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Ver día anteriorSábado 26 de octubre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Pygmalion: hay esperanza
U

n domingo reciente, me acercaba con cierta aprehensión y muchas dudas al Teatro de la Ciudad. En el entendido de que tenemos escasa costumbre y aún más escasa práctica en el ámbito de la ópera barroca, ¿qué podía esperar de una producción totalmente local del Pygmalion de Jean-Philippe Rameau? En teoría muy poco. En la práctica, esa tarde recibí mucho más de lo esperado.

La sesión inició con la ejecución de algunos fragmentos instrumentales de Las indias galantes, la tercera de las dos docenas de obras escénico-musicales de Rameau. De inmediato, la sonoridad de la orquesta La Parténope permitió constatar que sus integrantes se han documentado y preparado en cuestiones de práctica instrumental y estilo. El conjunto formado escuetamente por cuerdas, clavecín, dos traversos, una flauta de pico y un ocasional pandero, sonó barroco, para decirlo sencillamente. Y fue posible advertir también la presencia de arcos barrocos, lo que añadió credibilidad al sonido generado por la orquesta. En la medida de lo posible, y dada la poca tradición que tenemos en el quehacer de la música barroca a la antigua, la orquesta se comportó con cohesión, unidad y claridad de metas. Ante la evidente seriedad de la preparación de La Parténope, cabe esperar que la práctica continua permita al grupo ahondar más en los puntos finos de la interpretación barroca bajo parámetros históricos adecuados. Lástima que la espeluznante acústica del Teatro de la Ciudad obligó a la amplificación de la música, que fue correcta y discreta, pero que impidió quizá calibrar a profundidad el desempeño de La Parténope.

Después, la representación de Pygmalion, obra típica de ese curioso género híbrido del barroco francés que es la ópera-ballet, aunque en realidad está designada oficialmente como acte de ballet. A pesar de que el tradicional concepto del esplendor barroco viene de inmediato a la mente, lo cierto es que el Pygmalion de Rameau es una obra caracterizada por la delicadeza, la transparencia y la economía de medios. A la orquesta ya descrita se añaden cuatro cantantes protagónicos y un mini-coro de cuatro voces que tiene una fugaz participación en la pieza. De los cantantes solistas puede decirse algo análogo a lo anotado sobre los músicos: en el contexto de un medio en el que la ópera barroca no es usual, se nota que han puesto atención a la práctica correcta del estilo, en la medida que la ausencia de parámetros locales lo ha permitido. Entre ellos destaco la presencia de la soprano Nadia Ortega, a quien había escuchado en anteriores ocasiones en repertorios similares, y quien evidentemente se ha mantenido cercana a la praxis de la música antigua. Y en lo general, se agradece a los cuatro solistas el haber comunicado con claridad que entienden que Pygmalion no es Sigfrido, y que Céphise, la Estatua y el Amor no son valkirias. ¡Qué refrescante es escuchar ópera en la que se privilegia la claridad sobre la impostación, y la transparencia sobre la densidad!

En cuanto a la parte dancística de este satisfactorio Pygmalion, carezco de elementos de juicio contundentes, de nuevo por la poca presencia de este tipo de obras en nuestros escenarios. Intuitivamente, me parece que el ballet coreografiado por Andrea Seidel (también directora escénica de la obra), basado en modelos clásicos pero con elementos claramente modernos, funcionó debido a la sencillez de su trazo, y sobre todo a una buena fusión con la música y el canto. Destaco en particular la eficacia escénica de que los personajes-cantantes tuvieran su eco-reflejo en los bailarines, sin que ninguno de los dos planos expresivos dominara al otro. Lo más atractivo fue la presencia de Nancy L. López como la Estatua, bailando su rol con la necesaria cuota de sensualidad como para articular de manera creíble la infatuación de Pygmalion con su escultura.

La orquesta La Parténope trabajó sobre el escenario, y la componente teatral de este Pygmalion fue absolutamente austera, sin decorados ni accesorios, con vestuario muy sencillo, y un trazo teatral parco y estilizado. En suma, un Pygmalion más que decoroso, con varios logros y hallazgos muy estimables. Ojalá que este equipo de colaboradores tenga la oportunidad de seguir montando obras escénico-musicales similares, para pulir sus armas técnicas y expresivas, en las que se percibe ya un serio trabajo de preparación.