Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 13 de octubre de 2013 Num: 971

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Lichtenberg: sobre
héroes y estatuas

Ricardo Bada

La palabra, el dandi
y la mosca

Edgar Aguilar entrevista
con Raúl Hernández Viveros

Antonio Gamoneda: sentimentalidad oscura
José Ángel Leyva

El caso de la mujer azul
Guillermo Samperio

El rival
Eugenio Aguirre

Tecnología y consumo:
el futuro enfermo

Sergio Gómez Montero

Cárcel y libertad
en Brasil

Ingrid Suckaer

Máscara
Klítos Kyrou

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 


con Raúl Hernández Viveros

Autor, entre otros, de La invasión de los chinos (1978), Los otros alquimistas (1980), Los tlaconetes (1982), El secuestro de una musa (1984), Una mujer canta amorosamente (1985), El talismán del olvido (1992) y La conspiración de los gatos (1997), todos ellos libros de cuentos; la novela Entre la pena y la nada (1985); los libros de ensayos La nictalopía de Sor Juana Inés de la Cruz (1999) o Pensamiento, memoria y escritura (2000); la compilación Autores veracruzanos contemporáneos (1999) y su muy celebrado Relato español actual (FCE, 2003), así como un libro híbrido, La generosidad divina (2009), e incluido en numerosas antologías de relatos dentro y fuera de México, Raúl Hernández Viveros (Ciudad Mendoza, Veracruz, 1944) cuenta asimismo con una profusa trayectoria como editor: estuvo a cargo del Departamento Editorial de la Universidad Veracruzana (1986-1988) y fue director de La Palabra y el Hombre a lo largo de una década (1986-1996). Desde 1996 dirige Ediciones y la revista Cultura de Veracruz.

La palabra, el dandi y la mosca

Edgar Aguilar

–Alguna vez se dijo que durante tu labor como director de una de las revistas más importantes de México y de Latinoamérica en su época, La Palabra y el Hombre, se restringió el contenido de ésta “a temas academicistas y poco atractivos para un público lector más amplio”. ¿A qué se debió fundamentalmente esta “restricción”, si es que la hubo?

–Desde su fundación, en 1957, la revista se planteó como un cuaderno o libro en donde se ofreciera el mayor espacio a la divulgación de nuestros académicos e investigadores. Sin embargo, en su nueva época en los años setenta se transformó en una revista literaria, cuestión que a mí me hubiera gustado continuar. Por lo cual, las autoridades universitarias indicaron el papel que desempeñaba nuestra máxima publicación: difundir los trabajos de investigación en el campo de las ciencias sociales.

–Con personajes de la talla de Sergio Galindo, Sergio Pitol o Juan Vicente Melo al frente de la editorial y de la revista, ¿se inclinaba más el contenido a la creación literaria aunque hubiera “línea” de las autoridades por incluir temas académicos, que a mi criterio son los que predominan en la actualidad?


Foto: cortesía del autor

–Al principio se mantuvo la armonía entre el espacio dedicado a la literatura y la divulgación de las investigaciones antropológicas, arqueológicas, históricas y educativas. A Sergio Galindo lo llamaron después de que las publicaciones y la revista de la universidad estuvieron a punto de desaparecer. Durante cerca de dos años dejaron de salir nuestras ediciones. A partir de 1972, Sergio Galindo, desde Ciudad de México, mantuvo el contenido en la revista exclusivamente literario, el cual le tocó también a Juan Vicente Melo. Antes, Sergio Pitol intentó hacer su propia revista literaria, pues la política editorial universitaria le señaló que debía continuar con la tradición de publicar trabajos de investigación. Finalmente, logró mantener materiales literarios e incluir ensayos de antropología, filosofía e historia. Bajo su dirección fue realmente interesante su intercambio con los principales escritores contemporáneos, lo que aportó otra perspectiva a las ediciones de la Universidad Veracruzana. Sin embargo, varias obras extraordinarias ya no pudieron salir a la luz pública. Por ejemplo, se anunciaron libros de Gombrowicz, Schulz, Musil, Zambrano, Steiner, y un volumen de cartas de Ermilo Abreu Gómez.

–Al concluir tu período como director de La Palabra y el Hombre creaste tus propias publicaciones: Academus y Cosmos. ¿Cuál era el carácter de estas revistas?

Academus y Cosmos, junto a la revista México Nuevo, fueron publicaciones anteriores a mi nombramiento al frente de La Palabra y el Hombre; aparecieron en los años sesenta y setenta, en aquella etapa cuando conocí a Sergio Pitol. En las tres siempre se dedicó el espacio mayor a las letras, principalmente Cosmos, porque se fundó en homenaje a Wiltold Gombrowicz. Posteriormente, al poco tiempo de mi salida de la dirección editorial y de La Palabra y el Hombre, inicié el proyecto de Cultura de Veracruz, que desde el principio se concibió como un espacio para los nuevos escritores nacionales y de América Latina. Hasta la fecha tiene como subtítulo Revista de Literatura Contemporánea, y es un espacio independiente que lleva más de década y media de sobrevivir en un medio donde lo que menos interesa es el papel de la lectura.

–Tres referentes de algún modo inseparables han marcado tu vida como escritor y editor: Sergio Pitol, Wiltold Gombrowicz y Polonia.

–Sergio Pitol fue uno de mis maestros que me planteó la aventura de los viajes a Europa, y me aproximó al conocimiento de autores universales. De lunes a viernes un grupo de amigos tocábamos la puerta de su departamento en el centro de Xalapa y al abrir siempre era la misma invitación: “Les invito un roncito.” En aquellas reuniones nos comunicaba sus proyectos literarios, describía las películas que más le habían emocionado, recordaba algunos pasajes de novelas clásicas, y se emocionaba con la letra de algunos boleros. Al día siguiente aparecía puntual en la editorial vestido como un dandi. Al final de 1967 se fue a Belgrado. Comencé a recibir sus cartas, donde me sentenciaba que había llegado el momento de escapar de la mediocridad mexicana. En aquel tiempo recibí una beca de escritor residente en Polonia. Desde mi llegada me recibió Edward Stachura. A las pocas semanas, Andrés Sobol, traductor de las obras completas de Borges al polaco, me llevó a conocer todos los rincones varsovianos y me asignó la tarea de vaciar todas las botellas de Wyborowa que fuera posible. Recorrí casi todos los bares de Varsovia. Aquellas noches alucinantes de vodka y vino en diversos antros, resultaron en el descubrimiento de un mundo añorado por los polacos aristócratas y excéntricos. Con Sergio y otros seguidores construimos un culto a Gombrowicz. Sergio me dio la dirección de Rita Labrosse. Llegué a Milán, acompañado de Alberto Guaraldo, donde vivía la viuda. La entrevisté con la intención de encontrar algún material inédito de Gombrowicz. Todavía conservo los libros que me regaló: Bacacai, edición de 1957, y el libro que publicó Hermes dedicado al maestro polaco. Rita mencionó la novela que Gombrowicz nunca llegó a terminar, en la que el protagonista era una mosca. Todo esto lo recuerdo como parte de un sueño inolvidable que definió mi amor por la literatura.