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El artista que la fama recordó
U

na voz clamaba en el desierto. ¿Por qué, si traía el amplificador puesto, nadie la escuchó? Échenle la culpa a la radio comercial; al sarcasmo quizás insoportable de sus canciones; a cierto racismo de las escena folk y roquera de principios de los setenta; a la mala suerte. O, como temían sus promotores iniciales allá por 1969, porque él mismo se lo buscó. Rodríguez (Rod Riguez), paradigma de la paradoja del pop. La estrella que no fue. Que, como diría Miguel Hernández, no quiso ser. Y no obstante, por esas magias de la máquina del tiempo, entre 1970 y 1971 dejó enterradas dos joyas espléndidas (los álbumes Cold Fact y Coming From Reality), que debieron esperar al nuevo siglo para ser escuchadas por el gran público (aplican excepciones bizarras, como se verá) y para que Sixto Díaz Rodríguez ocupara su sitio entre los mejores poetas del rock con una voz única, sólo suya.

Nace en Detroit, Michigan, en julio de 1942. Hijo de María y Ramón, migrantes mexicanos. Ella muere cuando Sixto tiene tres años. Lo cría su padre, maestro de obras en la industria del acero. Ciertamente soy de la clase que trabaja duro, ha declarado. Y hasta para trabajo duro hay niveles. Su entorno familiar transcurre en castellano, pero la dura vida real se batalla en inglés, y eso lo americaniza pronto. En un contexto diferente, más intelectual, otro Rodríguez, contemporáneo suyo, ha explicado muy bien este proceso en Hambre de memoria. La educación de Richard Rodríguez (1982), la brillante autobiografía de un escritor que pugnó con lo que pudo para incorporarse a la sociedad del país donde nació y vive. Richard Rodríguez, de California, lo logró; aunque polémico, su prestigio intelectual y literario es indiscutible.

Por su parte, Sixto se arrimó en cuánto pudo a la universidad de Wayne, que a la fecha reconoce como su alma máter, pero casi siempre ha sido obrero de la construcción y la demolición, albañil pues, y fallido candidato municipal varias veces, quien nunca perdió lo trovador. Obligado al jale, su adolescencia y juventud coincidieron con los grandes creadores del rock fundacional. Beatles, Stones, Zappa, Dylan estaban en el aire por entero. Y la escena local en Detroit es la del gran Motown y el renacimiento del soul, del pre punk underground y espeso de MC5 y The Stooges (Iggy Pop incluido). Soplaban vientos de cambio (“This system’s gonna fall soon to an angry young tune”, cantaría), hasta un matacuás mex-americano podía salir poeta. Tocando en los peores tugurios de la ciudad industrial, en sus vertederos (otra queja de sus promotores: se presentaba en puros hoyos de mala muerte), con la actitud más hosca (cara a la pared y de espaldas al público, Miles Davis del petatiux) hizo camino en la boyante industria discográfica de la Motor City desde 1967, con un par de sencillos que ni fu ni fa.

Pasados los calores del 68, durante el prolífico 1969, los productores se interesan en Sixto Rodríguez, descubren lo que puede hacer y lo atraen con ofertas y contratos. El poeta de las calles, el cronista de los de abajo, para muchos un vagabundo, tiene 27 años y está a las puertas de la fama. Dos músicos de primera, Mike Theodore y Dennis Coffey (Theo-Coff) producen Cold Facts, considerado folk sicódelico (el tipo de cosas que se ventilaban por entonces en San Francisco, no en Michigan). En 1970 recibe buenas reseñas y la admiración de sus pares. Pero ni la radio, ni las tiendas.

Están en su aire Dylan y Donovan, aunque la garra de Rodríguez, ni Van Morrison. Admira especialmente a Leonard Cohen, aunque es capaz de sonar al blues de Steppenwolf (sus lentes oscuros les ganan a los de John Kay y hasta compiten con los de José Feliciano), o al James Taylor de Apple. Ninguno de ellos dispara la corrosiva carga social y política del compañero Rodríguez, abierto opositor del establishment como muchos entonces, autor de bellas baladas de amor y crónicas de bares con putas, padrotes y fracasados, como si el Piano Man de Billy Joel taloneara junto al caño, y la vergüenza fuera patrimonio de la humanidad. Melodías cautivantes nacidas para ser himnos de la generación rebelde (Sugarman, I Wonder, Street Boy) y una primera obra maestra, Crucify Your Mind. Su prosodia es comparable a la de Dylan, y aún más libre, más beat.

Tenía todo recuerdan sus productores perplejos, y hoy viejos como él. El mercado no se dio por enterado. Nomás no pegó. Como su padre Ramón le había enseñado, hizo la lucha, no se rindió. Tenía cosas qué decir, una inconformidad abrumadora. Entonces lo invitaron a Londres para grabar en los estudios de los grandes, con músicos impecables que lo admiraron de inmediato. ¿De dónde viene Rodríguez? le preguntaron a su novia y productora Rainy M. Moore, y ella respondió: Él viene de la realidad. Así el nuevo álbum tuvo como título, Coming From Reality. Rodríguez estaba listo para el mundo. Pero el mundo aún no estaba listo para lo que él había venido a decir.

(Continuará)