Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 20 de octubre de 2013 Num: 972

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Marjorie Agosin:
Querida Ana Frank

Esther Andradi

El poeta viajero
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Cees Nooteboom

La migración en la
música popular

Raúl Dorantes y Febronio Zatarain

Migración, identidad
y lengua

De fronteras,
migraciones y lluvias

Sandra Lorenzano

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Cees Nooteboom (La Haya, 1933), uno de los escritores holandeses contemporáneos más destacados y, según la revista Newsweek, uno de los diez mejores autores de literatura de viajes del siglo XX, se declara conocedor de las culturas griega y latina, a través de autores como Ovidio, Homero, Virgilio y Petronio, entre otros. Junto con su esposa, la fotógrafa Simone Sassen, ha recorrido gran parte del mundo. En su obra, traducida a varias lenguas, la imaginación se une a su pasión por los viajes y la poesía. Autor de La historia siguiente, El día de todas las almas, Hotel nómada, Tumbas, El enigma de la luz, En las montañas de Holanda, Lluvia roja y Una canción del ser y la apariencia, además de otros libros traducidos al español y publicados por la editorial Siruela. Recientemente la editorial Candaya, de Barcelona, publicó Universo Nooteboom (compilación, prólogo y edición de Eric Haasnoot y Astrid Roig), donde treinta autores de procedencias geográficas distintas, entre otros László Földényi, Rüdiger Safranski, Clara Janés, A.S. Byatt, Fernando García de la Banda, Victoria de Stefano y Juan Villoro, reflexionan acerca de la obra del escritor holandés. Se incluye también una extensa entrevista con el crítico literario Alberto Manguel. En su libro El desvío a Santiago, Nooteboom escribe: “Sternstunden es un fabuloso concepto alemán (naturalmente) para indicar que un determinado momento u ‘hora’ (Stunde) ha sido o será tan importante en tu vida que habría dado un giro distinto a esa vida.” La idea, según Nooteboom, presupone “una gran iluminación desde fuera –de allí la palabra Stern (estrella)–, un momento sagrado, un choque del recuerdo”. Cuando presentó en Ciudad de México su libro Cartas a Poseidón, le pregunté cuál sería para él ese momento crucial en su vida o Sternstunden, y me respondió que uno de esos “momentos de gracia” fue su encuentro fortuito en una librería de Berlín con el filósofo alemán Rüdiger Safranski, quien en la antología de la obra de Nooteboom titulada Tenía mil vidas y elegí una sola (breviario), describe a su amigo como “un poeta filósofo, un nómada moderno y un escritor que no sólo reflexiona sobre la relación entre los viajes reales e imaginarios sino que la vive”.


En Mali, 1971 Foto: www.ceesnooteboom.com

El poeta viajero

entrevista con Cees Nooteboom

Adriana Cortés Koloffon

–Cuando conversó con Juan Villoro, durante la presentación de Cartas a Poseidón, usted se refirió a Philip y los otros como un libro que no corrió con mucha suerte en Alemania. También dijo que es uno de los libros preferidos del filósofo Rüdiger Safranski. ¿Cómo fue su encuentro con él y que significó para usted como escritor?

–Escribí mi primera novela, Philip y los otros, en 1954. En Holanda fue un libro de culto; debido a su éxito se tradujo al alemán en 1958, pero yo era un absoluto desconocido en Alemania y allá no corrió con la misma suerte. Pero habent fata sua libelli (los libros tienen su propio destino) y el libro que apenas había sido reseñado empezó una suerte de vida subterránea de la que no supe sino hasta muchos, muchos años después, cuando otro de mis libros, La historia siguiente, súbitamente se convirtió en un bestseller en Alemania. De modo que hice muchas lecturas de mi libro en teatros y en librerías. En una ocasión, me invitaron a presentarlo en una librería muy bonita, en Berlín. Después de la lectura, una mujer me agradeció y me dijo que podía elegir algún libro de entre los miles que había en los estantes. Escogí uno cuyo título apenas vislumbré a lo lejos y que tenía algo que ver con Schopenhauer. Ella se rio, me dijo que el autor había estado esa noche entre la audiencia. Sabía que era imposible que se tratara de Schopenhauer, así que le pregunté quién era y si podía firmar mi libro. Me respondió que se apellidaba Safranski y que ese libro era una biografía de Schopenhauer, un éxito en ese momento. Cuando le pedí que me lo firmara, Safranski me dijo que había leído Philip y los otros a los diecisiete años y que lo había mantenido en secreto en su escuela. Desde entonces, me dijo, lo ha leído cada día de su vida. ¡Usted puede imaginar mi sorpresa! Habían pasado ya treinta años desde su publicación; yo pensaba que dormía en el polvo del olvido. A eso me refiero cuando digo que los libros poseen una vida secreta, desconocida para el autor. Safranski también me dijo que inclusive llegó a creer que yo estaba muerto –lo cual suena muy romántico–, pues durante treinta años no había sabido nada de mí, pero un día su esposa le dijo: “Mira, este Nooteboom del que siempre hablas no está muerto. Hoy por la noche participará en una lectura.” Desde entonces, Safranski y yo somos grandes amigos. Hizo una antología de mi obra, Tenía mil vidas y elegí una sola (Siruela, edición y prólogo de Rüdiger Safranski). También aparece en mi novela El día de todas las almas (temo revelar un secreto, pues allí lo retrato de forma velada).

