Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 6 de octubre de 2013 Num: 970

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Sándor Márai
y la justicia

Ricardo Guzmán Wolffer

Antonio Cisneros
cronista

Marco Antonio Campos

Todos presos
o presuntos

Fabrizio Lorusso

Retrato de Rafael
Sánchez Ferlosio

José María Espinasa

Maravillas de
la antimateria

Norma Ávila Jiménez

María Izquierdo,
pasión y melancolía

Germaine Gómez Haro

La poesía salvaje
de María Izquierdo

Argelia Castillo

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Retrato de

Rafael Sánchez Ferlos

 

José María Espinasa

El tiempo fue inventado contra los perezosos, como un ardid para que los que querían quedarse quietos se sintiesen incómodos y entrasen en acción.
Rafael Sánchez Ferlosio

...y la inacción dejé, que es la cordura
Jorge Luis Borges

Durante los años sesenta, y en el momento de la gran explosión del Boom latinoamericano, Rafael Sánchez Ferlosio parecía el único narrador español capaz de situarse a la altura de los Carpentier, Rulfo, Arreola, Lezama Lima, Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa. Pero la perspectiva era profundamente engañosa. Por un lado no era o no fue el único; la propia generación de Sánchez Ferlosio resultó mucho más importante de lo que se pensaba entonces: Juan Benet, Carmen Martín Gaite, Rafael Aldecoa, Ana María Matute, Luis Martín Santos son autores que crecieron, y mucho, con el tiempo.

Por otro lado, para entonces Sánchez Ferlosio ya había abandonado, o estaba en vías de hacerlo, las veleidades narrativas precipitándose en una escritura extraña, de carisma ensayístico, pero irreductible a las corrientes y tendencias de la moda. Su enorme éxito inicial ante la crítica y el público se tradujo con los años en ser un autor muy poco leído, tanto por los críticos como por los lectores (eso sí, para compensar, y firmar el ninguneo, celebrado y premiado, desde 1955 cuando le dieron el Nadal por su novela El Jarama hasta el Cervantes en 2003 y el Nacional de las Letras Españolas en 2009.)

En México, sin embargo, nadie se acuerda de él, sus clásicos Alfanhui (1951, libro que sigue conservando intacta su capacidad de fascinar al lector) y El Jarama se encuentran en saldo en todas las librerías de usado, a precios irrisorios, y sin que parezcan venderse. La bibliografía posterior –por cierto abundante– ni siquiera llega a las librerías. No es tanto un autor desconocido –cualquier historia de la literatura lo menciona– ni secreto, sino marginado. Y no me cabe duda de que él ha buscado esa condición, no sólo por su relativo rechazo de la vida pública del escritor, sino sobre todo por la manera en que escribe sus libros. Para empezar, si ya había demostrado en sus dos primeros libros su capacidad de imaginación verbal –Alfanhui lo emparenta, anticipándose, con Juan José Arreola– y también de extremo realismo –en El Jarama se puede ver la obra cumbre de ese estilo en España– decide, en buena medida por eso, abandonar la narración. Lo que quiero señalar ahora es la necesidad primera de rechazar la terrible trivialidad en que ya adivinaba se precipitaría esa tormenta de genialidad que fue el Boom. En efecto, desde su escritura inicial el bacilo de la superficialidad ya estaba en las mismas obras maestras (reconocidas como tales) y no en su mala repetición en años sucesivos. Los que no murieron jóvenes o guardaron silencio, todos fueron víctimas de una vacuidad implícita en sus grandes momentos. Pero eso a Sánchez Ferlosio le importa poco, el problema es que la trivialidad está presente en toda la idea de cultura y pensamiento proveniente del economicismo contemporáneo. Así, por ejemplo, en 2003, cincuenta años y piquito después del Alfanhui, aparece un libro sobre “economía”, Non olet, que reúne sus textos periodísticos publicados fundamentalmente en el periódico El País en los años anteriores. Los economistas, que lo deberían leer con lápiz para subrayar, o no lo entienden o, si lo entienden, miran para otro lado, y los lectores, llamémoslos literarios, lo leen fascinados por la precisión de su prosa y lo naturalmente rebuscado de sus razonamientos, sin probablemente situarse en su condición de escritura.

El título, en latín, significa “no huele”, y es el comentario del emperador Vespasiano ante el reclamo de su hijo Tito por el cobro de impuesto por las letrinas públicas. Olisquea las monedas y dice: no huele. Es más impresionante el efecto que nos produce a nosotros hoy ese comentario, cínico sin duda, por el perfil de pasteurización que el tiempo le ha dado. El mal es convalidado por su condición aséptica. Escritos a finales del siglo XX, los textos permitían ya dibujar la crisis que sobre España, Europa y el mundo se mostraría una década después. Pero sus raíces múltiples están en una sociedad cuya economía se basa en la producción, pero en la producción no de bienes, sino de consumo de esos bienes, interesando más lo primero –el consumo– que lo segundo –los bienes–, es decir, el reino de la publicidad y la mercadotecnia, la especulación y el robo, pues la corrupción es parte de esa concepción económica del mundo.

Cada precisión es fascinante, cada señalamiento lúcido, cada apostilla nos hace sonreír por su veneno, y sin embargo hay algo de escritura sin sentido, de crítica cuyo único objetivo es ella misma. Pero ¿no es esa la única opción de la escritura ante el fraude de la civilización? El sentido de su prosa apunta al entendimiento reflexivo, posibilidad poco común en una época degradada como la nuestra. El sentido tiene aquí no la oportunidad de hablar para unos cuantos, sino la de ejercer la rebeldía incluso si se escribe para nadie (este año, 2013, Francisco Cervantes, el poeta de Quereitaro, habría cumplido setenta y cinco años).

Rafael Sánchez Ferlosio hace de sus textos instrumentos hipnóticos: quien los lee sabe que ahí hay algo notable e infrecuente, pero no lo uno por lo otro, sino lo uno con lo otro. Cuando reflexiona cuestiones semánticas –por ejemplo su reflexión sobre los “isótopos– parece que discute no trivialidades sino bizantinismos, y sin embargo, esa prosa reflexiva, parodia de la academia filológica y de la petulancia lingüística, nos inquieta en su desesperante inmovilidad ¿A dónde va? ¿Hay que ir a algún lado? En esta época de escritura aforística, fragmentaria, a manera de glosa o escolio, los “pecios” de Sánchez Ferlosio son hirientes y crueles flechas hechas de nitidez verbal y de intuición desdentada, la sonrisa (o la mordida) de un chimuelo. Tal vez no haya actualmente ningún escritor en castellano con un pesimismo tan interiorizado, sin la teatralidad del blasfemo ni la petulancia del que piensa –o nos quiere hacer pensar– que está de regreso de todo, cuando el regreso, si es posible, sólo ocurre de la nada. Esa hipnosis es la de la inteligencia ejercida sin razón, sin porqué.