Opinión
Ver día anteriorJueves 17 de octubre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La lluvia
L

a lluvia es un fenómeno natural que para nosotros tiene dos caras. Su ausencia produce espantosas sequías, la muerte de animales en muchos estados y varias enfermedades en los humanos. Su exceso –en forma de huracanes y tormentas– puede provocar desastres inenarrables como los que han sufrido, también por falta de previsión de los gobiernos federal y estatales, muchos lugares de nuestro país, por no hablar de otros sitios en el mundo. Y en cambio, la idea de lluvia es asociada poéticamente con amor y pérdida o como telón de alguna experiencia imborrable. En el teatro, fuera de la simbólica tormenta que se abate sobre el rey Lear junto a su bufón –que es un reflejo de la atormentada mente del rey, ya demente por la traición y el abandono de sus dos hijas mayores– no se la ve como algo peligroso. Incluso en La tempestad del mismo William Shakespeare, la provocada por Ariel por mandato de Próspero no es dañina, sino un modo de propiciar la reconciliación de los hermanos rivales. Hay que recordar que Antonio, el hermano que usurpó el ducado de Milán es finalmente perdonado y su hijo Fernando se podrá desposar con la bella Miranda.

Acabamos de ver, y posiblemente esté en cartelera por bastante tiempo, Conferencia sobre la lluvia de Juan Villoro en la que el autor compara a ésta con el amor en la fallida conferencia que casi enseguida se sale del tema. En Háblame como la lluvia de Tennessee Williams, un hombre y una mujer se encuentran en un pobre cuarto sin comunicarse. La lluvia que cae fuera parece lo único vivo, por lo que la mujer le hace la petición al hombre –la lluvia como una voz acariciante– que la pequeña pieza lleva como título. La mujer piensa en un futuro ya sin trabajos ni penurias: Me sentiré tan agotada que simplemente oiré caer la lluvia. El sonido de la lluvia al caer como arrullo, como calmante de angustias, como paliativo de todas las tristezas. Entre nosotros se escenifica con alguna frecuencia con mayor o menor fortuna.

Estaba en mi casa y esperaba que lloviera de Jean-Luc Lagarde, que muestra la espera y llegada de un hermano ausente, fue vista entre nosotros hace algunos años en la versión de Germán Castillo con cinco excelentes actrices (Marta Verduzco, Adriana Roel, Jana Ráluy, Ángeles Cruz y Mirelle Anaya) recibe su título de un parlamento: “Estaba yo en casa y esperaba que lloviera como siempre…” la alusión a la lluvia es tangencial, pero indica una cierta tristeza ante un modo de vida monótono y un tanto aburrido. También en México, pero un tanto más tarde se presentó Lluvia constante (o Lluvia implacable como también se la conoce en español) de Keith Huff en el Teatro Jorge Negrete bajo la dirección de Jaime Matarredona con las actuaciones de Eduardo Capetillo y Ernesto D’Alesio. Esta obra, triunfadora en Broadway y en todas partes en que se presenta, trata de dos policías amigos de toda la vida que se refugian de un aguacero en un garaje y comentan los sucesos del día en que llovió mucho, cada uno con una versión diferente de lo ocurrido (a lo Rashomon de Kurosawa), lo que precipita el final.

Después de la lluvia del dramaturgo catalán Sergi Berbel muestra a varios empleados, hombres y mujeres, que suben a fumar a la azotea de un negocio, una vez que ha escampado y comentan su situación laboral; es un texto acerca del abuso de poder de los jefes y la necesidad de sufrirlo con motivo del desempleo reinante. Ojalá lo podamos ver en México, que a lo mejor araña alguna conciencia. Antes te gustaba la lluvia de la autora holandesa Lot Vekeman muestra el encuentro fugaz de una pareja tras doce años sin verse a causa de la muerte de su hijo, el hombre anclado en el pasado, la mujer mirando al futuro, sin posibilidad de contacto o de rgresar a recuerdos comunes.

Sin duda existen muchas otras obras que toquen el tema, incluso sé de una versión española de la película Cantando bajo la lluvia que no vi ni pienso ver, porque prefiero, como muchos de mi generación, guardar el recuerdo de Gene Kelly pleno de una contagiosa alegría que rebasa la pantalla, ante el descubrimiento del amor compartido.