Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 3 de noviembre de 2013 Num: 974

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Las cartas españolas
de Freud

Ricardo Bada

La maleza de
los fantasmas

Ignacio Padilla

En los mapas
de la lengua

Juan Manuel Roca

Expedición cinegética
Luis Bernardo Pérez

Giselle: amor,
locura y exilio

Andrea Tirado

Vinicius bajo el
signo de la pasión

Rodolfo Alonso

Dos poemas
Vinicius de Moraes

Meret Oppenheim,
la musa rebelde

Esther Andradi

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Columnas:
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La Jornada Semanal

 

Meret
Oppenheim,
la musa
rebelde

 

 

Esther Andradi

Amaba los disfraces. Lo efímero de las máscaras, los trazos en el rostro, los tatuajes cambiantes, los sueños. Los mismos que cincelaron su vida y su obra, y también le anunciaron su muerte. A los treinta y seis soñó con una estatua que se derrumbaba morosamente, carcomida por gusanos, y un reloj que comenzaba a retroceder. Supo que había llegado a la mitad de su vida. En efecto, murió a los setenta y dos, inesperadamente, de un infarto. Durante su última primavera le había dicho a sus amigos que ya no vería el invierno. El día de sus exequias cayó la primera nieve.

A cien años de su nacimiento, una exposición retrospectiva dedicada a Meret Oppenheim, con más de doscientas piezas, le hace justicia a una artista tan original como múltiple. Nació en Berlín en 1913. Su padre, médico de origen judío, ya no pudo ejercer su profesión a partir de 1936. Su madre, gracias a su origen suizo, significó el refugio para la familia. Su abuela, Lisa Wenger, escritora y luchadora por los derechos de las mujeres, fue una de las primeras que estudió pintura en la Academia de Düsseldorf. Todo un ejemplo para la nieta. El padre, preocupado por los excéntricos intereses de la Meret adolescente, acudió a su amigo personal, el terapeuta C. G. Jung. “Meret aprendió bastante de los golpes con el mundo y todo hace suponer que esos conocimientos van a profundizarse con el tiempo”, fue el veredicto de Jung.

Entonces la joven ya había abandonado la escuela para irse a París, donde soñaba que su creatividad en ebullición iba a encontrar el espacio adecuado para expandirse. Tuvo razón. De la mano de Alberto Giacometti y Hans Arp, suizos como ella, Meret llegó al surrealismo y se hizo un lugar en ese mundo gobernado por el partido absolutista y masculino de André Breton. La musa sorprendió por su gran variedad de lenguajes. Reunía escultura, pintura, diseño, poesía. La tensión entre lo animal y lo civilizatorio, lo erótico y el consumo, lo natural y lo industrial; el juego entre texto e imagen, gracia y fuerza. “Así como Atenea nació de la cabeza de Zeus con casco y armadura, así nacen las obras en mi cabeza. Ya vienen con su forma y vestimenta. Con la textura de los materiales”, escribió.

En 1936, estando Pablo Picasso reunido con los surrealistas en el Café de Flores, al ver la pulsera que Meret había recubierto con piel, comentó entre despectivo y provocador: “En realidad, hoy día se podría forrar cualquier cosa con piel.” Ella le respondió: “Exactamente, como esa taza que usted tiene sobre la mesa.” Así nació Desayuno con piel, un pocillo de café con su plato recubierto en piel, que se convirtió en el más famoso de los objetos surrealistas. El museo de Nueva York compró la pieza y catapultó a la fama a su joven autora.

Pero Meret Oppenheim no quería ser etiquetada. Odiaba que la encerraran en una categoría. Ni como surrealista ni como creadora de objetos, y menos que menos, como modelo fotográfica de Man Ray.

En 1939 retornó a Basel, donde vivía su familia. La guerra la desquiciaba. Pocos de sus trabajos hablan expresamente de ella, aunque muchos la implican, como una escultura gris de casi dos metros de altura, titulada El que ve morir a los demás, e igual tantas otras que hablan de la violencia, como aquel cuchillo con restos de una cabellera rubia y un par de perlas adheridos al filo.

En 1949 se casó con La Roche, un hombre de negocios con el que mantuvo una relación amorosa hasta 1967, cuando él fallece. En 1954 comienza a trabajar en su estudio en Berna, pero va a necesitar casi una década para renacer de sus cenizas. En 1963 el cielo, nubes, astros y cometas irrumpen en el universo de la artista para quedarse. En 1980, en su Autorretrato desde 50.000 AC. hasta X, escribió: “Todos los pensamientos concebidos alguna vez, rotan alrededor de la tierra, en la gran esfera inteligente. La tierra estalla, la esfera revienta, los pensamientos se dispersan por el universo, y siguen viviendo en otras estrellas.”

Una vez recibió de una periodista una lista de preguntas relacionadas casi únicamente con la sexualidad y la erótica en su vida y obra. Meret buscó la célebre foto de Man Ray, le hizo un corte a la altura del ombligo y los muslos, y se la envió con una lacónica observación: “Obviamente es lo único que a usted le interesa.”

Sin embargo, el cosquilleo en la zona erótica atraviesa buena parte de su obra. Puede ser un tormento, como esa fotografía de 1952: una bicicleta con un panal de abejas en el asiento. Lo evidente, en dos zapatos unidos en las puntas que “cuando nadie los ve hacen cosas prohibidas”. O ese Vestido de noche con sostén: un collar de brillantes que, a manera de tirantes de un pantalón, sujetan los pezones cumpliendo la función de erguir los pechos. ¿La belleza femenina se construye con base en la tortura?

El feminismo le hace la corte pero no logra seducirla. El arte no es femenino ni masculino, y Oppenheim estaba convencida de lo andrógino del genio. Don´t cry, work! era su lema. En 1975, cuando le fue otorgado el prestigioso premio de arte de la ciudad de Basel, en su discurso de agradecimiento Meret Oppenheim dijo:

No es fácil ser un joven artista. Cuando se trabaja siguiendo el arte de un maestro, antiguo o contemporáneo, el éxito acaso llegue pronto. Pero si se habla un idioma propio, una nueva lengua, que nadie entiende, a veces hay que esperar largo tiempo antes de encontrar un eco. Más difícil todavía si el artista es mujer. Comenzando por la apariencia exterior. La gente está acostumbrada a que los artistas lleven una vida como más les guste, y no se preocupa. Pero si la artista es mujer, todos la señalan. Con eso y mucho más hay que contar. Sí, incluso quiero decir que una mujer hasta tiene la obligación de demostrar con su propia vida que no considera válidos todos los tabúes con los cuales se sometió a su sexo durante miles de años.

Y concluyó con una consigna que las mujeres del mundo han abrazado como propia: “La libertad no se regala. Se conquista.”