Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 20 de octubre de 2013 Num: 972

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Marjorie Agosin:
Querida Ana Frank

Esther Andradi

El poeta viajero
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Cees Nooteboom

La migración en la
música popular

Raúl Dorantes y Febronio Zatarain

Migración, identidad
y lengua

De fronteras,
migraciones y lluvias

Sandra Lorenzano

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Columnas:
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Hugo Gutiérrez Vega

Rumanía y la fil (II Y ÚLTIMA)

“Decíamos ayer”... Simona Sora Constantinescu trajo a Guadalajara las voces y los paisajes de su Rumanía natal. Formó parte del jurado del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances y una gripa tremenda la obligó a encerrarse por un par de días en su habitación. Sin embargo, tuvimos oportunidad de charlar en varias comidas y de participar en las deliberaciones del Premio que, con total justicia, será entregado a Yves Bonnefoy, el poeta y ensayista francés.

En primer lugar, recordamos los platos de la cocina popular de las distintas regiones rumanas: el rotundo plato transilvano compuesto de papas, col, carnes frías y salchichas de todos los tamaños y sabores. De esa hermosa región habitada por rumanos, magiares, alemanes y los pocos gitanos que Hitler dejó con vida y que, tímidamente, vinieron a instalarse en ciudades como Cluj y Timisoara, brincaremos al Mar Negro y a los rumbos de las Puertas de Hierro del Danubio (recordamos la hermosa biografía del majestuoso río hecha por Claudio Magris y la novela de Zilagy Lajos, Algo flota sobre el agua, que fue convertida en una estrambótica película del cine mexicano). La memoria me llevó a una mesa de madera limpísima en la que yacía un esturión de grandes proporciones. Una certera cuchillada le abrió el vientre y el caviar salió a borbotones. El limón, la mantequilla, la cebolla y unas gruesas rebanadas de pan campesino completaron un hermoso cuadro gastronómico. Pasamos por los terrenos de la ciorba (sopa) de pescados de río, hasta llegar a la santa mamaliga hecha de maíz y pariente cercana de la polenta y del tamal de cazuela, y terminamos con las sarmale (hojas de col rellenas de carne) y con las ilustres mititeis, las salchichas de cerdo que compiten con las “chipolatas” del imperio británico.

Ya mejorada de su gripe (el aire contaminado de su larga jornada aérea tuvo la culpa del desaguisado) nos pusimos a hablar de la complicada historia rumana y de la cercanía que con el latín tiene la lengua de la antigua Dacia romana. Las doinas (canciones tristes) muestran en su estructura lírica el apego a la lengua del imperio romano. Las secciones del Palacio de Catroceni muestran distintos momentos del acontecer rumano: las tumbas de las familias nobles, los Cantacuzeno, los Paleologu, los Cantemir; los reyes foráneos impuestos por los complejos compromisos de la política europea y las interesantes reinas: María y su estudio de inspiración ibseniana (La dama del mar, Carmen Silva y sus novelas muy bien escritas; Isabel y su hermosa labor en la Cruz Roja. No se nos escaparon el inteligente y siniestro Codreanu y su fascista Legión del Arcángel San Miguel; Antonescu y su Garda de Fier tan prolijamente retratada en toda su maldad por Virgil Georghin, y Carol II y madame Lupescu, refugiados en el México avilacamachista y acosados por los nuevos ricos y los rastacueros encantados con la idea de tener un rey en casa y agasajarlo con comidas folclóricas que, a decir de madame, acabaron con la flora intestinal del larguirucho monarca destronado que fue a dar con sus huesos reales al pudridero monárquico de Estoril. Petru Dumitriu, tan chismoso como Tácito, nos dio material para entrar a saco en las vidas privadas de la casa real rumana, y nos obsequió retratos dignos de un Hola mezclado con Alarma.

Desde aquí mando un saludo a Simona Sora y a su familia. Nos veremos en la Guadalajara llena de libros, este próximo noviembre, y seguiremos adelante con nuestros diálogos rumanos.

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