Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 27 de octubre de 2013 Num: 973

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Braque, el patrón
Vilma Fuentes

Concha Urquiza y la
oscura lumbre de Dios

Evodio Escalante

Basho en las versiones
de Pacheco

Marco Antonio Campos

El poeta que no quiso publicar en Londres
Vicente Fernández González

Poemas
Constantino P. Kavafis

El viejo poeta
de la ciudad

Francisco Torres Córdova

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Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Luis Guillermo Ibarra
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Feminismos nuestroamericanos

Orlando Lima


Feminismos desde Abya Yala,
Francesca Gargallo Celentani,
Ediciones desde abajo,
Bogotá, 2013.

Es común afirmar la importancia del feminismo como postura política crítica para una liberación sociohistórica. Empero, es necesario mirar la pluralidad y heterogeneidad de los feminismos. Ello implica una crítica a la occidentalización de esta praxis y su necesaria descolonización para el tratamiento de feminismos no occidentales como los producidos por las mujeres indígenas de Abya Yala. En este sentido, la filósofa, historiadora de las ideas y literata feminista Francesca Gargallo presenta en Feminismos desde Abya Yala. Ideas y proposiciones de las mujeres de 607 pueblos en nuestra América un sucinto, nodal y profundo estudio sobre la importancia, trascendencia y contingencia de dichos feminismos.

A través de una pluma fluida, ágil, sencilla y profunda, la autora de Historia de las ideas feministas latinoamericanas presenta una serie de reflexiones filosóficas de forma literaria y dialógica sobre las diferentes formas en que las mujeres andinas sienten, viven y ejercen su ser mujeres desde una cotidianidad pública, privada e íntima. A través de narraciones reflexivas y testimonios de diversas mujeres de Abya Yala, la autora da cuenta de la importancia de una interacción intersubjetiva para la producción de conocimientos (no siempre académicos) sobre la realidad de nuestra América. Ello le permite el reconocimiento, estudio y comprensión práxica de estos feminismos producidos desde 607 pueblos del Abya Yala en sus ideas, proposiciones y utopías para la liberación.

La cotidianidad de las sujetas mujeres analizada por esta pensadora nuestroamericana es trazada a partir de su materialidad sociohistórica: su cuerpo memorioso, social e histórico. Desde allí, y en forma autocrítica, da cuenta de la importancia de las ideas producidas por las mujeres no occidentales, como son las naciones “indígenas” de la región. Establece así una serie de estrategias para acercarse, conocer y comprender la complejidad de estas ideas feministas. Ello implica, para la autora, un “trabajo de campo” para construir esta historia de las ideas. Trabajo que sugiere la necesaria relación y compromiso sociales con las mujeres, sujetas de praxis y sus proyectos nacionales de liberación críticos y resistentes.

Crítica del academicismo, Gargallo expone el necesario reconocimiento y crítica de otras modernidades no occidentales como forma importante para la despatriarcalización que violenta los géneros (“genericidio”) e impone una dualidad complementaria y vertical de ellos, desde una misoginia colonializante que oculta estas ideas feministas no occidentales producidas dentro y fuera de la academia misma.

Es nodal una despatriarcalización para una descolonización que potencie proyectos liberadores de nacionalidades democráticas y comunitarias. De allí la importancia de una historia de estas ideas para su reconocimiento y conformación de utopías. Desde un territorio que es corporal y terrenal a la vez, Francesca Gargallo afirma la importancia de que estas mujeres nieguen ser sujetas sujetadas, piensen por sí mismas y desde su propia situación material, social e histórica. Por ello, es neurálgica la movilización crítica y social que transforme la sensibilidad intersubjetiva, reconozca dialógicamente y se solidarice con otras formas de vida.

La comunidad de comunidades es nodal para ello, pues implica la construcción de las nacionalidades no occidentales desde el territorio-cuerpo como primera experiencia social y humana. La autora no duda en criticar, menos en criticarse, siempre desde una creatividad necesaria que, como dijera Simón Rodríguez, permita no errar en el camino trazado por estos feminismos nuestroamericanos. Caminos cuyas ideas y proposiciones conjugan proyectos de liberación que tensionan el presente para la transformación de “las 3 C” (la calle, la casa y la cama) desde una cuarta y fundamental C: el cuerpo. Un cuerpo con memoria e historia, cruzado por racismos, sexismos y clasismos que dan cuenta de esta necesaria y fundamental despatriarcalización.

