afuera con su mascada al cuello, el sheriff de la novela leída que reiteradamente pelea con un tubo de la cama del enfermo, antes de recuperar su personaje de enfermero y dejar a la nieta sola con el moribundo a pedido de ella.