Opinión
Ver día anteriorViernes 4 de octubre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
En el Zócalo entierro de la cultura indígena
N

o, no pasa nada, seguro México está detrás, hacia adentro y hacia lo alto, en una infinitud, que siempre es tragedia, riesgo fatal, estallido de nubes o del subsuelo, en fiesta globera que requiere de muertos para negar el dolor pasado, por uno nuevo, y que nos arrastra, mece y nos lleva seducidos, cautivados al peligro, en una modulación de velas al aire en el mar, atracción al desorden, lo caótico, y la desintegración; al fin no pasa nada.

Infinitud que es sensación angustiosa de límite entre el país y una luminosidad helada, plateada, que resplandece en las cosas y el abismo y es el más allá inhumano o sobrehumano, impresión opresora de estar en un lugar límite, fronterizo, donde la tierra se cierra en redondo y se quiere volar, y volar para volar por los aires mientras las nubes pasan para perdernos en ese abismo en que se está, fuera de sí, en temblorosa vibración encendida antes de caer, a la cama de piedra, con la mujer que a mí me quiera, y en adversos giros del descenso sobre la tierra al lodo. Mientras las luces de las marchas y mentadas desfilan por nuestra ciudad en experiencias a veces maravillosas, a veces trágicas, vestidos de sangre y desolación que le imprimen el carácter traumático a nuestras determinaciones sucesivas.

Sí, de nuevo la muerte y el drama desquiciante y desorganizador en turno huracanado en el golfo y el Pacífico y espiral, a posteriori de gases lodosos en un juego de sombras, en las frías madrugadas, frente a la severidad trágica de la destrucción de sembradíos: plátanos y naranjas, toronjas y cocos, mandarinas y papayas, nopales y tejocotes, cacahuates y nueces, guayabas y chiles, frijoles y maíz… y los jitomates, aguacates, ajos y cebollas y su toque de perejil de las infaltables tortas en maridaje con la caña de azúcar… anticipando la que sería una ruptura trágica de la cohesión social, si no la remediamos ya.

La muerte se enseñorea de la República, perforando pecados enroscados a nudos sentimentales, pulpas de embriaguez y serpentinas espasmódicas con antifaz sobre discos bicolores disfrazados de fantasmas y aparecidos en ampollas de lodo y mapamundis de sueños negros, muerte trágica; nuestro destino, en franca elaboración de traumas antiguos y nuevos, inundaciones sesenta y ocho, temblores de 85, conquista de México, brujas bailando y ululando, como abejas con el sexo subrayado, mientras volaban frutas y legumbres, muñecas y medicinas, subsistemas de granadas, presagios de nuevas tragedias persiguiendo nuestro amargo destino de conquistados y colonizados.

Rodaron las patrullas y las ambulancias con parpadeos de semáforos de atardecer, ganando por una nariz los espacios y las metas de avenidas, carreteras y periférico antes de encender las luces del crepúsculo, en sintonía profética de segura muerte a la mexicana, en espirales concéntricas, chupando prisas citadinas para llover lodo y más lodo y enterrar hermanos.

Luciérnagas cónicas, espejos de caza, chispas contaminadas, voces de autoridades, ambulancias y muertes, en una ciudad y poblados provincianos con actitudes ecocídicas, que está estallando por arriba y por abajo, por un lado y por el otro entre temblores e incendios, gases del subsuelo y vaho de alcantarillas, amenazando a conglomerados pasivos de seres humanos, animales y plantas sobre las aceras, convertidos en almas de color marrón y humo con olor a gas lubricante y grasa quemada, mientras los carros pasan y los gritos de desesperación se volvieron a oír.

Pero no, no pasa nada, nuestro carácter nacional tan depresivo, por traumas sicológicos que han quedado en la mente (2 y 12 de octubre) tiene que negar y negar el dolor, para no desorganizarse; pero no, no pasa nada. A volar y volar para que el cielo sea nuestro.