Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 13 de octubre de 2013 Num: 971

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Lichtenberg: sobre
héroes y estatuas

Ricardo Bada

La palabra, el dandi
y la mosca

Edgar Aguilar entrevista
con Raúl Hernández Viveros

Antonio Gamoneda: sentimentalidad oscura
José Ángel Leyva

El caso de la mujer azul
Guillermo Samperio

El rival
Eugenio Aguirre

Tecnología y consumo:
el futuro enfermo

Sergio Gómez Montero

Cárcel y libertad
en Brasil

Ingrid Suckaer

Máscara
Klítos Kyrou

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

Insanias

Los que están despiertos tienen un mundo único y común;
el que duerme se inclina hacia su propio mundo.

Heráclito

La enfermedad es a la vez retiro a la peor de las subjetividades
y caída en la peor de las objetividades.

Michel Foucault

Más que aclaraciones, cabe hacer dos abundamientos respecto de los epígrafes suprascritos: en el segundo, que el filósofo francés se refiere a la enfermedad mental; en el primero, que el filósofo griego –tan citado por aquello de las aguas siempre otras aunque pertenezcan al mismo río– no se refiere solamente a la diferencia que hay entre los universos de la vigilia y el sueño sino también, gracias a la amplitud semántica contenida en toda metaforización, a la radical polaridad que registran los ámbitos nunca del todo suficientemente delimitados de aquello que, a lo largo de la historia entera de la humanidad, conocemos como cordura, en un extremo, y locura, en el otro lado de una cuerda que suele tensarse y destensarse sólo para tensarse un poco más, en función del contexto histórico y sociocultural que busca comprender o, cuando menos, explicar las causas y la naturaleza más profunda de dicha tensión, así como aventurar uno o más modos de enfrentarla.

A propósito de lo anterior, y como apunta el propio Foucault en su ensayo Enfermedad mental y personalidad, hay al menos una paradoja “que nos obliga a nuevas formas de análisis: si esta subjetividad del insano es al mismo tiempo vocación y abandono del mundo, ¿no es acaso al mundo mismo a quien debemos interrogar acerca del secreto de esta subjetividad enigmática?”

Esa paradoja, cuya resolución es crucial para no desbarrancar en la colección de simplismos y lugares comunes con los que tantos quieren despachar de un plumazo la cuestión escabrosa de quién está loco y quién no lo está, se presenta completa en El paciente interno (2012), documental dirigido por Alejandro Solar. Desde la perspectiva de la historia de la locura, este retrato de Carlos Francisco Castañeda de la Fuente, inicialmente concebido en clave de pesquisa y finalmente realizado a manera tanto de denuncia como de testimonio, debe ser un valiosísimo estudio de caso, ya que se sustenta en una doble plataforma: primero, en el seguimiento cronológico puntual de los acontecimientos, las situaciones y las decisiones que condenaron a Castañeda, durante veintitrés años, a la reclusión en un hospital psiquiátrico, y segundo, en el testimonio directo, amplio, sobrecogedor prácticamente todo el tiempo, del propio enfermo.

Vayan las cursivas para enfatizar que dicha condición, la de alunado, en el caso de Castañeda, más que de un retiro a la peor de las subjetividades que se explicara en virtud de su propio mundo, previo y quizá germen de locura posterior, claramente está en función de ese mundo externo al que, con toda razón, Foucault exige interrogar, si lo que se quiere es comprender y no sólo explicar.

Eso es precisamente lo que hace Solar en El paciente interno: a partir de la investigación de origen, a cargo del periodista Gustavo Castillo, decidió contar la historia de ese hombre que, desde 1970 y hasta 1993 permaneció recluido –y  “recluido” no es aquí un sinónimo– no en un penal sino en un sórdido manicomio gubernamental. ¿La causa? Que Castañeda cometió intento de homicidio contra un genocida que hasta su muerte se enorgulleció, pública e impúdicamente, de la decisión barbárica que lo baldara no sólo a él como el epítome del abuso de poder y la impunidad del poderoso, sino marcó a este país de un modo tal que, cuarenta y cinco años más tarde, como sociedad no hemos sido capaces de curar la herida ni de aprovechar cabalmente la lección sangrienta, a juzgar por lo que puede verse en estos días de “autoridades” propensas a reprimir antes que a solucionar, neohalcones y criminalización de la protesta social.

Dijo Solar en entrevista: “don Carlos es un auténtico sobreviviente del sistema, un hombre que lejos de victimizarse tiene una fuerza de vida y una manera muy digna de ejercer su libertad y, al mismo tiempo, haber tenido el valor para tomar la decisión que tomó. Porque, ¿qué tan enfermo mental se necesita estar para haber querido atentar contra la vida de Díaz Ordaz?” Le asiste la razón, como le asistió –con metáfora y sin ella– a Carlos Castañeda un día de 1970, cuando razonadamente decidió que bien podía ser él el artífice de un acto de mínima justicia: la vida del criminal a cambio de la vida estúpida y brutalmente cercenada de nunca sabremos cuántos hombres y mujeres el 2 de octubre de 1968.

Si acaso no ha muerto, hoy Castañeda deambula por Ciudad de México en calidad de indigente loco pero, en todo caso, libre al fin de la doble cárcel que significó ser un interno en términos penales, y un paciente para un cuerpo de médicos que el documental exhibe casi tan espeluznantes como el propio sistema sociopolítico que, indiferente a la dignidad y a la decencia, es criminalmente capaz de declararte loco, para volverte eso mismo si acaso sobrevives, por ejemplo, a cuatro años de aislamiento total.

Ya que de insanias se trata, ¿quién será más insano aquí, el acusador que es criminal impune o el acusado al que se enloqueció a manera de castigo?