Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 3 de noviembre de 2013 Num: 974

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Las cartas españolas
de Freud

Ricardo Bada

La maleza de
los fantasmas

Ignacio Padilla

En los mapas
de la lengua

Juan Manuel Roca

Expedición cinegética
Luis Bernardo Pérez

Giselle: amor,
locura y exilio

Andrea Tirado

Vinicius bajo el
signo de la pasión

Rodolfo Alonso

Dos poemas
Vinicius de Moraes

Meret Oppenheim,
la musa rebelde

Esther Andradi

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


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Jorge Moch
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Mom, la incorrección deseable y la trivialidad cuestionable

Chuck Lorre es un productor, guionista y director estadunidense de series de humor que ha encontrado en la correcta incorrección política, bastión de demócratas, libbys (que es como el EU reaccionario desdeña a todo lo que no se ciñe a la calvinista doble moral de la Asociación Nacional del Rifle, la NSA o el Tea Party) su particular vena creativa y empresarial. Creador de varias series exitosas desde la noventera Rosseanne hasta sus ahora más famosas Two and a Half Men o The Big Bang Theory, Lorre se mueve en aguas discursivas y argumentales que abrevan lo mismo en el previsible (y aburrido) patrioterismo estadunidense que defiende guerras absurdas (Jake, el que fuera un simpático, rechoncho niño retobón en Two and a Half Men termina, después de catorce temporadas de niñez y adolescencia de haraganería y pereza intelectual, ya adulto y de manera inevitable convertido en soldado que “combate por su país” en Afganistán) que en ácidas críticas al modo de vida estadunidense, a su paradigma consumista o esteticista de belleza rubia y chichona de silicón. Lorre es, por cierto, autor de un curioso híbrido literario: sus Vanity Cards (Tarjetas de vanidad), breves fichas en que hace públicas reflexiones sobre el quehacer televisivo, la censura de las grandes cadenas para las que trabaja y el oficio de escritor. Cada episodio de sus programas, al final, durante los créditos, expone una tarjeta distinta que solamente se puede leer si se graba el capítulo y se pausa en el preciso instante en que la tarjeta aparece por unos segundos en pantalla. Se pueden leer, también, en el sitio de internet. Pero sobre todo el humor multipremiado de Lorre, enfant terrible de cadenas como ABC y CBS, abreva en la subjetiva normalización, en una sociedad asediada por el rigor luterano y por el desboco pornográfico, el discurso democratizador del mundo por la fuerza de las armas o el igualitario en un país apenas hace treinta años sumido en su propio apartheid y que cuenta, además, con la mayor cantidad de agrupaciones abierta o clandestinamente neonazis, del sexo y de de la familia disfuncional, esa nueva normalidad variopinta: familias de padres divorciados, de madres solteras, de padres y madres homosexuales. Familias monoparentales o sin padres, pero familias de todos modos. Aunque aúllen clérigos, pastores y vaqueros metidos a “cherifes”. Ese es el enfoque del nuevo proyecto que dirige Lorre, Mom, protagonizado por la metonímica “rubia tonta” Anna Faris: una mesera, alcohólica en recuperación que tiene una hija adolescente y un hijo pequeño, de padres distintos. Ella es, a su vez, hija de una drogadicta y alcohólica reincidente –a la que convenientemente se despoja de todo matiz trágico, una adicta light aunque haya pasado por el mundo siniestro de las drogas duras y quizá, según se desliza la posibilidad en algún diálogo, de la prostitución que muchas veces deriva de las adicciones– con la que recupera una relación transida de rencores viejos. Christy, el personaje de Faris, intenta imprimir en su hija adolescente –a la que se enfatiza sexualmente activa– alguna cautela para que no siga el patrón autodestructivo de sus propias abuela y madre. Hasta allí, en términos de intención discursiva, todo bien. El problema, desde nuestra mexicana perspectiva, es que precisamente trivializa el mundo de las drogas duras, aligera el flagelo del consumo adictivo en el país con más adictos a drogas duras del mundo y aún se permite chistes sobre drogas tan dañinas como la metanfetamina, que si bien ha sido ojeada en otras series donde se destacan sus graves efectos sociales e individuales, allí las insuperables The Wire y Breaking Bad, de ninguna manera han reducido el tema a dimensiones de chistecillo, como en Mom. Y el asunto adquiere una dimensión particular en México donde, a raíz de las adicciones de los estadunidenses y a partir de la sumisión absurda de nuestros gobernantes, nos hemos visto sumidos de facto en una guerra civil con decenas de miles de muertos y desaparecidos y proyecciones antes impensables de crueldad y violencia que nos siguen aterrando y desgarrando como sociedad.

¿Supina ignorancia del creativo Lorre?, ¿simple, consuetudinario desprecio hacia los mexicanos, colombianos, salvadoreños, bolivianos, hondureños que padecemos en el patio trasero del viejo Sam las consecuencias de su inexorable avidez de evasión, de hartazgo del éxito, de la sobreabundancia y el desperdicio?

O vulgar, gringuísima tontería.