Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 3 de noviembre de 2013 Num: 974

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Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Las cartas españolas
de Freud

Ricardo Bada

La maleza de
los fantasmas

Ignacio Padilla

En los mapas
de la lengua

Juan Manuel Roca

Expedición cinegética
Luis Bernardo Pérez

Giselle: amor,
locura y exilio

Andrea Tirado

Vinicius bajo el
signo de la pasión

Rodolfo Alonso

Dos poemas
Vinicius de Moraes

Meret Oppenheim,
la musa rebelde

Esther Andradi

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Columnas:
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Giselle:
amor, locura y exilio

 

Andrea Tirado

© ph. Luciano Romano/© TEATRO

Desde joven, el coreógrafo sueco Mats Ek se impregna del compromiso social y humanista de su madre Birgit Cullberg, quien fustiga la hipocresía de la sociedad burguesa. Ek desarrolla una forma de ballet teatralizado, subversivo y con fuerte dosis de crítica social. Denuncia en sus creaciones diferentes sistemas de opresión: política, social o familiar, y revindica un sueño de libertad. No crea ballets simplemente por la emoción estética visual de la danza, por el placer de “ver bailar”; se compromete y refleja la imagen de la realidad.

Es el caso de su ballet Giselle (1982), originalmente un ballet romántico escrito por Théophile Gautier y Vernoy de Saint-Georges, inspirado en la leyenda de las Wilis, criaturas que embrujan un bosque, fiancées muertas un día antes de su boda.

El ballet narra la historia de Giselle, una joven campesina seducida por Albrecht, príncipe que se disfraza de campesino para enamorarla. Sin embargo, el príncipe está comprometido con otra. Un cazador descubre el secreto y lo revela ante todo el mundo. No pudiendo soportar el peso de la verdad, la locura se apodera e invade todo el ser de Giselle. Locura que la conduce a su muerte, a convertirse en una Wili.

Ek se inspira en este ballet y crea su propia versión. Conserva el argumento y respeta la historia. Sin embargo, lo hace suyo al imaginar el equivalente de las Wilis hoy en día. Así, concibe un segundo acto más real, reemplaza lo fantástico del bosque y presenta la fuerte realidad del asilo psiquiátrico. El equivalente de las Wilis se vuelve aquellas mujeres pasadas a un más allá en la sociedad contemporánea, mujeres juzgadas locas y encerradas en el asilo. En esta versión, la locura no mata a Giselle, pero la condena a un exilio: es encerrada y excluida del mundo cotidiano al que pertenecía.

Además de los personajes principales, están los nobles y los campesinos; son ellos quienes juzgan a Giselle y que irán poco a poco marginándola y desalojándola. Ek lo vuelve evidente mediante la coreografía, pues al manifestarse la locura, los nobles y los campesinos ejecutarán mecanismos espaciales en el escenario para contenerla, excluirla y desalojarla. Esos cuerpos danzantes actúan como una cuerda atada al cuerpo de Giselle, constriñéndola y limitándola. Al reprimirla liberarán a su demonio, al síntoma: la locura. Giselle pertenece a otro lugar: al asilo. Así, en la versión de Mats Ek, Giselle va perdiendo su lugar.

En la versión clásica Giselle muere. Ek respeta el momento musical de la muerte, su Giselle cae en el mismo instante en el que la clásica fallece. Así, parece que Ek busca también expresar una muerte. En efecto, si los suyos ya no la reconocen como “una más”, como una campesina, ¿no es eso una especie de muerte? ¿Muerte social? Si ya no tiene lugar en su sociedad, de alguna manera deja de existir. Para la sociedad considerada “normal”, Giselle ha muerto.

Al final de la escena de la locura, el espacio de Giselle está completamente reducido, una horca ciñe a su pierna, otra su brazo, la tercera su estómago y la última aprisiona su cuello. Giselle, así contenida, voltea la cabeza de izquierda a derecha, mira sin realmente ver, es una mirada perdida, ausente. No más ruido, sólo el de su cuerpo que apenas si se mueve. Poco a poco la luz se disipa y la escenografía cambia, indicando el cambio de lugar. Se pasa del mundo normal al anormal, de la aldea al asilo, de la libertad al encierro. La escenografía se transforma progresivamente en fragmentos del cuerpo humano: dedos, orejas, una nariz. Representación del cuerpo no como unidad sino en pedazos, como la realidad parcelada percibida por los locos.

Giselle, de Mats Ek, sigue también una línea de compromiso social y denuncia un tipo de opresión. Lo que quiere decir Ek al reemplazar el bosque por el asilo, es que en nuestra sociedad volverse loco equivale a una forma de muerte. Los otros se niegan a cohabitar con el loco, lo excluyen, lo olvidan, para ellos es como si dejara de existir. Giselle es privada de su libertad, de su derecho de cohabitar. A partir de un juicio emitido por otros, es condenada, excluida y encerrada.

“El cuerpo nunca miente” dice Ek y Giselle, loca de amor, loca en su cuerpo, lo demuestra a pesar de ella, no lo puede ocultar. Su interior anormal es manifestado y exteriorizado por su cuerpo. La locura la aleja de la sociedad, provoca su muerte y su olvido. Encuentra su lugar en otro mundo, en una nueva sociedad en donde lo (a) normal se vuelve normal. Otro mundo, el del asilo, en donde ya no es una loca social, solamente una loca más; una loca enamorada.