Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 10 de noviembre de 2013 Num: 975

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bachofen o la
mitología paradójica

Mauricio Beuchot

A la memoria de
David Gris

Juan Gabriel Puga

Nicanor: de cantera
de cantores

Enrique Héctor González

El ajusticiamiento
de Taurino López

Agustín Escobar Ledesma

Jorge Carrión y
la revista Política

Marta Quesada

Las ilusiones perdidas:
Fellini 20 años después

Carlos Bonfil

Coordenadas de
una amistad escrita

Cristian Jara

Dos poemas
Spiros Katsimis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Alonso Arreola
Twitter: @LabAlonso

Doo da doo da doo… on the wild side

Era malo como cantante. Muy malo. En su voz el concepto melodía no germinaba, pues apenas podía esculpir tonada. Tampoco fue muy variopinta su música. Con dotaciones similares desde el Velvet Underground y hasta sus últimos combos, siempre confió en el liderazgo de las guitarras de sucia estirpe sin caer en la tentación de orquestarse en demasía. Pocos acordes, pocas partes sustentando una estructura simple, pocas notas. Así era Lou Reed. Y lo admirábamos. Lo suyo eran la inteligencia y la pluma. La interpretación mesurada. La contención. Ganar batalla en una zona intermedia entre el fraseo y el habla llana.

En otros momentos hemos señalado y aplaudido la interpretación que logran algunos personajes peculiares del rock. Nos referimos a Dylan, Waits, Cohen, Walker, Pop, Anthony… Tipos que exageran sabiamente el gesto gutural para dar múltiples sentidos y dinámicas a sus palabras dejando en segundo plano la afinación pulcra, la ejecución lustrosa; cortando el aire con ideas tan pesadas que no requieren ni el intervalo diatónico ni el adorno churrigueresco. Pues bien, Lewis Allen Reed era uno de ésos.

Desde la década de los sesenta dejó en claro que se podía abrir una nueva brecha, un camino paralelo al que sonaba en la radio. Grandes canciones salieron de su inspiración en aquellos años. Allí están las multicitadas “Heroin”, “Rock and Roll” y “Sweet Jane”. Sin embargo, ninguna fue tan contundente como las ulteriores “Perfect Day” (revitalizada en la película Trainspotting) o la primitiva “Walk on the Wild Side”, un clásico dedicado a prostitutas y prostitutos en plan agridulce, sórdido y hasta religioso.

Famoso por sus creaciones pero también por sus relaciones, Mr. Reed supo conquistar la oscuridad y mantenerse al margen del glamur superficial que podía etiquetarlo. Esto no quiere decir, por otra parte, que sus versos se mantuvieran en la dureza reflexiva. Para nada. Muchas veces eran estampas urbanas y reflejos de un escenario callejero, nocturno y violento. Destacaron en esa veta los magníficos álbumes Transformer (1972), Berlín (1973) y New York (1989).

Sí, el disco que hizo con Metallica hace un par de años fue terrible. Hablamos de Lulú (inspirado en una obra de Frank Wedekin). Y peores fueron las presentaciones que dieron juntos. Vaya, no es que el cuarteto de metal sea especialmente limpio en sus planteamientos, pero junto a él la figura de Lou Reed se vio resquebrajada al evidenciar esas carencias que en solitario lo dotaban de una vulnerabilidad empática, natural, querible, tal vez proveniente de esa adolescencia afectada por el torcido juicio de familiares y doctores a propósito de sus variados intereses sexuales y estéticos.

Descubridor de la literatura mientras estudiaba en la Universidad de Siracusa (años después haría obras inspirado en la generación beat y en Edgar Allan Poe), su primer disco lo grabó con The Shades. Empero, cuando fundó The Velvet Underground al lado de John Cale, Sterling Morrison y Maureen Tucker pudo inocular al rock con poesía, free jazz y experimentos radicales a través de un aparente desparpajo que se hizo cool en la movida neoyorquina que merodeaba The Factory, el taller de su protector y productor Andy Warhol (a quien luego dedicaría el póstumo Songs for Drella). Hablamos de una actitud relajada pero segura que hizo mella en muchos futuros creadores y que fue valorada masivamente al paso de los años, mas no en aquel momento.

Pintor en la intimidad, se dice que trabajó en la compañía de contaduría de su padre antes de lanzarse como solista en Inglaterra. Curiosamente, para esa primera aventura reclutó a miembros del grupo de rock progresivo Yes, una combinación que tampoco le trajo buenos dividendos. Unido a David Bowie encontró su mejor derrotero, y también a sus mayores demonios. Adicto rehabilitado, amado rápidamente en Europa, primero se casó con Sylvia Morales y luego con la reconocida artista Laurie Anderson. Con ella compartió un proyecto en vivo y se mantuvo firme hasta la muerte. Antes tuvo tiempo de colaborar con The Killers, Damon Albarn y, como ya dijimos, con Metallica. Pero basta de biografías.

En nuestro regazo descansa el libro Lou Reed, The Collected Lyrics. Se trata de un cancionero indispensable para disfrutar y entender por qué un músico que cantaba y tocaba tan mal, era tan buen artista. “Sunday morning brings the dawn in. It’s just a restless feeling by my side.” Y sí, lectora, lector, deseamos que este domingo traiga un albor distinto, desde el lado salvaje. Buena semana. Buenos sonidos.