Opinión
Ver día anteriorSábado 28 de septiembre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La reconstrucción institucional
D

esastres naturales. Los desastres naturales siempre revelan una doble condición: el grado de desigualdad de una sociedad y la calidad de sus instituciones públicas. En los recientes desastres hemos constatado, por si hacía falta, la enorme desigualdad en la sociedad mexicana. Eso se expresa no sólo en el hecho estructural de que la gente más pobre vive en ámbitos peligrosos y más proclives a verse afectados por desastres naturales. También el daño que sufren es proporcionalmente más alto. La respuesta gubernamental tiende a ser más lenta, más errática y no pocas veces más deshumanizada. La manipulación política es frecuente. Una población que ejerce de manera precaria sus derechos ciudadanos está expuesta al abuso porque la impunidad es mayor, el costo político de la desatención es menor y su visibilidad en medios es también más escasa.

Las instituciones. Los desastres también desvelan la solidez del Estado mismo. La capacidad de las instituciones de responder a las necesidades de la gente se prueba sobre todo en condiciones de emergencia. Aquí se aprecia el deterioro que no es de ayer sino de años de desatención. El estado que emerge en la larga transición expresa la colonización de franjas estatales por poderes fácticos, la debilidad y la captura de sus funciones reguladoras y el carácter depredador del patrimonio público por parte de las elites.

Los actores. La desigualdad, la pobreza, la corrupción, los privilegios de unos cuantos, y particularmente la impunidad ciertamente ha contribuido a la fragmentación social. Lo característico de la sociedad que sí se moviliza es la ausencia de espacios públicos que permitan la convergencia de muchos núcleos dispersos de activistas. Cuando se generan esos espacios surgen movimientos como el #YoSoy132.

Las corporaciones. La sociedad mexicana ha sido una sociedad de estamentos. La lógica corporativa supuso la organización desde arriba. El Estado constituye las grandes organizaciones de masas en una relación de supeditación combinada con canonjías a sus líderes y algunas ventajas a sus agremiados. Esas formas verticalistas suponían conjuntos sociales homogéneos y ausencia de vínculos solidarios con otros sectores.

Las movilizaciones. La mayor pluralidad social minó el pacto corporativo. Desde las movilizaciones de los 60 –notablemente el movimiento estudiantil de 1968– y las movilizaciones populares en los 70 y 80 que culminan con la explosión social que acompañó al terremoto de 1985 y con la convergencia de movimientos ciudadanos y sociales en 1988; surge otra organicidad: las redes sociales que se expresan a través de coordinadoras. Estas movilizaciones provienen de sectores no corporativizados o de disidencias que ya no puede contenerlas el formato central.

Las anteojeras del pasado. Frecuentemente se analizan las movilizaciones de hoy o las expresiones sociales ante los desastres naturales con los esquemas del pasado. Las respuestas que ensayan gobierno y oposiciones no siempre toman en cuenta todo lo que ha cambiado sociológica, demográfica y políticamente.

La reconstrucción. Estamos en un punto en que la propuesta minimalista es la propuesta maximalista. Las reformas cruciales deben reconstruir al Estado y a la sociedad desde los instrumentos democráticos de hoy: consulta, intercambios horizontales, lenguaje directo y sobre todo deliberación pública. La reconstrucción tiene que empezar desde arriba y desde abajo.

Arriba con las elites, el tema clave es la reducción de privilegios –fiscales y otros– cuya imagen insultante son las ladies y los mirreyes. Abajo con los pobres, el tema es la justicia distributiva. Los mecanismos de transparencia, rendición de cuentas y anti-corrupción son decisivos para construir una confianza que hoy escasea. El municipio y las comunidades son el espacio decisivo para afrontar calamidades e impulsar cohesión social.

gustavogordillo.blogspot.com

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