Las temáticas y planteamientos hechos en este libro de Gargallo invitan a pensar la propia situación corporal y social en que vivimos. Frente a reformismos monoculturalizantes de Estado, este libro cuestiona pensamientos gatopardistas seudocríticos, y afirma una necesaria y radical despatriarcalización que permita una vida comunitaria desde modelos nacionales no occidentales en nuestra América.


Filosofía, arte y violencia

Germán Iván Martínez


La filosofía: ¿arte o violencia? Una reflexión en torno a
El nacimiento de la tragedia de Friedrich Nietzsche,

Esteban Sierra Montiel,
Universidad Autónoma del Estado de México,
México, 2012.

La noción de lo trágico está lejos de haber sido abordada con suficiencia, menos esclarecida. Para Aristóteles es arte, pues imita una acción y conduce a los espectadores, a través de la compasión y el temor que provoca, a la purificación de sus pasiones, a la purga de su alma. Bajo su óptica, es la organización de un espectáculo en donde, por medio de una puesta en escena se pregonan el éxito y fracaso humanos, se reitera lo efímero de la felicidad y se anuncia la desdicha como cualidad consustancial a los humanos.

Pero la tragedia fue vista de otra forma por Nietzsche. Para él, los griegos no sólo conocieron los horrores de la existencia, también tuvieron necesidad de transformarlos en júbilo y arte, gracias a lo cual la vida se volvió soportable. La puesta en escena de lo terrible le permitió al pueblo griego trocar la desgracia en gracia; la adversidad y el disfavor en don y encanto. Nietzsche asegura que el arte permitió tal transfiguración. En este sentido, los griegos fueron malabaristas de la realidad, pues hicieron aparecer un mundo ordenado, reglamentado, delineado por la razón y el deber, frente a un mundo paralelo, caracterizado por la hostilidad y la bajeza. Dichos mundos viven como siameses, uno a expensas del otro, maniatados, acompañados aun a su pesar, condenados a una vida que sólo tiene sentido en razón de otra.

Esta realidad malograda, este adefesio mitad cordura y mitad delirio sólo pudo nacer con los griegos. Ellos avizoraron lo horrendo que subyace en la condición humana y con ellos nació esta manera de apetecer lo aborrecible, anhelar lo infausto, procurar lo abominable. Ellos conjugaron el horror y el espanto con la función y la fiesta, y convirtieron, con una fuerza persuasiva envidiable, la realidad en quimera, la pesadilla en sueño.

Nietzsche sugirió que la sabiduría griega tuvo que ver con un poderoso proceso de inversión; esto es, con una no-versión de las cosas, con una negación que encerraba en el fondo el deseo de afirmar una versión nueva del mundo. Los griegos pudieron torcer la interpretación de la realidad y desviar nuestra atención en aras de una vida menos catastrófica y sangrienta. Según Nietzsche, era preciso fundar un pacto entre lo dionisíaco y lo apolíneo, es decir, entre la embriaguez y el estado de alerta, la crueldad y la benevolencia, el caos y el orden.

En el libro La filosofía: ¿arte o violencia? Esteban Sierra nos coloca en una disyuntiva: entender la filosofía como intento por refinar la animalidad que reside en nosotros con el objeto de generar belleza, o bien, concebirla como acto de violencia que le da al pensamiento el papel de vigilar y oprimir los instintos. El autor afirma que es Nietzsche quien “pone en cuestión la teoría de que los griegos produjeron un arte mesurado, delimitado y sensato porque su interior era así. Muestra a través de lo dionisíaco que el interior del heleno antiguo, lejos de ser moderado, reflexivo y sensato, fue convulsivo, discordante, cruel y voluptuoso”. Nietzsche no niega los aspectos instintivos y crueles del ser humano, más bien evidencia que entre natura y cultura no hay oposición sino continuidad. Los instintos apolíneo-dionisíacos viven en tensión, aunque Sócrates lo niegue. Con éste, y con Eurípides, la tragedia pasó a formar parte de la cultura y se volvió representación teatral. Con ellos se produjo el resquebrajamiento del suelo dionisíaco sobre el que aquélla se funda.