–Después de escribir The Knight Has Died, libro aún sin traducción al español, ¿cambió su percepción acerca del acto de escribir?

–En Philip y los otros me sueño a mí mismo, es casi un cuento de hadas publicado quizá cuando era demasiado joven. Escribí en tres meses lo que en ese momento conocía acerca del mundo. Me habían sucedido muchas cosas desagradables: la guerra, el divorcio de mis padres, la escasez de comida durante el invierno en La Haya, la muerte de mi padre en un bombardeo, mi expulsión de los internados de curas franciscanos y agustinos debido a mi carácter tan difícil –por estas razones debí haberme inventado un mundo muy solitario y fantasioso que me inspiró para escribir Philip y los otros en tan poco tiempo (algo así sólo sucede una vez en la vida). Cuando vi mi nombre en la portada supe que ya era un escritor. Después trabajé como marinero en un pequeño barco que viajó a Surinam y escribí un par de historias sobre marineros, traducidas tiempo después a distintas lenguas excepto a la española. Mientras tanto, comprendí que la escritura es un asunto muy serio al que uno debe dedicar toda su vida, y no estaba seguro de poder hacerlo. The Knight Has Died [El caballero ha muerto], mi único libro sin traducción al castellano, aborda ese conflicto. Trata acerca de un escritor incapaz de terminar un libro y le pide a otro que lo haga, y ese a otro y así sucesivamente, como esa caja de chocolate holandés donde una enfermera sostiene una caja de chocolate donde hay otra enfermera. La historia termina en una tragedia, cuando el primer escritor se suicida. A veces pienso que lo llevé a tomar esa decisión para no suicidarme yo mismo.

–¿Por qué aborda el tema del suicidio en su novela Rituales?

–El suicidio, como las demás formas de morir, atañe a la vida. Como dicen los franceses, ça n’arrive qu’aux vivants, sólo les sucede a los vivos. En Rituales hay un intento de suicidio fracasado y por esta razón el narrador lo trata con ironía y frivolidad.

–En El desvío a Santiago, ¿por qué narra un camino distinto a los caminos convencionales a Santiago para llegar a la tumba del apóstol en Compostela?


En Serawak, 1978 Foto: www.ceesnooteboom.com

–Soy un admirador de Diderot, quien era un maestro de la digresión. El desvío a Santiago es un libro sobre España y mi amor por España, y su historia y lenguaje. En realidad quería escribir sobre toda España, así que construí el libro de manera que pudiera escribir sobre Cáceres y Trujillo en Extremadura, Zaragoza en Aragón, y muchos otros lugares, siempre desviándome de mi camino antes de llegar finalmente a Santiago de Compostela. En ese momento, España estaba vacía, no era un país con esa falsa modernidad de hoy en día. Llegar a Santiago fue para mí una epifanía, una revelación. El desvío a Santiago se ha traducido a todo tipo de lenguas, incluidas la china y la brasileña. He conocido peregrinos que hacen el Camino de Santiago con mi libro en sus mochilas.

–En Cartas a Poseidón, el dios griego del mar nunca responde a las cartas que usted le escribe. Ante el silencio de los dioses (cristianos, griegos o de cualquier religión), ¿la poesía podría considerarse su respuesta a los humanos, claro, en un sentido metafórico?

