Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 3 de noviembre de 2013 Num: 974

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Las cartas españolas
de Freud

Ricardo Bada

La maleza de
los fantasmas

Ignacio Padilla

En los mapas
de la lengua

Juan Manuel Roca

Expedición cinegética
Luis Bernardo Pérez

Giselle: amor,
locura y exilio

Andrea Tirado

Vinicius bajo el
signo de la pasión

Rodolfo Alonso

Dos poemas
Vinicius de Moraes

Meret Oppenheim,
la musa rebelde

Esther Andradi

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Las circunstancias como destino

Ricardo Guzmán Wolffer


Fin de siglos, ¿fin de ciclos? 1810, 1910, 2010,
Leticia Reina y Ricardo Pérez Montfort (coordinadores),
Siglo XXI Editores,
México, 2013.

Con motivo del bicentenario de la Independencia, con la finalidad de buscar los caminos del cambio en nuestro país, se dio el seminario que da título a este libro, notable por muchas causas. Podría ser el número y el prestigio de los coautores (más de treinta) entre los que hay nombres publicitados en sus áreas y varios con amplio alcance popular.

No importa que haya pasado ese bicentenario y que los “festejos populares” del Zócalo capitalino sigan siendo motivo de burla, cuando queda un trabajo de este calibre, siempre será motivo de festejo el esfuerzo para comprender la historia nacional.

El libro se divide en cinco apartados, donde cada uno tiene subtemas: Crisis económica; Crisis política; Crisis social; Crisis cultural; Balance. Todos se componen con profundos trabajos.

El análisis de cualquiera daría para varias reseñas: hablar de la desigualdad social a lo largo de dos siglos muestra no sólo una persistencia en tal tema, sino un aumento impensable hace un siglo: la concentración en menos manos de la tierra y los recursos naturales (en la realidad, no en los títulos) se ha mantenido; las nuevas riquezas no distribuidas (los medios de comunicación, el conocimiento tecnológico, el capital financiero, por ejemplo) apenas son una variante: la capacidad de acceder a la avalancha tecnológica del siglo XXI es tan desigual como a muchos el alcance a benefactores sociales en la Colonia.

Hablar de las dificultades de la democracia electoral a partir de los análisis del libro también da para mucho: quizá la lección mayor sea cómo, a pesar de los cambios en las legislaciones de las últimas décadas, los factores de poder logran evadir los controles, aparentemente pensados para limitar sólo a unos, además de instituciones electorales que no han logrado convencer del todo ante la preeminencia de legalismos contra problemas no previstos en la legislación. Ello en una combinación política novedosa que, para evitar excesos, ha hecho contrapesos presidenciales que toman posiciones pendulares.

Se habla del concepto de cultura en la segunda década del siglo XXI, a partir del recorrido histórico donde el Estado ha pasado de encaminar los esfuerzos de identidad nacional y de instituir una “cultura estatal”, hasta casi contemplar el suceder cultural después de la venta masiva de empresas estatales entre 1989 y 1992, de las cuales varias eran de este sector (cine, teatros, televisora, escuelas de arte, etcétera). La revisión del tema cultural involucra muchas aristas, desde la libertad de expresión hasta el papel de los intelectuales y su asimilación al poder, pasando por la diferencia entre lo académico y lo popular.

Un libro de peso que escarba en muchos temas que no pueden dejar de revisarse incluso pasado el bicentenario; aquí un buen pretexto para reunir trabajos de amplio espectro que inevitablemente llevan a cuestionamientos esenciales de toda sociedad.


A la sombra fresca de las palabras

Ricardo Yáñez


Ver de memoria,
Hermann Bellinghausen,
La Cabra,
México, 2013.

