Opinión
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Puntos sobre las íes

Carlos Arruza VI

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MADRID. Un turista se dispone a que le tomen una fotografía afuera de la plaza de Las Ventas, en MadridFoto Reuters
A

probar suerte…

En el anterior artículo, pusimos punto final cuando el padre, la madre, Carlos y Manolo recién llegaron a España, idea de don José, al percatarse de que sus hijos estaban desolados debido a que los contratos escaseaban, ya que estaban por demás vistos, por tanto actuar en calidad de becerristas.

En mal momento…

Desembarcaron en la península cuándo se estrenó el boicot contra los toreros mexicanos, y entre dimes y diretes no faltó quienes les dijeran que en breve se arreglaría todo, pero se cansaron de esperar.

Don José y doña Cristina tenían parientes en la Iberia, así que decidieron permanecer algunos días en tanto el padre consolaba a los muchachos diciéndoles que encontraría la forma en que pudieran torear en algunas ganaderías, pero, no hubo de piña, y a poco estalló la Guerra Civil Española, y aquello de que en días se arregla todo habría de convertirse en años.

Doña Cristina decidió regresar a México, ya que su hijo José estaba solo y por allá se quedaron el padre, Carlos y Manolo, y para que todo se complicara, don José enfermó de gravedad, por lo que tuvo que permanecer en cama poco más de un año.

¡Vaya situación!

En aquellos difíciles días pudieron encontrar acomodo en el ático de un vetusto edificio cercano a El Retiro, donde estaba instalado un cañón que era conocido como El abuelo y que, ya fuera de día o de noche, cada minuto disparaba un proyectil cuando las tropas del general Franco se aproximaban a Madrid.

Era casi el infierno

Como el padre no podía abandonar el lecho del dolor, los hermanos fueron considerados héroes, ya que no dejaban el ático para acompañar a don José, y Carlos y su hermano rezaban constantemente a la Virgen de Guadalupe –a la que Carlos llamó siempre su Apoderada–, mientas las bombas y la metralla estallaban cerca de donde estaban, y fue un milagro que resultaran ilesos; eso sí, llenos de espanto y terror.

Y hubo más…

Los alimentos comenzaron a escasear y se decretaron colas para poder adquirir lo poco que había y, para poder subsistir, doña Cristina les enviaba cada mes algo de dinero, mientras los hermanos se turnaban en las interminables colas. Poco después, tuvieron la fortuna de contar con una muchacha que mucho les ayudaba: por las mañanas les llevaba algo de alimento y leña, se encargaba de atender al padre, cocinaba y ella y las vecinas se reían constantemente porque los fratelos ayudaban en la cocina, lavaban platos y hasta preparaban la cena o recalentaban lo del mediodía, lo que en España era impensado.

No era de hombres

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¿Quién es..?

Se anunció un festival encabezado por Rafael Gómez El Gallo, y en el novillo del sevillano, de pronto se tiró a la arena un espontáneo provisto sólo de capote que no de muleta –y venga, que a torear se ha dicho– que realizó un quite por las afueras que le jalearon, pero nadie atinaba quién era. A poco, algunos espectadores se dieron cuenta de que era un mexicano, pues portaba el brazalete obligatorio con el nombre del país y los colores de la bandera, y fue este el primer paso en ruedos hispanos de Carlos Arruza.

Discreto, que no era cosa de lucirse, Carlos se fue a su localidad, temiendo enfrentarse a quien sabe qué complicaciones, ya que había sido una osadía lo que había hecho, pero, gracias a su Apoderada nada sucedió y se fue feliz al recodar cómo lo habían ovacionado.

Años más tarde, Carlos le recordó a El Gallo aquel atrevimiento y el sevillano por toda respuesta le dio un cariñoso y sentido abrazo.

Aquello ya no podía continuar así y el padre y Manolo –con una nobleza de esas que obligan– decidieron que Carlos buscara la forma de regresar a México y que Manolo permanecería con don José, ya que era imposible moverlo, ya no digamos trasladarlo.

Y así fue.

En marzo de 1937, bañado en lágrimas y transido de dolor, acompañado del fundón de las espadas y un pequeño veliz dijo adiós a Madrid.

Tras mucho caminar, un camión de carga accedió a darle un aventón mediante 10 pesetas por adela y a punto de congelarse, mientras la tristeza no lo abandonaba, llegó a Aranjuez, para enfrentarse a la muerte.

+ + +

Cortemos.

AAB