–Aunque no podría asegurar que la poesía sea una respuesta de los dioses, creo que es una forma de trascendencia como la música y el arte en general. La poesía trata acerca de la vida real y de una vida subterránea a la vez. No podría vivir sin la música y, por supuesto, sin la poesía. La editorial española Visor, en España, acaba de publicar una antología voluminosa de mi poesía llamada Luz en todas partes. En noviembre se publicará en Holanda una amplia selección de los poemas de César Vallejo, Vicente Huidobro, Cesare Pavese, Hans Magnus Enzensberger, treinta y tres autores que traduje al holandés.

–Usted es un apasionado de la obra del escritor húngaro Sándor Márai, quien se quitó la vida en San Diego. ¿Qué piensa acerca de su obra?

–Márai era ya muy viejo cuando vivía exiliado en San Diego, lejos de la Hungría comunista. Su esposa, con quien siempre había viajado, estaba muerta. Las últimas páginas de su diario son trágicas, el libro termina casi en un triste suspiro. Fue hasta después de su muerte que sus novelas se volvieron muy famosas, una prueba más de lo que ya he dicho: habent fata sua libelli, los libros tienen su propio destino, a veces feliz, otras cruel. Como muchos de mis amigos húngaros, prefiero sus diarios sobre la guerra en Hungría y sus viajes cosmopolitas. Era un gran observador, lúcido y elocuente, de la vida en tiempos difíciles.

–¿Hasta qué punto interviene la fantasía en sus relatos sobre viajes? Recuerdo, en Cartas a Poseidón, un relato breve titulado “La silla”, donde son inexistentes las fronteras entre realidad e imaginación.

–He podido combinar las dos cosas más importantes para mí: la escritura y los viajes. En mis novelas introduzco mis viajes y en ellos la poesía y la fantasía. Me fascina observar la vida humana siempre con los ojos de un poeta y un narrador.


Foto: jordidoce.blogspot

–¿Por qué decidió escribir un libro sobre las tumbas de algunos escritores?

–Soy amante de Proust. Cuando fui al cementerio de Père Lachaise en París y vi su tumba maravillosa, le pedí a mi esposa que le tomara una foto y, desde entonces, siempre que viajábamos a algún lugar donde sabíamos que un escritor estaba enterrado, visitábamos su tumba. Estuvimos en las de Brodsky en Venecia y Nabokov en Montreux, en las de Calvino y Joyce, Canetti y Leopardi, Kawabata en Japón y Robert Louis Stevenson en Samoa. Tuvimos esa obsesión hasta que el editor alemán dijo “¡basta!” Le dijimos que era imposible, aún nos faltaban la tumba de Strindberg en Suecia y la de Pushkin. Nos quedamos con ochenta y tres fotografías –en algún momento debíamos ponerle punto final al libro. Ahora, cuando viajamos, mi esposa todavía retrata alguna tumba, por ejemplo la de Tanizaki en Kyoto, pero el libro ya está concluido.

–¿Ha viajado a los países musulmanes? ¿Cuál fue experiencia como viajero occidental?

–He viajado a Irán, Marruecos, Indonesia, Turquía y Túnez. Escribí sobre esos viajes en un libro que recuerdo con nostalgia porque fue ya hace muchos años, antes del terrorismo, los carros bomba y los yihadistas. Ahora es imposible viajar como lo hice yo al norte de Nigeria, Mali o Gambia. El libro se publicó hace poco en Italia, con el título de El sonido de Su Nombre, donde “Su” se refiere a Allah. Varias veces al día el muecín llama desde la mezquita a los fieles, su voz se escucha por todas partes igual que las campanas en México. Ese sonido pertenece a la vida cotidiana en el mundo musulmán y para los musulmanes es como si Dios mismo los llamara, es un sonido que jamás se olvida. Por eso lo titulé así: Il Suono del Suo Nome. Los tiempos han cambiado. En una ocasión, yo estaba con una fotógrafa junto a la mezquita en la ciudad sagrada de Qom, en Irán, cuando un grupo de jóvenes mulás se acercó y me escupió en la cara para ahuyentarnos de la mezquita. A veces recuerdo ese momento al estar formado en las filas de control de seguridad en todos los aeropuertos del mundo. Cuando les digo a los jóvenes que hubo un tiempo en que esto no era necesario, no me lo creen.