"Pasa./ Tómate algo./ Conozco el cuadro: memoria amontonada,/ insomnio, fugas mentales./ Ponte cómodo/ acá en la sombra,/ si te quieres.” La cita es el final del poema precisamente llamado como el final de la cita: “Si te quieres”, y deja ver con claridad la tonalidad más frecuentada en este nuevo libro de poemas de Hermann Bellinghausen –médico y polígrafo, pero, según puntualizó en entrevista con Erika Montaño Garfias, originalmente poeta (“Tal vez para los demás soy otra cosa, pero lo primero que soy es poeta.”) Dicha tonalidad tiene que ver con la confianza en el escucha, en las propias palabras, con el relajamiento de la plática, la simple plática. Dicho de otra manera, con la naturalidad (y, pero ese es otro asunto, con la naturaleza). Al respecto cabría reproducir aquí los veinticuatro versos en que narra el autor (o una de sus voces poéticas) cómo de adolescente se llevó de excursión, en la mochila, sus ejemplares con las tragedias griegas, narración, como buena parte del libro, no exenta de humor, del gusto de sonreírse de uno o de sí mismo, y que da la impresión de que el verso se le da por añadidura, porque de tan suelta, descansada, puede muy bien imaginársele dicha en torno a una fogata. “Pesaban –dice– 14 kilos.” En una de ésas resbala, rueda por una cuesta. “Un papelazo.” Sin embargo: “Treinta y cinco años después/ no pesan/ y son memoria.”

La experiencia, vuelta experiencia poética, deja de pesar, podemos como leer entre líneas en tal conclusión. De experiencia está hecha esta poesía, de experiencia, naturalidad y, como ya advertíamos, naturaleza. Ver de memoria, el título, constituye un guiño (apoyado por el color de la portada), un juego de palabras cuyo sonido da también Verde memoria. El registro del verdor, de lo que en otras épocas, aun cuando sigue significando lo mismo, se denominó verdura. Y en ese sentido, puesto que Bellinghausen ha declarado (con otras palabras y en lo que hace a su libro) que le interesa más la memoria en tanto relación o apuntamiento que como recuerdo, no obstante que lo verde en su caso invoca, evoca, nombra la extensión, ocurre que también sugiere tiempo. El tiempo, el paso del tiempo, es otro de los elementos de esta escritura. Y ya que hablamos de elementos y de tiempo, veamos un fragmento de “El son de los elementos”, éste referido a la tierra: “Desde niño recojo piedras en el lugar menos pensado,/ pero no salí geólogo, arqueólogo,/ ni siquiera las colecciono.// Luego siguen ahí/ en el tablero del coche,/ en el bolsillo/ o los surcos de las botas./ Nunca recuerdo su origen/ y las más bellas/ fácilmente las regalo.// En su naturaleza está/ rodar, hundirse, cambiar de mano.”

En “La corteza del tiempo” tenemos un buen ejemplo de la relación con la naturaleza: “Al salir de una curva el arcoíris/ de repente, casi/ me asusta./ Doble. Por encima otro, tenue.// Regreso a donde los atardeceres/ y las auroras permanecen intactos./ No debía extrañarme.” Y el texto sigue, pero anotemos que nos faltaba otro tema importante, que dejaremos casi intacto, el amor: “¿Con qué tono te ha de hablar/ la voz que no olvida?// ¿El rumor que sacude los árboles,/ el aliento que se hace palabra en la boca…?” Lo que se sabe, y entonces tal vez sucede que la poesía late debajo de todo, es que la voz “algo fragua/ a la sombra fresca de las palabras”.


La ventana del lector

Álvaro Ruiz Rodilla


El libro y la poesía,
Marco Antonio Campos,
Secretaría de Educación del Estado de México,
México, 2013.

Se escribe contra toda inocencia
del clavel o el lirio, contra el aire
inane del jardín, contra palabras
que hacen juegos vacíos, contra una estética
del vals vienés o parnasianas nubes.