Eurípides, puntualiza Esteban Sierra, modificó la tragedia radicalmente; le colocó un prólogo y una aclaración final, restringió el papel del coro sustituyendo el canto por el diálogo, cambió las figuras poéticas por un lenguaje sencillo y buscó, a partir de argumentos fundados, explicar unos hechos que a sus ojos eran ininteligibles. Él mismo “encontró causas para la caída del héroe; disminuyó el tamaño de la máscara […] depuró el vestuario” y, con ello, “el teatro perdió la significación simbólica que había poseído y pasó a representar ¡un espectáculo trivial!”

Así, apunta Sierra, si con Sócrates la filosofía empezó a entenderse (y ejercerse) como violencia que al priorizar lo racional y negar lo instintivo socava la vida, con Nietzsche se entrevé el significado sintomático del saber y se aspira a darle cabida a lo artístico dentro del pensar. “El pensamiento nietzscheano da un nuevo sentido a lo que llamamos cultura. La búsqueda del saber por el saber puede llegar a constituir una enfermedad y la erudición no contribuye a la transformación de la vida humana […] es más, la eliminación de las pasiones, emociones e intereses personales a favor de la búsqueda de objetividad significan el exterminio de la vitalidad.”

Las ideas, pero sobre todo su anquilosamiento, pueden tiranizar la vida; por ello, pensar trágicamente equivaldría a entender el pensamiento como arte, esto es, como fenómeno estético a través del cual no sólo se expresa el pensar mismo sino aquello que lo hace posible: los instintos.


La historia desde la historia de Gilly

Ricardo Guzmán Wolffer


Miradas sobre la historia. Homenaje a Adolfo Gilly,
Rhina Roux y Felipe Ávila (compiladores),
Era,
México, 2013.

Pocos son los historiadores mexicanos que han tenido tanta influencia en esta disciplina en nuestro país. Gilly es uno de ellos. Hecha esta compilación a partir del coloquio Miradas sobre la historia. Historiadores, narradores y troveros, realizado en 2009, también resultó en un homenaje a la obra de Gilly, de la cual en este libro aparece el notable ensayo del homenajeado “El águila y el sol. Genealogía de las rebeliones, política de las revoluciones”, en el cual nos da la diferencia entre una revuelta y una revolución: el cómo y el porqué.

Los ensayos presentados se dividen en 1. Dominación y subalternidad, 2. La revolución mexicana; 3. Las rebeliones bolivianas. Todos resultan útiles, aunque tengan como referencia hechos y análisis de otros países, pues la mirada analítica puede aplicar a nuestro entorno cercano.

En su ensayo, la compiladora Roux nos da notas sobre cómo El Príncipe de Maquiavelo sigue vigente, y desglosa la relación con la tierra en el México moderno a partir de la herencia prehispánica donde lo que ahora algunos llaman ecología era un vínculo sagrado del hombre y su hábitat: el reparto agrario postrevolucionario habría logrado en ciertos estados que las relaciones de poder se modificaran al hacer efectiva la consigna del agrarismo como punta de lanza de la Revolución. Esa misma Revolución es analizada por el otro compilador, Ávila, para hacer diez precisiones sobre el zapatismo. Ambos citan a Gilly y trabajan sobre sus conclusiones. Ávila cuestiona los adjetivos que se suelen dar a ese conglomerado campesino para establecer que ni eran sólo campesinos, ni eran cortos de miras, ni carecían de sustento ideológico, ni eran ejemplo de armonía, y que sí hubo abusos de los propios jefes zapatistas y otros aspectos que suelen asociarse con esta parte de la Revolución. Destaca el ensayo de Antoni Doménech donde, además de hablar sobre el Estado y la propiedad como parte de la economía política popular (la tenencia de la tierra y su importancia en la Revolución mexicana), hace una reseña pictórica del gorro frigio como símbolo de la libertad republicana en la Revolución francesa, que va transitando por pinturas de distintas épocas, incluidas pinturas mexicanas del siglo XIX, donde se mostraba el escudo nacional.

