Opinión
Ver día anteriorViernes 11 de octubre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Tenochtitlán: nuevo despellejar
D

efa estado de ánimo cilindro periférico, negro sobre luz color de lodo en cielo despajarado y sin nubes, olor a ozono y plomo, formas prohibidas que sólo se transparentan, caderas naranja limón en cuya piel hay huellas bugambilias que arden, tatuaje impenetrable que pasa como pasa la noche, sin que nadie la posea. Imposible que es y no es, como palabra inatrapable e inasible, que se pierde. Ausencia oculta y negra.

Defa de la que vivo enamorado y toco con roce suave, sin detenerme. Vitrina de mis pupilas, sueño lariano de nácar que se aburre de negrura en la tarde, cristal de mi rostro, alucinante comarca de motores que vierte sus gotas de perfume disueltas, de la que fluyen aromas espesos, cargados de vibra antes de caer despellejada voluptuosamente después de lucha titánica desesperada, desembarazada ya de formas y colores que se restriegan contra mí vestida de espasmos sexuales y muslos frenéticos temblando vibra inasible e inatrapable.

Defa que enceguece con el fuego gris frío del espacio e impide alcanzarla ante la imposibilidad de reducirla a algo simple, definible, utilizable y por tanto manejable. A ciegas la busco sin luz, en zona en la que juegan el sol y la sombra y el sol sombra, para perderse en algún lugar del espacio, en el renovado sueño de hallarla en dimensión totalmente diferente, sumergida en la profundidad que es pero está fuera del alcance y es deseo desbordado que atrae como diosa voluptuosa que le coge a uno, por el ramal, desgajándolo, y ya despellejado levanta los pulmones hacia el espacio negro, negro terciopelo que envuelve bruscamente y surge rapidísimo placer de muerte, delicado, tenue, irreprimible, casi orgástico, masoquista.

El Defa provoca un sentimiento de desguanzo, picores, toses, manos heladas y desmadejamiento convaleciente en piernas y mente, desenroscador de jirones imaginarios, trompicones de recuerdos y caricias y deseos de poseerla, con todo y los contenidos secretos de su pasado indígena, antes de que desgravitarme y no encontrarle. No se diga el cuerpo, ni siquiera la mano ganchuda verdimorena, que le resaltaba como mandarina sobre el asfalto.

La sigo buscando, la siento pero no la veo, la escucho pero su voz está desconectada de su cuerpo, dejándome sin brillo desconchado, ridículo, polvoriento, enfisematoso, inane, acechado por remordimientos e inquietudes que adormecen y sólo son soportables por la gran fuerza de la fantasía que promueve esta ciudad, tierra despellejada. Amante inasible como todas las amantes, objeto de deseo inatrapable que lentamente mata y desarrolla imaginación, carente de formas definidas, sólo alucinaciones en movimiento, cada vez más negras, diabólicas, pero más atractivas.