Marco Antonio Campos

En breves líneas, Marco Antonio Campos ha logrado escribir un lúcido ensayo de divulgación que induce al lector al deslumbramiento de los placeres inmediatos de leer, a través de una voz sosegada y una erudición que distingue tanto la sencillez como la respiración. El libro y la poesía conjuga el verso, la confesión, la anécdota y la historia literarias con las ilustraciones en tonos ocres y suaves de Irma Bastida Herrera.

Quienes dedicamos gran parte de nuestro tiempo –nunca tanto como el autor– a cultivar los valores de los libros (incluyamos universitarios, editores, escritores de toda índole, periodistas, lectores de vocación) nos enredamos a menudo en discusiones o monólogos teóricos, en distinguir cargas formales de éticas, en esclarecer los períodos de la historia. Sólo de vez en cuando recordamos lo que nos mueve: el placer. Aún más rara es la ocasión en que escribimos sobre este placer como si fuera demasiado riesgoso caer en la reiteración o en la bochornosa cursilería.

Con soltura y amenidad, Campos logra inducirnos a la lectura y contagiar el mismo gozo que defiende. No quisiera preguntar(nos) por la eficacia terapéutica que pueden tener los libros o la literatura. Solamente remarcar la franqueza y la vasta generosidad por escribir un libro sobre libros. De Samósata a Borges, del Eclesiastés al Fahrenheit, de Bradbury, de Montaigne a Neruda, recorremos un abanico de visiones sobre el deleite del libro como práctica vital. Diálogo metafísico con los muertos, desde adentro del tiempo (el lector) hasta el afuera del tiempo (los autores), la lectura nos reconcilia con la soledad y con la vida humana. Recordando al escritor que fue en sí mismo un libro vivo o la conjunción de varias bibliotecas soñadas, es decir a Borges, Marco Antonio Campos evoca la función de la literatura como inventario de todo lo viviente; el libro como herramienta magnífica de todas las eras. ¿Hay acaso otro objeto que nos identifique o encarne más como nación humana (nación en el sentido de comunidad imaginada)? Deberíamos subrayar el valor del libro en todos los siglos, parece decirnos el poeta y traductor mexicano, enfatizar en esa línea divisoria de milenios: la Historia comienza donde se puede leer el registro de los hechos, las vivencias, las dolencias humanas. De esa línea para atrás, la arqueología y la prehistoria deben echar mano del resto de conocimientos (física, química, geología, etcétera) para reconstruirnos y tejer en el misterio del pasado.

En una segunda parte, el escritor aborda el arte de escribir versos y el sentido de esta pasión, a veces oficio, otras profesión. Contra el viejo prejuicio de una poesía elitista, incomprensible, hermética o inaccesible –la barrera de tantos miles de lectores–, aquí encontramos una defensa clara y eficaz, un necesario antídoto. A través de un ameno paseo por sus lugares predilectos –las islas de Elytis, el Salzburgo de Trakl, las cordilleras de Neruda– el poeta nos revela su propia ars poetica: “Yo definiría a la poesía, por ejemplo, como la ventana por donde puede verse hacia el jardín o hacia dentro de la casa, y los dos lados son igualmente verdaderos. […] Aspirar a la limpidez de la nieve y a las enseñanzas del camino.” Aunadas a estas visiones, aparecen las ars de algunas figuras tutelares del autor: “que un poema siempre guarde su secreto”, “que haya una misteriosa armonía en la relación de las palabras”, dicen respectivamente Valéry y T. S. Eliot a través de Campos. Y así se van hilando fragmentos de las poéticas contemporáneas, siempre en pugna, y sin embargo en abierto diálogo.

Como en pocos ensayos sobre poesía, encontramos aquí ideas expuestas con tal claridad que democratizan su recepción, acaso evocando la lucha que animó al bardo Whitman a levantarse cada mañana para repartir entre los trabajadores de Brooklyn el pan que los podía hacer libres. Contra la opinión común de que el goce del poema se reduce a ciertos círculos cerrados de lectores eruditos, se yergue el ideal de cercanía con el público y franqueza de la poesía conversacional surgida a partir de 1960, con poetas tan diversos como Cardenal, Benedetti, Pacheco, Gelman, Eliseo Diego o Nicanor Parra. Sin duda, la senda poética y ensayística de Campos se inscribe en esta tendencia a la que aporta su huella de nostalgia y epifanía ante un verso despojado de artificios.