Varios ensayos para dimensionar los aportes del homenajeado historiador y comprender parte de nuestra actual situación, donde el discurso público ha dejado de tener significado ante las acciones de esos políticos que parecen haberse instruido en disciplinas ajenas a la Historia, por no comprender que ciertos supuestos legales están en la Constitución Federal precisamente por retratar el espíritu y la historia de una nación; ensayos donde se dimensionan los alcances de esa Revolución nacional que en muchos aspectos actuales se ve demasiado lejana.


Claroscuros mentales

Jair Cortés


Odio,
Adriana Díaz Enciso,
Lunarena,
Puebla, 2012.

El cuestionamiento espiritual, la búsqueda de un yo extraviado en una nebulosa mezcla de recuerdos donde la memoria convierte al pasado en una historia deforme, es el punto de arranque para la novela Odio, de la escritora y poeta Adriana Díaz Enciso (Guadalajara, Jalisco, México, 1964). “La fotografía no miente, no puede mentir. Debe ser mi recuerdo el que miente, mi historia la que es mentira”, confiesa desde las páginas iniciales la protagonista de esta novela: una hija cuya mente se debate entre lo real y lo irreal, entre la invención y la experiencia, entre las sombras que le atormentan y las ráfagas de luz que su conciencia le ofrece por medio de la escritura: “He pasado todo el día queriendo darle forma a esa historia, pero se me ha ido de las manos. Entre más líneas escribo, con letra cada vez más ilegible, más desesperada, es como si quisiera atrapar una jauría de perros que corren a su vez persiguiendo otra cosa, la historia misma quizá, esa historia que van a despedazar con los dientes antes de que yo logre alcanzarla.” Dueña de una prosa inteligente, eludiendo siempre los lugares comunes, Díaz Enciso plantea el problema de la relación entre una madre y una hija que habla desde el encierro, cautiva en un hospital psiquiátrico, presa en su propio cuerpo a merced de sus pensamientos y de las señales que recibe del mundo exterior (el que inicia en la frontera de sus sentidos): “Aunque aún no sé quién soy, al menos esa mañana me dio un dato significativo: soy una mujer.”

Odio transcurre entre el monólogo de la hija: “Estoy dormida con los ojos abiertos, y sé que las imágenes que me crecen dentro no son sueño: son actos que suceden.”; las descripciones de su entorno físico, que resultan ser proyecciones o metáforas del cuerpo mismo (la calle, la casa, el lecho) y diálogos que reconstruyen la historia a partir de las voces de personajes secundarios que dan cierto sentido a las disquisiciones del personaje central.

El miedo, la ansiedad, la mente descarrilándose, las revelaciones que derivan de la locura, un angustiante “yo” buscando, a toda costa, un asidero, la mirada y la imagen, son los elementos que dan vida a esta novela que tiene de fondo un paisaje mental lleno de claroscuros, acaso la lucha entre las sombras y la luz, entre la escritura y el silencio.



Juárez whiskey,
César Silva Márquez,
Almadía,
México, 2013.

A sus treinta y nueve años de edad, César Silva Márquez es autor de tres novelas, incluyendo la presente, así como de media decena de poemarios, uno de ellos en coautoría con Edgar Rincón Luna, y por su trabajo ha recibido diversos galardones. Chihuahuense de nacimiento, para más señas juarense, Silva Márquez posee una madurez en su escritura que muchos no alcanzan ni siquiera con el doble de su edad y, lo que es peor, con el doble también de su cosecha literaria. Aquí se atreve a algo que no muchos osarían y sale muy bien del desafío: ser de Ciudad Juárez, hablar de Ciudad Juárez y no caer en tremendismos ni tampoco en la inercia temática que quiere ver, en cualquier narrador de la frontera y en cualquier historia por ahí situada, la obligación de hablar del narco y poblar aquello de judiciales y agentes federales, policías corrompidos y harta bala. Se agradece, y mucho, el desdén de Silva Márquez a seguir esa tendencia, pero sobre todo es de agradecerse, por disfrutable, su educada pluma.