Opinión
Ver día anteriorJueves 10 de octubre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Carnada
L

a Compañía Nacional de Teatro (CNT) sigue ampliando su repertorio –esta vez en su Quinto Ciclo, Teatro Mexicano– con una obra de Bárbara Colio dirigida por Richard Viqueira, quien ya antes había trabajado un texto de la dramaturga, Cuerdas, al que imprimió algo de su muy personal e imaginativa manera. Carnada continúa la exploración y crítica del capitalismo salvaje que ha convertido a las personas en competidoras en todos los campos, que la autora ha hecho dentro de su escritura, aunque quizás seguir una de las líneas argumentales (con algunas notables salvedades) de un clásico como es El Rey Lear de William Shakespeare no lo convierte en contemporáneo. Transformar a las tres hijas de Lear (Gomeril, Reagan y Cordelia) en tres varones (Primero, Segundo y Tercero) responde, a mi entender, más a las necesidades escénicas que a las del contenido mismo, ya que las mujeres somos también, y a veces más, competitivas.

Bárbara Colio propone otro cambio sustantivo que es otra mirada a las relaciones filiales al hacer que Rey, el padre, regrese después de una larga ausencia ante los hijos que ya casi no lo recuerdan y que guardan la imagen de cuando los llevó de niños a un lugar, probablemente un bosque o un zoológico en donde había jaguares; esta ausencia hace entender, aunque no justifica, la violencia que se ejerce contra Rey para que les entregue sus posesiones. La dramaturga abstrae a sus personajes a la manera del expresionismo al no darles nombres, sino números, lo que combina mucho con la inventiva del montaje, pero de todos modos ellos tienen su personalidad que se manifiesta sobre todo en el menor que corresponde a Cordelia, porque Primero y Segundo, a pesar de sus pleitos incluso físicos, son muy semejantes entre sí, como lo son en la tragedia original Reagan y Gomeril. Privadas de la grandeza shakespereana, varias escenas, como la tormenta que se abate sobre Lear se reducen al mínimo y toda la obra se convierte en una tragedia doméstica, igual que en el bardo inglés, pero de poca monta porque no mueve ejércitos ni reinos, cuyo título se refiere a la carnada que es el falso cariño que se advierte más en el clásico que en la obra de Colio, convertido en odio total: Los animales no regresan para ser cuidados por sus crías.

Richard Viqueira, quien destaca más cuando elabora sus propios textos, ahora se advierte un tanto limitado en sus imaginativas creaciones, al tratar uno ajeno cuya característica esencial da vueltas en un automóvil, aunque sigue siendo uno de los directores que nunca se repiten en sus hallazgos formales. El viejo carro de los años 50 del siglo pasado –con las placas LEAR 4-B– ayuda a la idea de caminos emprendidos por el viejo y cuya posesión es codiciada por sus hijos como si fuera el reino. El público, asentado en el escenario, contempla cómo baja desde el telar el carro, cómo los hijos y el Payaso (que corresponde al bufón de Lear) lo mueven, lo voltean para que pueda entrar un personaje, aunque a veces la rica imaginación del director sitúa Lear fuera de él, en asiento de conductor y con el volante en las manos. La disputa por el coche se convierte en una disputa por la música de su radio, ya que Rey –que baila– gusta de ritmos que no son los de sus hijos, con lo que se marca la pugna generacional.

Otro momento en donde se advierte la creatividad de Viqueira es en el de la ceguera de Rey dada por unos anteojos de soldador oscurecidos, o la nieve que se vuelve papelitos plateados que caen. La violencia contra Rey hace que le sea arrancada y luego encajada en su boca, su dentadura postiza y los movimientos de lucha de los hermanos, o el hachazo asestado a la capota del coche remiten a una violencia desatada. El director cuenta en su elenco con los excelentes Luis Rábago, estupendo como Rey y Héctor Holten como Payaso, los hijos Everardo Arzate –también de la CNT– como Primero y los actores invitados Octavio Michel, también responsable del entrenamiento físico, como Segundo y Adrián Aguirre como Tercero. La escenografía y la iluminación se deben a Jesús Hernández y el extravagante vestuario –que incluye la peluquería y el maquillaje de Maricela Estrada– son diseño de Mario Marín del Río.