Sin pretensiones científicas, el autor de El forastero en la tierra nos comparte sus experiencias de lector, con elocuencia cita versos aquí y allá, y la sensibilidad con que cosecha en sus fuentes no necesita rigor ni dialéctica: es puro arte de conversar y abrirle amplios horizontes a los lectores. Esta cautela y humildad para asimilar la cultura, como una vendimia prodigiosa, tiene mucho que enseñarnos, en este preciso momento, en que estamos entregados a la recolecta maquinal, frenética, de la era de internet. La lectura apacible es otra señal desde la hoguera en un país donde el poder ha demostrado su presumible desdén por nuestros mayores bienes ante el desamparo: el libro y la poesía.


Novela a tres voces

Joaquín Guillén Márquez


Como amigo,
Forrest Gander,
Sexto Piso,
España, 2013.

Esta es la primera noveladel afamado poeta Forrest Gander, en la que aborda la vida y muerte de un personaje enigmático: Les. Al estilo de Jay Gatsby, son pocas las cosas que los personajes conocen de Les. Si en la novela de Fitzgerald toda la información se da al lector gracias a Nick Carraway, en Como amigo el lector es el único capaz de revelar, aunque de manera difusa, a Les, un personaje que debe tanto al Gatsby de Fitzgerald, como al Kurtz de Conrad.

Esto no significa que el propósito de Gander sea envolver la historia de Les y engrandecerlo. Al contrario: aun si los personajes no lo saben, un narrador da la bienvenida con la historia del nacimiento del misterioso protagonista. Su infancia y años de formación permanecen olvidados y es labor del lector reconstruir el rompecabezas de Gander, un reto más que laborioso, disfrutable: para ser un debut novelístico, y pese a que el lirismo abunda (y por muy breves momentos entorpece) la lectura, el lenguaje es el de un escritor que tiene facilidad narrativa y que conoce su voz.

Es precisamente en la voz donde se encuentra al mejor Gander. Son, al menos, tres narradores identificables los que habitan la novela y es en esa polifonía donde el escritor encuentra la fuerza para hacer de Como amigo una muestra de narrativa de la fragmentación de las personas y sus pensamientos.



Desgarradura,
E.M. Cioran,
Tusquets,
México, 2013.

Quien lo ha leído lo sabe: no es nada sencillo sustraerse a la fascinación ejercida por el pensamiento agudísimo de este pensador nacido en Rumanía y muy pronto afincado –geográfica y lingüísticamente– en Francia. Quiere Lugarcomún creer que lo de Cioran es, antes que todo y más que nada, una suerte de pesimismo hiperilustrado pero, una vez más, quien lo ha leído lo sabe: el autor de Historia y utopía, Del inconveniente de haber nacido, La caída en el tiempo, El libro de las quimeras, Ese maldito yo y En las cimas de la desesperación, entre muchos otros, rebasa amplísimamente esa definición reduccionista. Traducido del francés por Amelia Gamoneda, el presente volumen se suma a la decena y media de títulos cioranescos que Tusquets ha editado. Ésta, de hecho, es la primera impresión dentro de la colección Fábula de la editorial, no así la primera vez que publica este libro, escrito por su autor a finales de la década de los años setenta del siglo pasado, es decir, en plena madurez creativa, con un dominio total de las ideas y del discurso que lo convirtieron, desde mucho antes, en una voz indispensable para entender dos cosas al menos: el espíritu contemporáneo cuando se le mira desde sus profundas simas, así como la condición humana de todos los tiempos, vista desde una perspectiva afincada simultáneamente en la circunstancia y en la atemporalidad.