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Viven en 306 campamentos ya sin esperar nada del gobierno

Aún hay más de 170 mil damnificados por el terremoto de 2010 en Haití
 
Periódico La Jornada
Miércoles 6 de noviembre de 2013, p. 25

Puerto Príncipe, 5 de noviembre.

Hace casi cuatro años que Widlene Gabriel, una niña de ocho años, vive con sus padres en un campo de desplazados por el devastador terremoto de enero de 2010, que dejó más de 200 mil muertos y un millón 500 mil personas sin techo en Haití.

Un poco más de 170 mil haitianos siguen viviendo en campamentos, en condiciones muy precarias y a veces con la amenaza de ser expulsados, como les pasa a los ocupantes del terreno privado donde vive la pequeña Widlene, bajo una carpa al borde de una avenida que une Puerto Príncipe con Pétion-ville, un suburbio al este de la capital.

El techo de mi casa cayó sobre nuestras cabezas. A mí no me pasó nada, pero dejamos las ruinas de la casa y nos vinimos aquí, recuerda con los pies descalzos en medio del polvo.

Widlene nunca fue a la escuela y pasa sus días contemplando los vehículos que aceleran sobre la avenida de Canapé-vert.

Aquí todos los niños están en la misma situación. Todos los días son parecidos para ellos. De hecho, vivimos sin esperanza y nos sentimos abandonados, agrega Manette Nazius, madre de seis niños.

Bendito sea el Eterno, bendito sea el Eterno, corea un grupo de mujeres reunidas bajo la carpa 15, que funge de iglesia a la entrada del campo. No son más de una decena las que repiten los versículos bíblicos.

El pastor, un hombre de más de 60 años, está de pie a la entrada, pero los fieles son reticentes a entrar. Los apoyamos con oraciones. Son gente abandonada por las autoridades. No tienen nada. Pero Dios no castiga dos veces, afirma el pastor Pierre.

Esto no impide que los jóvenes que viven en estos campos de desplazados se sientan desesperanzados y desamparados.

A partir de 2011 el gobierno logró reubicar a más de 60 mil familias y recuperar lugares públicos con subvenciones a los alquileres o refugios provisionales, pero 171 mil 974 personas aún viven en 306 campos, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Aquí no se nos ofrece ninguna alternativa, alegan los residentes del campo de Canapé-vert.

Bladimir y Fénol, treintañeros, viven allí de oficios varios. Vivimos como hermanos y hermanas. Nos ayudamos mutuamente, pero no esperamos nada del gobierno, dicen.

El sentimiento es idéntico en el campo de la embajada de Italia, un grupo de carpas descoloridas, levantadas sobre una antigua propiedad de la misión diplomática italiana. Las autoridades nos olvidaron y las organizaciones internacionales ya no vienen, asegura Donald Duvert.